La cartuja de Santa María de El Paular de Rascafría, en Madrid
La Cartuja del Paular en Rascafría, un pueblo en el valle alto del río Lozoya, en la vertiente sur de la Sierra de Guadarrama, hoy en la provincia de Madrid pero hasta 1834 perteneciente a Segovia, fue la primera fundación de la Orden de san Bruno en la península, a partir de la donación de Juan I de Castilla en 1390 a la orden cartujana de sus palacios del Poblar y del traspaso y canónica colación de don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, de la ermita de Santa María del Poblar.
Aunque hay autores que defienden que la donación se realizó a partir de las cláusulas testamentarias de Enrique II de Trastámara para resarcirse por haber incendiado un monasterio cartujo en unas campañas en Francia, la fundación más bien se inscribiría dentro del movimiento reformista en la corte de Juan I, su hijo, que también instauró, en el transcurso de ese año de 1390, otros dos monasterios más convertidos en esenciales para sus respectivas órdenes: El Real Monasterio de Guadalupe de la orden jerónima y el Real Monasterio de San Benito de Valladolid, tres fundaciones presididas por el fervor y la austera observancia de las reglas, tal y como rezaban las Constituciones que habían sido firmadas en 1379 en Alcalá de Henares para mejorar la formación de los eclesiásticos, que en ese momento se creía resentida.
Cartel señalizador del monumento
Como fundación real, El Paular siempre fue muy apreciada por los reyes castellanos, convirtiéndose en la más prestigiosa de las cartujas, muy próspera y con un papel esencial en la expansión de la orden, interviniendo directamente en la fundación de Las Cuevas de Sevilla, Aniago, Miraflores y Granada y conformándose como el centro más activo que llevó a la fundación, en 1785, de la Congregación Nacional de cartujos españoles, ya independientes de la Grande Chartreuse.
Con la invasión napoleónica y las posteriores desamortizaciones del siglo XIX la vida religiosa quedó interrumpida por la exclaustración de la comunidad y se perdieron muchas de las obras de arte del monasterio, como los retablos y altares de las paredes de la iglesia o los miles de libros de su magnífica biblioteca.
En 1844 sus propiedades inmuebles fueron divididas en lotes y adquiridas por particulares y 20 años después el Estado compró a los propietarios el edificio en sí del monasterio, que en 1876 fue declarado Monumento Nacional, lo que, probablemente, lo salvó de la ruina total.
En 1918, y ante las voces en contra de la desaparición de un monumento de semejante valor histórico y artístico, la Dirección General de Bellas Artes le dio uso creando la Escuela de Pintores del Paular y el monasterio también comenzó a acoger la actividad científica y montañera de miembros de la Institución Libre de Enseñanza.
Pero la Guerra Civil interrumpió ese proceso, la cartuja sufrió importantes deterioros y al terminar la contienda de nuevo quedó abandonada hasta que en 1954 el Estado la cedió en usufructo vitalicio a la orden benedictina por no haberse podido hacer cargo de él la cartuja, a la que se le ofreció primero. Así, la vida monástica quedó restablecida gracias a un grupo reducido de monjes procedentes del Monasterio de Valvanera, comenzando un plan de restauración que continúa en la actualidad, con la comunidad ocupando parte del monasterio y otra parte convertida en hotel.
El proyecto inicial tenía tres edificios: monasterio, iglesia y palacio real y experimentó distintos periodos de actividad constructiva. Las primeras edificaciones se levantaron en torno a 1400. Algunos documentos parecen informar que en sus inicios trabajaron un tal Rodrigo Alonso, un tal “morisco Abderramán” y Juan Guas, este último responsable del atrio y la portada de la iglesia y del claustro de los monjes.
Ya a fines del siglo XV, en tiempos de los Reyes Católicos, también intervino Rodrigo Gil de Hontañón, al que se debe, por ejemplo, la portada de acceso al patio del Ave María en el palacio.
En siglos sucesivos el complejo experimentó reformas, mejoras y ampliaciones que fueron conformando su aspecto, con distintas edificaciones y patios fruto de la mezcla de distintos estilos artísticos y que dieron lugar a su irregular plano.
Plano irregular del monasterio como resultado de sucesivos añadidos a lo largo de su historia (1)
El primer patio que nos encontramos es el de la Cadena, que destaca, principalmente, por el mencionado arco de Rodrigo Gil de Hontañón que comunica con el patio del Ave María, en torno al cual se alzaba el palacio de Enrique III y que hoy es el núcleo principal del hotel.
Detalle del arco que comunica el patio de la cadena con el del Ave María o de la Procuración
Antes de entrar al patio del Ave María está la capilla de la Virgen de Monserrat, antes capilla de los Reyes, que debió ser el ábside de la iglesia cartuja construida en el siglo XIV sobre la primitiva ermita de Santa María.
La portada data de fines del siglo XV y muestra puerta enmarcada por alfiz. Una restauración suprimió un porche rectangular del siglo XVII que servía para cobijar a los mendigos.
Fotografía antigua del arco que comunica el patio de la cadena con el del Ave María y en el que se observa todavía el porche del siglo XVII en el que se cobijaban los mendigos (2)
Tiene planta cuadrada y cubierta de bóveda de crucería y con un pequeño altar barroco con una moderna imagen de la “Moreneta”, de ahí su nueva nominación.
Bóveda de crucería de la capilla de Virgen de Monserrat
Gran parte del actual aspecto del patio del Ave María es producto de las renovaciones realizadas en la década de 1660, a las que, ya en el siglo XX, se han incorporado las que se han hecho para habilitarlo como hotel. Tiene galería adintelada de columnas de granito sobre la que se levanta un cuerpo de ladrillo visto con vanos rectangulares.
Desde su crujía oriental se puede observar el hastial a los pies de la iglesia con un gran escudo real de Castilla en su vértice, y la parte superior de la torre.
Para poder acceder al monasterio hay que salir de nuevo a la carretera que conduce a Rascafría y adentrarse en las dependencias monacales. A la iglesia se accede a través de un pasadizo que desemboca en el llamado patio de la iglesia.
Está precedida de un atrio de planta cuadrada con cubierta gótica de terceletes que apoyan sobre columnas adosadas.
Cubierta del atrio
La portada de la iglesia es obra del artífice hispano-flamenco de los Reyes Católicos Juan Guas, formada por tres arquivoltas ojivales prolongadas por finas columnillas con capiteles vegetales enmarcadas por un gran arco conopial sobre pilastras rematado por florón, con rica decoración con esculturas de santos, motivos vegetales y animales y otros temas decorativos.
Fotografía antigua de la portada de la iglesia (2)
El tímpano muestra una Piedad policromada con un dintel con la inscripción VIDETE SI EST DOLOR SICUT DOLOR MEUS (“MIRAD SI HAY DOLOR COMO MI DOLOR”).
La iglesia es de planta rectangular de nave única muy alargada para dar espacio a los tres tramos propios de los templos cartujos, uno hasta la reja para los seglares varones (estaba prohibida la entrada a las mujeres), otro con el coro de conversos y, finalmente, el más cercano al presbiterio, para el coro de monjes.
Separación entre coro de conversos y coro de monjes, hoy desmontada (2)
Afortunadamente, de la construcción primigenia se conservan dos soberbias obras. Una es la reja de hierro forjado policromado, quizá el mejor ejemplo de la época conservado en España, obra del converso cartujo fray Francisco de Salamanca, autor también de la de la catedral de Sevilla, la de la cartuja de Miraflores o la del monasterio de Guadalupe.
Y la otra obra tardo-gótica es el retablo mayor de alabastro policromado. Está dividido en dos cuerpos y ático, con compartimentos rectangulares con grandes guardapolvos de tracería gótica que contienen escenas de la Vida de Cristo, predela con escenas de la Vida de la Virgen, cuerpo inferior con hornacina con la Virgen flanqueada por dos portaditas que comunicaban con el primitivo Sagrario y remate con un Calvario.
Planta de la iglesia a comienzos del siglo XVII, todavía con el sagrario antiguo (3)
Algunos autores aprecian influencias de Simón de Colonia, fechándolo en 1490. Otros ven afinidades con la escuela burgalesa de los Colonia y Gil de Siloé y dan como fecha límite 1474. Pero quizá la teoría más adecuada sea la que lo relaciona con la escuela hispano-flamenca de Toledo y Juan Guas, que ya vimos que se piensa que fue el artífice de la propia portada de la iglesia. Las últimas investigaciones apuntan a que fue realizado in situ, como demostrarían la cantidad de deshechos de alabastro, algunos incluso tallados, utilizados para terraplenar el patio de Matalobos, recientemente descubiertos.
Detalle de la predela, con la Visitación y el Nacimiento de la Virgen
La sillería del coro de monjes fue tallada ya en el siglo XVI por Bartolomé Fernández, y aunque en 1883 fue trasladada a la basílica de san Francisco el Grande de Madrid, en 2003 volvió a su lugar de origen.
Detalle de los sitiales, con un bajorrelieve de San Bartolomé
El estilo barroco que presenta la iglesia es producto de la renovación del edificio en el siglo XVIII, visible en la decoración interior, y de la que se ocuparon algunos artífices del palacio de la Granja de San Ildefonso, con muros decorados con seis pares de pilastrillas adosadas con capiteles compuestos sobre los que corre un entablamento que sirve de arranque a la bóveda de medio cañón con lunetos profusamente decorada con escayola y dorados, recientemente restaurada, y que sustituyó a una cubierta mudéjar original del llamado maestro Abderramán.
Pero la incorporación más importante de este periodo, más temprana que la decoración general, es la espectacular Capilla del Santísimo situada tras el altar.
Tradicionalmente los cartujos incorporaban una capilla para el Santísimo detrás del presbiterio a la que daban una excepcional importancia, de ahí que sea la parte de la iglesia que más transformaciones ha sufrido a lo largo de su historia. De la primitiva estructura sólo nos quedan los vestigios de las portadillas laterales del retablo de alabastro. Se sabe que en el siglo XVII su cúpula fue decorada con pintura mural por Antonio de Lanchares, que también elaboró un retablo esculpido, pintado y estofado que se cree que también contaría con pinturas del cartujo Juan Sánchez Cotán.
El actual sagrario fue proyectado por Francisco Hurtado Izquierdo en 1718, que ya había realizado el de la Cartuja de Granada en 1702, y tiene dos partes diferenciadas separadas por una mampara. Por un lado está el tabernáculo hexagonal que alberga un sagrario monumental construido en 1724 con mármoles de colores para albergar una gran custodia barroca de plata sobredorada del orfebre cordobés Tomás de Pedrajas, desaparecida durante la Invasión Francesa.
La otra parte es un ámbito que funciona como nave, con planta de cruz griega con cuatro capillitas de planta hexagonal en los chaflanes de la intersección de los brazos y crucero con cúpula de casquete esférico. Está decorado con tallas de diversos santos, la mayoría de Pedro Duque y Cornejo, el autor de la sillería del coro de la catedral de Córdoba, y el resto de Pedro Alonso de los Ríos. De la decoración pictórica, realizada por Antonio Palomino en 1723, apenas queda nada.
Detalle de lo que podríamos denominar “nave” del sagrario. La profusión decorativa camufla por completo la estructura arquitectónica, confundiendo elementos sustentados y sustentantes en solución de continuidad
La sala capitular tiene planta rectangular y estaba cubierta de bóveda ojival de tres tramos hoy camuflada, pues en el siglo XVIII se le añadió un falso entablamento con angelotes y frutos policromados y el escudo de Castilla en el muro occidental, cuando también desaparecieron los frescos que Claudio Coello había realizado en 1672.
En la actualidad la comunidad benedictina la utiliza como capilla y cuenta con un retablo barroco churrigueresco de columnas salomónicas, angelotes y profusa decoración vegetal. Estaba presidido por una talla de san Bruno, quizá de Alonso Cano, flanqueado por san Hugo y san Antelmo y culminado por un Calvario. La talla de san Bruno en la actualidad está en la iglesia de Rascafría y su lugar lo ocupa una Inmaculada que pertenecía al arco de separación entre el coro de monjes y el de confesos de la iglesia.
Angelote del retablo de la sala capitular
Al claustro se accede desde el atrio de la iglesia a través de una portada de gótico florido que abre a una galería de nervadura gotico-trapezoidal. Su construcción data de la década de 1480 y también fue proyectado por Juan Guas.
Detalle de la cubierta de la galería que comunica el atrio con el claustro
Es de planta cuadrada y un único piso de cubierta de crucería, y en torno a él se situaban las celdas o “casitas” cartujanas, incluida la prioral.
Panda sur del claustro
Fotografía antigua de la panda sur del claustro cuando ya estaban retirados los cuadros de Carducho (2)
En 2011, tras la climatización de este ámbito, se reincorporaron, después de una ardua restauración que terminó en 2006, 54 de los 56 cuadros con escenas de la Vida de san Bruno de Colonia y la Historia de la Orden cartuja que Vicente Carducho pintó entre 1626 y 1632 y que estaban repartidos por distintas instituciones desde la dispersión de las obras tras las desamortizaciones. Los dos que faltan, que estaban en el Museo Municipal de Tortosa fueron quemados en durante la Guerra Civil.
Lamentablemente, aunque esta recuperación nos permite admirar el ciclo casi completo de pinturas colocadas en el lugar para el que fueron pintadas, un verdadero lujo, no ha debido encontrarse otra solución para mantener el ámbito en condiciones óptimas de iluminación, temperatura, humedad… que dejar sin posibilidad de visita el jardín-cementerio del claustro, una verdadera joya arquitectónica organizada mediante arcos conopiales entre contrafuertes culminados con ricos pináculos y gárgolas de gran riqueza ornamental, y el templete octogonal del siglo XVII que se levanta en el centro.
Al lado de la iglesia está el llamado claustrillo o claustro de la recordación, una obra primeriza de Vicente Acero también del siglo XVIII que cuenta con un zócalo de azulejos talaveranos con escudos reales y escudos cartujanos. Es un ámbito que comunica la sacristía y el refectorio con la iglesia.
Sui generis reconstrucción de uno de los escudos reales del zócalo de azulejería talaverana del claustrillo
La sacristía, hoy en desuso, está muy desornamentada, con cubierta del siglo XVIII, sencillas cajoneras y un crucifijo en una hornacina de arco de medio punto.
El refectorio, de época algo anterior a la iglesia, una de las partes más antiguas del conjunto, es de planta rectangular con esbelta tracería gótica. Está presidido por una Crucifixión gótica, quizá procedente del primer retablo, y una copia libre de la Última Cena de Tiziano de El Escorial, pintada por Eugenio de Orozco para el Paular, y que aunque en la actualidad pertenece a las colecciones del Museo Cerralbo, luce de nuevo en su lugar de origen gracias a un depósito temporal de la institución.
Se accede al púlpito mediante un arco ligeramente apuntado y angrelado que algunos autores ponen en relación con el mencionado Abderramán de Segovia, que sería el primer arquitecto de El Paular.
La Última Cena de Orozco y el púlpito
Y aquí termina la visita, teniendo que pasar de nuevo por la iglesia para salir del complejo.
Frente al monasterio se encuentra el Arboreto Giner de los Ríos, con centenarias olmos, sauces, fresnos y robles, y el Puente del Perdón, del siglo XVIII, donde puede darse un agradable paseo.
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San Michele in Isola de Venecia
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Notas:
(3) ABAD, C., y MARTÍN ANSÓN, Mª L., “D. Melchor de
Moscoso y Sandoval († 1632) y Baltasar de Acevedo y Zúñiga († 1622), dos
personajes de la corte enterrados en el Monasterio de El Paular”. Archivo Español de Arte, vol. 81, nº 323,
julio-septiembre, 2008, pp. 271-290.
Fuentes:
NAVASCUÉS PALACIO, P., Monasterios en España. Arquitectura y vida monástica. Barcelona, Nunwerg, 2000.
Comentarios
Traté de fotografiarlo en mi última visita, pero con la vuelta al claustro de los cuadros representando la vida de San Bruno de Carducho se han puesto muy bordes. Es una lástima.
Gracias por tu entrada, Sira. Es una gozada.
Un saludo muy cordial.
En cuanto a lo de las bóvedas, fíjate, yo tengo mis dudas. Es verdad que el terremoto llamado “de Lisboa”, pero que tanto afectó a una gran parte de la Península, dañó mucho la cartuja, pero también creo que eso se aprovechó para incorporar el “nuevo gusto”, reformar de acuerdo a las nuevas modas del momento muchos edificios. Parece que eso es lo que también pasó con el, hoy tan de actualidad, claustro de la Catedral Vieja de Salamanca, cuando el cabildo decide, en vez de restaurarlo, erigir uno nuevo de gustos barrocos e incluso duplicar su espacio con otro piso encima. Veremos a ver si, efectivamente, las piedras de ese claustro, durante bastante tiempo amontonadas en algún lugar de la catedral, terminan por ser las de Palamós. Confío en seguir encontrando tu certera mirada por estos lares. Un abrazo “cómplice”.
Y ten por seguro que me encontrarás rondando, con toda la frecuencia que me resulte posible, por estos tus lares que, desde hace unos días, siento también muy míos.
Un fuerte abrazo.
Respecto a los enterramientos en el claustro, los cartujos aún lo siguen haciendo, es parte de su regla, con la comunidad benedictina no se como se realizan los enterramientos pero probablemente sigan enterrando a los muertos en este mismo lugar porque recuerdo que tenían las tumbas bastante bien cuidadas.