La etapa jerónima del Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce

El Monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce, uno de los conjuntos monumentales más importantes de la provincia de Sevilla, se ubica a unos siete kilómetros de la capital, en una loma en la margen derecha del Guadalquivir, dominando su valle y las primeras estribaciones de Sierra Morena y del Aljarafe, a la vera de la calzada romana de la “Vía de la Plata”, que unía Hispalis (Sevilla) e Italica (Santiponce) con Emerita Augusta (Mérida), Legio Septima Gemina (León) y Cantabria, convertida en la Edad Media en el “Camino Mozárabe”, el usado por los peregrinos a Santiago de Compostela desde Andalucía.

Patio de la Hospedería de San Isidoro del Campo

Fue fundado por Don Alonso Pérez de Guzmán “El Bueno” y doña María Alonso Coronel en 1298 y entregado a los monjes cistercienses de San Pedro de Gumiel de Hizán, en Burgos, vinculados a la familia de los Guzmanes burgaleses, linaje del fundador.

Retratos idealizados de Guzmán el Bueno y María Alonso Coronel en sus sepulturas, fruto de una reestructuración de la iglesia fundacional a comienzos del siglo XVII (1)

Como ya me he ocupado de este periodo en el post La fundación del Monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce y su etapa cisterciense, que podéis consultar en este enlace, ahora me detendré en la etapa siguiente, desde que es entregado a los jerónimos hasta nuestros días.

La historia jerónima comienza en 1429 cuando don Enrique de Guzmán, II conde de Niebla, de la Casa de Medina Sidonia, patrón del monasterio, solicitó una bula al papa Martín V para desposeer a la comunidad cisterciense del monasterio alegando irregularidades en su gobierno y en 1431 entregó San Isidoro del Campo a la llamada Congregación Jerónima de la Observancia.

La Orden Jerónima tiene su origen remoto en el siglo IV y se inspira en San Jerónimo (ha. 347-420), padre de la iglesia occidental que dedicó su vida al estudio de las Sagradas Escrituras y a la vida monástica estableciéndose en Belén en el año 386 junto a Santa Paula y Santa Eustoquia y fundando dos monasterios en los que dedicarse al estudio y a la alabanza divina, desde donde su forma de vida se extendió por el Mediterráneo hasta su destrucción por las invasiones bárbaras unos doscientos años después de la muerte del fundador.

Gruta con la tumba de San Jerónimo en Belén (2)

En el siglo XIV, dentro de un movimiento espiritual de retiro del mundo y de crisis de la escolástica y de las instituciones monásticas y tras una renovación humanista que dio a conocer los escritos de San Jerónimo, llegaron a la Península Ibérica un grupo de ermitaños italianos a quienes fray Tommasuccio, monje sienes, les había anunciado que veía al Espíritu Santo descender sobre esas tierras en forma de paloma para promover una Orden nueva, y se esparcieron por Castilla y Levante para llevar una vida inspirada por San Jerónimo en Belén, lo mismo que también empezaron a hacer otros castellanos, retirándose a cuevas y ermitas con el deseo de entregarse a Dios en una vida de penitencia y oración.

Estos anacoretas llamaron la atención de los ascetas Fernando Yáñez de Figueroa, canónigo de Toledo, y Pedro Fernández Pecha, importante personaje en las cortes de Alfonso XI, Pedro I el Cruel y Enrique II, que decidieron unirse al grupo que había ocupado la ermita de Nuestra Señora del Castañar, en Toledo, atrayendo otras muchas vocaciones.

Desde allí la comunidad se trasladó a Villaescusa, en Madrid, y hacia 1367 se instalaron en los alrededores de la ermita de San Bartolomé de Lupiana, en Guadalajara, posesión de la familia de Fernández Pecha, viviendo aislados en celdillas construidas ex profeso y reuniéndose en la ermita para celebrar la misa y el rezo del oficio divino.

Pero como estas comunidades empezaron a ser muy criticadas porque vivían sin regla, sin votos y sin obediencia a un superior, en 1373 acudieron a Avignon para conseguir autorización papal y Gregorio XI emitió la bula Sahatoris humani generis, que supuso el paso de la vida eremítica a la cenobítica, considerándose el documento fundacional de la Orden de San Jerónimo. En ella se les otorgó la Regla de San Agustín y Constituciones propias basadas en las del Monasterio de Santa María del Santo Sepulcro de Florencia, se les concedió hábito, se les dio facultad para fundar cuatro monasterios y se les autorizó a que se denominasen frailes o ermitaños de San Jerónimo. Ese mismo año el papa impuso el hábito y recibió la profesión religiosa de Pedro Fernández Pecha, a partir de ese momento fray Pedro de Guadalajara. El hábito se describe en la bula de la siguiente manera:

“que sea una túnica cerrada y ancha, de paño blanco y grueso o vil, con mangas anchas y cerradas, mas el escapulario y la capa fija por la parte anterior sea de paño gris o buriel sin teñir de ningún color”.

Fray Fernando Yáñez de Figueroa y Fray Pedro de Guadalajara. Juan Valdés Leal. Museo de Bellas Artes de Sevilla (3)

El primer monasterio fue el de San Bartolomé de Lupiana en 1374, siendo su primer prior fray Pedro de Guadalajara. A éste le siguieron otros muchos, unos de nueva erección y otros por traspaso de otra orden, como Nuestra Señora de Guadalupe, que en 1389 dejó de ser priorato secular para convertirse en monasterio jerónimo.

En esta primera etapa los monasterios tenían su propio prior y dependían jurídicamente del obispo de su diócesis. Pero pronto nació un deseo de unirse entre ellos que se plasmó en la bula Licet exigente de Benedicto XIII de 1414 y en la reunión al año siguiente en Guadalupe de los priores de los veinticinco monasterios existentes hasta ese momento para celebrar el primer Capítulo General, del que surgió jurídicamente la Orden de San Jerónimo, que quedó exenta de la jurisdicción de los obispos, decidiéndose que la máxima autoridad fuera el propio Capítulo General, que tendría que reunirse cada tres años en Lupiana, acordándose que el prior de este monasterio, en ese momento fray Diego de Alcorcón, fuera el general de la Orden.

La Orden también tuvo su rama femenina, inspirada en Santa Paula y Santa Eustoquia, siendo su primera fundación el Monasterio de Santa María de la Sisla en Toledo.

En 1423 fray Lope de Olmedo, prior de Lupiana y general de la Orden entre 1418 y 1421, proyectó una reforma radical de los jerónimos abandonando la Regla de San Agustín para adoptar una nueva elaborada por él mismo basada en los propios textos atribuidos a San Jerónimo e introducir disposiciones más severas, próximas a la Regla de la Cartuja, en la línea del eremitismo primitivo, prohibiendo que los monjes comieran carne, obligándoles a guardar clausura y a disciplinarse tres veces a la semana.

Trabajó en el proyecto durante toda la década de 1420 contando con el apoyo del papa Martín V, fundó el monasterio de San Jerónimo de Arcela en unas propiedades en Cazalla de la Sierra y consiguió privilegios y exenciones, bula para crear una nueva congregación y permiso para que los jerónimos pudieran pasarse a ella. A continuación hizo otras fundaciones en Milán, Génova, Florencia y Roma, extendiendo a los jerónimos fuera de la Península. Pero en 1428 el Capítulo General rechazó la nueva regla y, ante el enfrentamiento entre las dos facciones, el papa aprobó la escisión, surgiendo la llamada Congregación Jerónima de la Observancia sujeta a la nueva Regla de San Jerónimo.

Acto seguido, en 1431 y aprovechando su nombramiento por el papa como administrador apostólico de la archidiócesis sevillana tras la suspensión del arzobispo don Diego de Anaya, fray Lope convenció a don Enrique de Guzmán, II conde de Niebla, para que le entregase el monasterio de San Isidoro del Campo, del que era patrón y del que en 1429, y después de complicados pleitos, había conseguido expulsar a los cistercienses alegando irregularidades y desórdenes provocados por la relajación de la observancia monástica.

La reforma de fray Lope de Olmedo buscaba recuperar el rigor eremítico de la Orden jerónima y profundizar en el estudio de las Sagradas Escrituras y la identificación de esa obediencia con San Isidoro del Campo fue tan fuerte que a partir de ese momento los monjes de esta nueva rama fueron conocidos como “los isidros”, que cuando fray Lope se retiró a Roma ya contaba con seis monasterios más en Andalucía: Santa Ana en Tendilla, Santa María en Sanlúcar de Barrameda, San Miguel de los Ángeles de Alpechin en Sanlúcar la Mayor, Santa María de Gracia en Carmona, Santa María del Valle en Écija y Santa Quiteria en Jaén.

La fundación de esta nueva orden después de la época de las órdenes monacales y las mendicantes provocó discusiones sobre cuál era su estatuto propio, incluso con intentos de convertirla en orden militar en 1468 y 1505. También sufrió una fuerte oposición de los benedictinos que terminó cuando en el siglo XVIII Benedicto XIII proclamó un motu proprio en el que declaraba que los jerónimos eran “verdaderos e propios monjes y el Orden de San Gerónymo verdaderamente monacal”, aunque siempre se han definido como un monacato sui generis.

Así, al principio hubo necesidad de justificar su presencia en un monasterio ajeno y se alegó un vínculo de los nuevos habitantes con Itálica basado en las Epístolas 28 y 29 de San Jerónimo, donde el santo dice que mantuvo una relación epistolar con Lucinio Bético, su mujer Teodora y con el presbítero Abigao, todos de esta ciudad, y que Lucinio envió a seis copistas a Belén para que transcribieran sus obras. También quiso ir en persona a Palestina pero murió sin lograrlo, aunque San Jerónimo siguió manteniendo correspondencia con Teodora y Abigao.

Esta relación epistolar quedó plasmada en el propio monasterio en una escena pintada en el Patio de la Hospedería o de los Evangelistas, un ámbito de representación porque estaba abierto a los visitantes, no como el resto del cenobio, y otra en la sala capitular.

San Jerónimo dictando a los monjes en el Patio de los Evangelistas

A partir de la toma de posesión de los isidros, el monasterio fue profundamente reformado decorándose sus ámbitos más representativos.

El Patio de la Hospedería recibió una rica decoración mural y a partir de ese momento empezó a conocerse como Patio de las Evangelistas, que aparecen reflejados en las pinturas. Si queréis conocer con detalle esta decoración, he publicado un artículo monográfico al que podéis acceder a través de este enlace.

Pintura mural del Patio de la Hospedería, que a partir de su nueva decoración empezó a denominarse Patio de los Evangelistas

La sala capitular y el refectorio también recibieron decoración mural en esta primera etapa jerónima, y aunque después fue sustituida por otra, quedan restos muy significativos. En breve publicaré otro artículo profundizando en estos ámbitos.

Refectorio

Santa Cena en el Refectorio, pintada en la primera etapa jerónima del monasterio

Decoración  mural de la primera etapa jerónima en la sala capitular

El claustro procesional empezó a conocerse como Claustro de los Muertos porque adquirió la función funeraria, pues dada la fama en el cuidado y solemnidad con la que los jerónimos realizaban las liturgias de difuntos, se ubicaron en él varias capillas funerarias compradas por ilustres familias, fundando capellanías con la obligación de que los monjes realizaran misas diarias en cada una de ellas para la salvación de las almas de los allí enterrados.

Claustro procesional cisterciense convertido en Claustro de los Muertos a la llegada de los jerónimos

El primer enterramiento documentado es el de don Juan Alonso Pérez de Guzmán, I duque de Medina Sidonia, fallecido en 1468, con el que también se relacionan las bóvedas de arista del ángulo nororiental y la decoración pictórica de todo el claustro.

Bóvedas de arista en el ángulo nororiental del Claustro de los Muertos

Decoración pictórica en el arrimadero del Claustro de los Muertos

En 1448 el papa Nicolás V concedió a San Isidoro exención de la jurisdicción del arzobispado de Sevilla, quedando directamente sujeto a la Santa Sede.

En 1490 recibió también sepultura en el claustro, junto a la puerta de la iglesia, don Alvar Pérez de Guzmán, hijo natural de don Juan Alonso, y esa panda norte del claustro se decoró con pinturas murales.

Escudo de don Albar Pérez de Guzmán en la panda norte del Claustro de los Muertos

En el claustro también empezaron a recibir sepultura los propios monjes jerónimos, con sus nombres grabados en las cenefas del arrimadero. Junto a la puerta de la iglesia está la losa sepulcral del prior del monasterio fray Fernando de Zevallos, erudito y escritor, autor de La Itálica, escrita entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX aunque no fuera publicada hasta 1886.

Recreación de una ceremonia de enterramiento de un  monje (4)

Losa sepulcral de fray Fernando de Cevallos

También se crearon capillas funerarias patrocinadas por ricos burgueses. En el ángulo noroccidental está el altar del Cristo de Torrijos, financiado por Luis Riverol, un rico comerciante de origen genovés fallecido en 1515, un altar alacena con puertas batientes en las que están representados San José y San Francisco y enmarque de azulejos de aristas atribuidos al taller de Niculoso Pisano que aloja un retablo rococó con una escultura de Cristo atado a la columna de la segunda mitad del siglo XVIII. Junto al altar, enmarcada en paños de azulejos de aristas del siglo XVI se conserva la lauda de Riverol, realizada en mármol italiano con el anagrama de Jesús flanqueado por dos escudos.

Altar del Cristo de Torrijos

Lauda de Luis Riverol

En ese siglo XVI las pinturas del arrimadero en la galería norte del Claustro de los Muertos fueron sustituidas por paños de azulejos de arista, seguramente porque estarían muy deterioradas por ser la zona más expuesta al sol.

Paños de azulejos en la panda norte del Claustro de los Muertos

Adosado a la panda sur del Claustro de los Muertos se empezó a construir el Claustro Grande, llamado así por sus grandes dimensiones, para alojar las celdas individuales tras la supresión del dormitorio común. Pero nunca llegó a terminarse y en la actualidad está en ruinas.

Ruinas del Claustro Grande (5)

Adosado a la panda norte del Patio de la Hospedería también se construyó el Patio de la Botica, donde recibían atención médica y farmacéutica los trabajadores del monasterio y los vecinos de Santiponce. En la actualidad es la sede de la Fundación Casa Álvarez de Toledo y Mencos y no es visitable.

La Orden Jerónima se centró, fundamentalmente en la labor intelectual y el estudio de las Sagradas Escrituras, y los monasterios eran grandes centros de producción documental y bibliográfica además de ámbitos de investigación, docencia y reproducción de saberes del Medievo y del Antiguo Régimen. Este estudio sistemático, siguiendo el ejemplo de San Jerónimo, y según las reformas impulsadas por fray Lope de Olmedo, fue el origen, en parte, de que entre 1550 y 1562 en San Isidoro del Campo surgiera uno de los focos reformistas más activos en España, en el que prácticamente toda la comunidad optó por seguir las teorías luteranas y leer y traducir libros prohibidos. Pero la Inquisición sometió a los reformistas a Autos de Fe, los condenó por “luteranismo”, algunos murieron en la hoguera, otros fueron quemados en efigie, y varios de ellos, entre los que estaban el prior, el vicario y el procurador, consiguieron huir. La propia Catedral de Sevilla fue otro foco, en el que varios canónigos, personas importantes de la época, fueron procesados y condenados.

Casiodoro de Reina, monje del convento, se estableció en la Europa reformada y tradujo al castellano una Biblia completa que fue publicada en 1569 y que se conoce como Biblia del Oso porque en su frontispicio tiene una ilustración con un oso, que aunque se dice que fue la primera traducida, hubo otras anteriores. Su revisión por Cipriano Valera en 1602, conocida por la Biblia del Cántaro, sigue siendo hoy el texto que utiliza la Comunidad Evangélica de habla hispana.

Frontispicio de la Biblia del Oso

En 1561 comenzó la construcción, adosado a la panda oriental del Patio de la Hospedería, del Claustro de los Mármoles o de los Aljibes, que alojaba una biblioteca, el archivo, la sala de monjes y talleres. Contaba con una rica solería y una balaustrada de mármol con los relieves de los Padres de la Iglesia en las esquinas y se arruino a fines del siglo XIX, vendiéndose como material de construcción.

Axonometría del monasterio en época jerónima tras la construcción del Claustro Grande y del Claustro de los Mármoles (1)

Planta del núcleo principal del monasterio en época jerónima (6). Las indicaciones son mías

Los isidros gozaron de vida independiente hasta 1568, cuando los frailes que todavía habitaban en San Isidoro, tras la purga por el brote protestante, y el resto de monasterios de esa rama, por orden de Felipe II, fueron obligados por el breve papal Superioribus mensibus a incorporarse a la Orden Jerónima, extinguiéndose así la Congregación Jerónima de la Observancia y llegando a fusionarse más de sesenta monasterios. Los de Portugal permanecieron unidos a los españoles entre 1596 y 1675, que se independizaron de nuevo. La expansión se centró en el centro y sur peninsular, sin que hubiera fundaciones en Galicia, Asturias, León y Navarra, territorios ocupados desde hacía siglos por benedictinos y cistercienses. En Valencia solo hubo cuatro casas, dos en Cataluña y una en Aragón.

Esta maniobra formó parte de un amplio programa de reforma del clero regular impulsado por la propia Corona en el que Felipe II solicitó autorización a Pío V para suprimir varias Órdenes que no controlaba e incorporarlas a otras que deseaba potenciar. Así, los franciscanos conventuales, los alcantarinos y los terciarios regulares franciscanos fueron transferidos a los franciscanos observantes; los premonstratenses y “nuestros” isidros, pasaron a los jerónimos; y los mercedarios, trinitarios y carmelitas, sin ser absorbidos, fueron reformados por los dominicos.

En 1600 se inició una amplia reforma de las dos iglesias de San Isidoro del Campo y se demolió el muro que las separaba para colocar entre los dos ábsides un altar dedicado a San Pedro. La obra fue patrocinada por don Enrique de Guzmán y Ribera, II conde de Olivares, siguiendo las disposiciones testamentarias de su padre, don Pedro de Guzmán y Zúñiga, I conde de Olivares, y su deseo de ser enterrado en el monasterio, aunque después sus restos fueron trasladados a la colegiata de Santa María de las Nieves en Olivares, donde don Enrique construyó una capilla funeraria propia para la familia. En el nuevo altar, hoy desaparecido, se colocaron las reliquias de San Eutiquio y un lienzo de San Pedro de Pascuale Cati, autor italiano de la segunda mitad del siglo XVI, que hoy está en el altar de la sala capitular.

Fotografía antigua en la que se ve el Altar de San Pedro entre las dos iglesias (1)

San Pedro

Durante esta reforma también se retiraron los túmulos familiares de las naves de las dos iglesias, los túmulos funerarios de don Juan Alonso Pérez de Guzmán y doña Urraca Osorio fueron reubicados en el presbiterio de la iglesia nueva, se desmontó el coro alto de la iglesia primitiva para pasar a ocupar dos de los tres tramos de la nave, se bajaron las gradas del presbiterio y se revistió de mármoles romanos procedentes de Itálica, se retallaron las ménsulas, decorándose con molduras manieristas, se elevó el nivel de la iglesia, se encargaron nuevos retablos y las efigies de los fundadores, que en 1609, coincidiendo con el trescientos aniversario de la muerte del fundador, fueron trasladadas a sendos arcosolios en alto en los laterales del presbiterio de la iglesia primitiva. Juan Martínez Montañés fue el encargado de realizar las efigies de los donantes, los dos retablos mayores, un retablo lateral dedicado a Santa Ana que hoy se encuentra en la capilla del Reservado de la sala capitular y supervisó la realización de un altar dedicado al Niño Jesús. En el artículo que he publicado dedicado a las dos iglesias del monasterio, os hablo detenidamente toda esta trascendental reforma. Podéis consultarlo en este enlace.


Ábside de la iglesia fundacional con el retablo mayor y las sepulturas de los fundadores, obras de Martínez Montañés

Coro bajo en la iglesia fundacional

En 1603, tras la destrucción de la localidad de Santiponce, que en origen estaba en la Isla del Hierro en el Guadalquivir, por una riada, y el asentamiento de los vecinos sobre una zona de las ruinas de Itálica, cuyos materiales fueron utilizados para la construcción de las nuevas viviendas, la segunda iglesia pasó a ser templo parroquial sin que eso afectara a la comunidad, que siguió utilizando la primera para el culto monástico. El cementerio de monjes cistercienses que ocupaba el actual Patio de los Naranjos empezó a funcionar como camposanto de la población hasta el siglo XIX.

Patio delos Naranjos, antiguo cementerio de Santiponce

En 1615 se reforma la sacristía tomando parte de la sala capitular, construyendo al lado otra pieza y eliminando la librería de la planta alta, que los jerónimos habían ubicado en el antiguo dormitorio común cisterciense. El nuevo ámbito generado respondía a un nuevo tipo contrarreformista que procuró la dignificación del culto divino. Según San Carlos Borromeo, debía ser “amplia y de tal modo que se extienda un poco más largamente”, una nueva manera de concebir este espacio que coincidía con el empeño de los jerónimos en el cuidado y esplendor de la liturgia.

Sacristía

En 1634 se reforma la sala capitular y dos años después se traslada el altar de Santa Ana desde la iglesia a la capilla del Reservado.

Sala capitular. La pared de la izquierda refleja la decoración de la primera etapa jerónima y la de la derecha la realizada después

Lado de la sala capitular que refleja la reforma del siglo XVII

Altar de Santa Ana en la Capilla del Reservado

En 1669 el monasterio sufrió un incendio en el que se quemó la sacristía y el cuarto de al lado, en el que se guardaban los ornamentos, libros y alhajas del culto divino.

Tras las desamortizaciones del siglo XIX y la exclaustración forzosa de los monjes en 1835, el monasterio pasó a ser propiedad del Estado, cada vez más degradado, y una parte del conjunto se convirtió en correccional de mujeres.

En 1866 el padre Zevallos describe los claustros de la siguiente manera:

“El primero sirve para la procuración, despensa y hospedería. El segundo, fundado sobre columnas de mármol blanco… baldosas de piedras blancas y negras… El tercer claustro que es cuadrilongo de fabrica antigua, todo de ladrillo y solo sirve para sepultura de los Religiosos y para dar entradas y salidas al refectorio, Iglesia y Sacristía, y por donde se hacen las procesiones claustrales, así de difuntos como de festividades. Por él se entra al claustro principal que es el último y si estubiera acabado es uno de los maiores que hay en la orden”.

Grabado de David Roberts de 1835 de las ruinas de Itálica, con San Isidoro del Campo al fondo. BNE

En 1863 se enviaron a la Catedral de Sevilla cuarenta y cinco libros de coro, conservándose en el monasterio sólo algunos libros litúrgicos y de canto que por su calidad de impresión y encuadernación denotan el rico patrimonio bibliográfico con el que contó el cenobio, una colección que llegó a ser mucho mayor.

Durante la Revolución Gloriosa de 1868 sufrió varios altercados denunciados por la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la Provincia de Sevilla en un escrito que mostraba la indefensión en la que se encontraba el monumento, sin puertas ni rejas, con los materiales amontonados, las tejas removidas y robadas, la cubierta caída de una de las crujías del Patio de los Evangelistas, la profanación de algunas tumbas de los Guzmanes… A continuación también se hundieron el Claustro de los Mármoles o de los Aljibes, la botica y la hospedería.

La Orden Jerónima se centró, fundamentalmente en la labor intelectual y el estudio de las Sagradas Escrituras, y los monasterios eran grandes centros de producción documental y bibliográfica además de ámbitos de investigación, docencia y reproducción de saberes del Antiguo Régimen. En el Archivo de Medina Sidonia se conserva un plano del monasterio de 1881 en el que se dice que el archivo monacal estaba en la planta baja del ala sur del Claustro de los Mármoles, por lo que su ruina supuso la consagración de la dispersión y la pérdida del inmenso patrimonio documental y bibliográfico con el que contaría San Isidoro y que ya venía sucediéndose desde comienzos del siglo. Una prueba de su prolija actividad es la sistemática copia de determinados textos conservados en la Real Academia de la Historia, en el Archivo Ducal de Medina Sidonia o en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla. Parte del archivo y algunos fondos bibliográficos pasaron al duque de Medina Sidonia, al duque de T’Serclaes, al Palacio Arzobispal, a la Universidad Literaria, a la parroquia de San Ildefonso…  

Recientemente se ha localizado en Alcalá de Henares algún libro procedente de San Isidoro que fue propiedad del prior del monasterio fray Fernando de Zevallos, una figura fundamental para el conocimiento del conjunto monumental y el inicio de su estudio sistemático. También se ha encontrado una obra manuscrita en la Biblioteca Nacional que contiene el Memorial del monasterio escrito en el siglo XVI por fray Francisco de Torres y otra también manuscrita en la Real Academia de la Historia con una copia del mencionado Memorial, la Historia de la Casa de Guzmán del mismo autor y los Epitafios del Monasterio copiados por el doctor Pedro Salazar Mendoza.

En 1872 se consiguió que el monasterio fuera declarado Monumento Artístico Nacional, el primero de Andalucía catalogado como tal.

En 1874 la Dirección General de Instrucción Pública ordenó al arquitecto provincial, buscando salvar la parte artística del conjunto aunque para ello hubiera que abandonar el resto, el levantamiento planimétrico de las partes a conservar, que fueron remitidos a la Real Academia de San Fernando para su aprobación, quedando pendiente cerrar los presupuestos e iniciar las obras. Los planos fueron acompañados de un informe fechado en 1875 y firmado por el vicepresidente José Demetrio de los Ríos y Serrano que incluía las partes y las obras proyectadas:

“El edificio se compone de tres partes.
1º.- Una larga nave en ángulo con otra, flanqueada por dos torres, obra que los frailes no vieron concluida, y que sin una de dichas torres y sin multitud de muros transversales vendrá al suelo a pesar de su buena construcción que pertenece a las postrimerías del pasado siglo y carece de mérito artístico.
2º.- Toda la porción del exconvento que sirvió de presidio de mujeres, y que en la transformación perdió el poco carácter monumental que tenía.
3º.- El conjunto monumental formado por la iglesia, patio de los aljibes, de los muertos, y de los frescos, la escalera y otras dependencias que, aunque modernas, están enclavadas entre las obras del siglo XV y XVI.
En los planos como verá la Academia de San Fernando, se aísla esta última parte asegurándola en primer lugar. Se hacen todas las obras de reparación, y excepto la parte alta del patio de los mármoles, todo lo interesante se libra, siendo ya fácil conservarlo, custodiarlo y garantizarlo. Respecto a lo demás, se procurará evitar su caída, dirigiendo pericialmente los derribos indispensables y rehabilitando la tapia que encierra la totalidad del antiguo monasterio”.

En 1880 don José Joaquín Álvarez de Toledo, XVIII duque de Medina Sidonia, después de un largo pleito en el que, como descendiente de los antiguos patronos, reclamaba su derecho de propiedad sobre el edificio, logró recuperar parte del inmueble. En este sentido, el mencionado plano de 1881 conservado en el Archivo de Medina Sidonia contiene la siguiente leyenda:

“Plano del exconbento de San Isidro del Campo. Provincia de Sevilla villa de Santiponse compuesto dicho edificio de pizo bajo y principal. Lo que está marcado en negro es lo que béndio el gobierno y lo que está de rojo es lo que entregaron á el Ermo duque de Villa franca. Mide la parte que esta en negro 38605 metros de superficie y lo que está en rojo 18220. Ademas acompaña á el Plano un cuaderno de tazación de los desperfectos mumeradas las dependencias. Los números negros que contiene el Plano con puntos en cima. Son los que están en relación con la numeración del cuaderno para su facil inteligencia (sic todo)”.

“1 Estancia de bueyes//2 Pajar//3 Pajar//4 Granero//5 Molino de aceituna//6 Patio//7 Corral//8 Jardín//9 Habitación//10 Taller de carpintería//11 Cuarto de Herramientas//12 Estancia de la Huerta//13 Habitación de la Huerta//14 Patio y Pazo del Jardín//15 Entrada//16 Pozo//17 Alberca//18 Pilon//19 Patin//20 Habitación//21 Cuarto de porteria//22 Almasen//23 Cuadra//24 Patio principal//25 Entrada principal//26 Huerta//”

“Lo que entregaron al S. S. Duque//1 Entrada al exconbento//2 Claustros//3 Escalera principal//4 Capitulo//5 Capilla del Capitulo//6 Almacen del monumento//7 Pazo al Patio de los Muertos//8Refectorio de servidumbre//9 Refectorio de la Comunidad//10 Patio de los Muertos// Sacristia//12 Almacen de los efectos de la Iglasia//13 Cuarto para fumar//14 Lavatorio/15 Iglesia//16 Patio de los Frescos//17 Hospedería//18 Archibo//19 Cuarto del Archivero//20 Algibe y patio de las columas//21 Cuadra//22 Patio de la Botica//23 Botica//24 Almacen de Efectos de labor//25 Patio//26 Sementerio//27 Cosina//28 Patio principal antes naranjal//29 Cruz con pedestal//30 Torre que estaba en construcción//31 Ojo Del patio del 2º pizo//32 Serdas en construcción//33 Escalera//32 Escalera del Almacen a la Botica//32 Escaleras de las Serdas de la Comunidad//36 Pazo de la Cosina//37 Pozo//Agosto de 1881”

Plano del complejo en 1881 conservado en el Archivo de la Casa de Medina Sidonia

El resto de dependencias se dedicaron a diferentes usos industriales que agravaron su deterioro, desapareciendo algunos elementos del conjunto. Como después de cuatro años, todavía no se había resuelto nada, se pidió ayuda a la Diputación y al Ayuntamiento de Sevilla, que también la denegó por falta de presupuesto.

Entre 1956 y 1978 el monasterio volvió a ser habitado por una reducida comunidad jerónima, siendo prior el escultor y religioso fray José María Aguilar Collados.

En la parte donde hubo una fábrica de café, en 1978 se instaló otra de malta, vendida en 1981 a la Fundación Evangélica “Reina-Varela”. Además, en el ala derecha del compás los capuchinos abrieron la Asociación Paz y Bien.

En 1990 la Junta de Andalucía firmó un convenio de cesión de uso con la Fundación Casa Álvarez de Toledo y Mencos, su propietaria, con el compromiso de restauración, rehabilitación y acondicionamiento y la puesta en valor del núcleo fundacional. Los trabajos de restauración fueron dirigidos por Víctor Pérez Escolano y Antonio González Cordón y al tiempo se fueron adquiriendo gran parte de los elementos restantes, incluso durante algún tiempo se barajó la idea de crear un Parador Nacional de Turismo.

En 2002, dentro de los actos de conmemoración del VII Centenario de la fundación, se celebró la exposición San Isidoro del Campo (1301-2002): Fortaleza de Espiritualidad y Santuario del Poder y el monumento quedó abierto al público tras una larga restauración que todavía no está concluida pero en la que se puso en valor el núcleo central del conjunto, que es lo que se visita en la actualidad.
En el verano de 2016 fueron robados varios azulejos atribuidos al ceramista Niculoso Pisano que estaban en el Claustro de los Muertos.

Aquí os dejo con otros artículos de San Isidoro del Campo en Viajar con el Arte:

Imágenes ajenas:

(1) RESPALDIZA LAMA, P. J. y RAVÉ PRIETO, J. L., Monasterio San Isidoro del Campo. Guía, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, Santiponce, 2002.
(3) https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Paintings_by_Juan_de_Vald%C3%A9s_Leal_in_the_Museo_de_Bellas_Artes_de_Sevilla
(4) RESPALDIZA LAMA, P. J., RAVÉ PRIETO, J. L. y FERNÁNDEZ CARO, J. J., San Isidoro del Campo. Cuaderno del Alumnado. ESO. Gabinete Pedagógico de Bellas Artes. Sevilla, Junta de Andalucía, Camas-Sevilla, 1984. Dibujos de Francisco Salado Fernández
(6) RÍOS MOGUER, A., La Maltería, Centro de recepción de visitantes para el Monasterio de San Isidoro del Campo, Santiponce, Sevilla, Proyecto Fin de Carrera, Universidad de Sevilla, Grado de Arquitectura, 2018.

Fuentes:

CAMPOS FDEZ. de SEVILLA, F. J. (Dir.), La Orden de San Jerónimo y sus Monasterios. Actas del Simposium, vols. I y II, San Lorenzo de El Escorial, 1999.
GESTOSO PÉREZ, J., Sevilla monumental y artística, vol. III, Sevilla, 1892.
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, M., “Propiedades, rentas y explotación del dominio del Monasterio de San Isidoro del Campo”, Historia. Instituciones. Documentos, nº 36, 2009, pp. 199-227.
FERNÁNDEZ, P. Historia de la Liturgia de las Horas, Biblioteca Litúrgica 16, Barcelona, 2002.
HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, S., “Desamortización: Monasterio de San Isidoro del Campo”. En Fondos y procedencias: bibliotecas en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, Exposición virtual 
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