La historia del monasterio de Santa María de Santes Creus y su panteón real
El monasterio cisterciense de Santa María de Santes Creus se encuentra en la orilla izquierda del
río Gaià en el municipio de Aiguamurcia, en la comarca del Alt Camp, provincia
de Tarragona.
Vista aérea del monasterio de Santes Creus (1) |
La fundación de la nueva Orden propiamente dicha se debió a
los sucesores de Robert de Molesme, los abades Albéric y Stephen Harding, que
adoptaron, para diferenciarse de los monjes benedictinos, con hábito negro, el
color blanco para sus vestiduras, de ahí que también se les empezara a llamar “monjes
blancos”. Pero la expansión de la misma se produjo gracias a la fuerte
personalidad de Bernard de Fontaine, monje de Cîteaux que en 1115 fundó el monasterio de Clairvaux, de ahí que se
le conozca como Bernard de Clairvaux, Bernardo de Claraval en español, formando
una de las cuatro ramas del tronco común de Cîteaux junto a La Ferté, Pontigny y Morimond, de
las que surgieron el resto de monasterios cistercienses. En 1153, a la muerte
de Bernardo, canonizado en 1174, ya eran trecientos cuarenta y tres establecimientos
diseminados por toda Europa, alimentados por abundantes vocaciones a pesar de
la austeridad de vida, la escasa alimentación, los ayunos, la oración y la
penitencia que caracterizaban su vida monástica.
Los cistercienses llegaron a la Península Ibérica poco antes
de mediados del siglo XII gracias al apoyo de la realeza como forma de asegurar
los territorios que iba conquistando a los musulmanes, a través de las
fundaciones de Fitero, Sobrado de los Monjes, Oseira o Santa María de Moreruela.
La estricta observancia de la Regla y el que no ejercieran ningún ministerio externo es la causa de que los monasterios se fundaran en lugares despoblados y silenciosos con abundantes bosques que les procuraran madera y les aislaran, cercanos a ríos con los que regar sus huertos y con canteras de las que obtener la piedra necesaria para construir sus edificios, que obedecieron a disposiciones en las que se prohibía lo figurativo y ornamental, signos suntuarios en objetos litúrgicos o vidrieras coloreadas por considerar que distraían de la meditación y el rezo.
Así, aunque el Císter no se propuso fijar una estética
concreta, la forma de vida de la comunidad, basada en la Regla benedictina y separada
en monjes de coro, que eran de
origen noble, debían tener cierto nivel de estudios, pudiendo estar o no
ordenados sacerdotes, y se ocupaban de los oficios litúrgicos y las tareas
intelectuales, y en conversos, hermanos
legos, laicos de origen burgués o campesino, muchos de ellos iletrados, que
trabajaban en labores agropecuarias y otras tareas manuales dentro del
monasterio y en sus granjas, y que hacían vidas separadas dentro del
monasterio, con partes destinadas a cada grupo y con escasas actividades en
común, definió un prototipo arquitectónico de monasterio.
La iglesia más
habitual presentaba planta en T, con testero recto, que también se denomina
“planta Bernardina”, de tres naves, la central ocupada por dos coros diferenciados para monjes de coro, justo antes del
presbiterio, y conversos, en la parte de atrás, con accesos separados en la
cabecera y los pies de la nave de la Epístola, respectivamente.
Planta tipo de un monasterio Císter (3) |
(1. Iglesia, 2. Altar
principal, 3. Altares secundarios, 4. Sacristía, 5. Lavatorio, 6. Escalera de
maitines, 7. Clausura alta, 8. Coro de monjes, 9. Banco de enfermos, 10.
Entrada de monjes de coro a la iglesia, 11. Coro de conversos, 12. Callejón de
conversos y entrada a la iglesia, 13. Patio, 14. Armarium para los libros, 15.
Claustro, 16. Sala capitular, 17. Escalera del dormitorio, 18. Dormitorio
monjes, 19. Letrinas, 20. Locutorio, 21. Salida a los huertos, 22. Scritorium,
23. Sala de novicios, 24. Calefactorio, 25. Refectorio de monjes, 26. Púlpito
de lectura, 27. Cocina, 28. Despensa, 29. Locutorio de conversos, 30. Refectorio
de conversos, 31. Salida al exterior, 32. Almacén, 33. Escalera, 34. Dormitorio
de conversos, 35. Letrina).
Nave central de la iglesia de Santes Creus |
Puerta de monjes de Santes Creus |
Puerta de conversos de Santes Creus |
En el brazo del Evangelio solía estar la salida al
cementerio y el de la Epístola comunica directamente con el dormitorio de los monjes de coro a
través de la Escalera de maitines,
para que éstos, que dormían vestidos, pudieran bajar a los rezos nocturnos.
Escalera de maitines en el transepto de la Epístola de Santes Creus |
Dormitorio de monjes en Santes Creus. La puerta del fondo a la izquierda comunica con la Escalera de maitines para bajar directamente a la iglesia |
Bajo este dormitorio, en la panda este del claustro estaban
el armariorum, nicho en el que se
guardaban los libros de rezo, la sala capitular,
con grandes vanos abiertos a la galería para que los conversos pudieran
escuchar las lecturas los domingos y fiestas, otra escalera de subida al
dormitorio y el parlatorio, donde el
prior asignaba las tareas diarias, con la salida
a la zona de huertos.
Sala capitular de Santes Creus |
Sala capitular de Santes Creus |
En la crujía sur se ubicaban el calefactorio, la única sala caliente del monasterio, el refectorio de monjes, la cocina y el refectorio de conversos. En la parte baja de la crujía oeste se ubicaba
la cilla y otras zonas de almacenaje
y en la alta estaba el dormitorio de conversos.
La crujía norte solo contaba con galería porque estaba adosada a la iglesia, con una
puerta occidental para los conversos, a la que llegaban atravesando un oscuro
pasillo sin salir al claustro, y otra oriental para los monjes de coro. Fuera
de esta estructura cerrada se ubicaban la enfermería, talleres, huertas,
molinos, establos… necesarios para el funcionamiento autónomo del monasterio.
El origen de Santa
María de Santes Creus se remonta a 1150, cuando el senescal de Barcelona don Guillem Ramón I de Montcada,
miembro del poderoso linaje de la Casa de los Montcada, hizo donación de la
finca Valldaura, cerca de Cerdanyola del Vallès, en la provincia de Barcelona,
a la abadía cisterciense de la Grandselve, cerca de Toulouse, filial de
Clairvaux, para la construcción del monasterio
de Santa María de Valldaura, un enclave en el que ya debía de existir algún
tipo de edificación porque muy poco tiempo después ya consta que estaba
habitado por doce monjes procedentes de la casa madre. Pero la falta de agua y
lo estéril de las tierras, pizarrosas, hizo que este primer emplazamiento no
terminara de considerarse el idóneo.
Genealogía del Císter a la muerte de san Bernardo en 1153. He señalado Santes Creus (5) |
En 1155 Ramón
Berenguer IV, conde de Barcelona, tras conquistar Tolosa en 1148, Lleida en
1149 y el castillo de Siurana en 1153, lo que supuso el dominio completo de la
denominada Catalunya Nova, siguiendo la misma política que los monarcas de
Castilla y León, consideró que sería una buena estrategia de consolidación
fundar nuevos monasterios en estos territorios (política de la que también
surgieron Poblet, Vallbona de las Monjas y la cartuja de Scala Dei) que
actuaran de pantalla ante el empuje del Reino musulmán de Valencia y a petición
del propio senescal, concedió a la nueva fundación unas tierras en Ancosta,
cerca de La Llacuna, en la comarca de Anoia, aunque éstas tampoco terminaron
por considerarse adecuadas por la falta de agua, apropiadas como pasto para la
ganadería pero no aptas para la agricultura, la fuente principal de
financiación de los monasterios Císter.
Finalmente, el emplazamiento adecuado se logró en 1158
cuando el senescal Montcada, que quería convertir la nueva fundación en su
panteón familiar, logró que los nobles Guerau
Alemany, Gerard de Jorba y Guillem de Montagut cedieran unas fértiles
tierras a orillas del río Gaià, con abundante agua, que los monjes sí consideraron
adecuadas para garantizar la economía del monasterio.
Monasterio de Santes Creus (1) |
Aun así, la entrega de las mismas se demoró por la disputa
jurisdiccional entre las diócesis de Barcelona y Tarragona, ambas creyéndose
con derechos sobre el terreno, hasta que en 1168/69 el papa Alejando III otorgó
una bula de independencia del cenobio, que quedó exento de la obediencia y la sujeción ordinaria a ninguna diócesis.
Así, el abad firmó documentos como abad de Valldaura en 1169 y en 1170 ya los
firmó como abad de Santes Creus.
El origen del nombre no está muy claro, aunque circula una curiosa
y escatológica anécdota que explica que el paraje era utilizado por los
pastores del lugar para que el ganado paciera en invierno porque el clima era
más suave que en las montañas, y que era tal la cantidad, que la putrefacción de las defecaciones y de los animales muertos provocaban gases fosforescentes en
las noches de lluvia, fuegos fatuos que los pastores identificaban como hechos
sobrenaturales y señalaban con cruces de madera, llegando a acumularse tantas
que el territorio empezó a denominarse así.
Las obras del nuevo monasterio se iniciaron en 1174 siguiendo
un esquema cisterciense rígido y quedarían
terminadas entre fines del siglo XII y comienzos del XIII, conformando un
conjunto de iglesia y claustro, alrededor del que se ubicaron la sala
capitular, el refectorio, la sala de monjes de coro, el dormitorio de monjes de
coro… y las dependencias separadas destinadas a los conversos. Se cree que esta
comunidad contaría con unos cincuenta monjes y un número similar de conversos.
En esos años y en los siguientes el monasterio siguió recibiendo
privilegios y acumulando donaciones que incrementaron su patrimonio. Además, el
prestigio alcanzado hizo que algunos miembros de la nobleza aragonesa, antes de
partir a la conquista de Mallorca, que se inició en 1229, testaran declarando
que querían ser enterrados en Santes Creus y entregando al monasterio
suculentos donativos, pero no para recibir sepultura indiferenciada en el foso
de los monjes, como había sido preceptivo en el monasterio, adscrito al Císter,
donde los únicos recordatorios eran los relieves heráldicos que todavía se
conservan en los muros exteriores de la cabecera, sino para gozar del
privilegio de enterramiento ante la portada occidental de la iglesia e incluso penetrar
en la clausura, donde la primera fórmula adoptada fue la del sepulcro bajo
arcosolio en los muros perimetrales del claustro.
Arcosolios en la crujía norte del claustro |
En 1229 también se inició la construcción del Hospital de San Pere dels pobres en la
parte exterior del recinto gracias al patrocinio de Ramón Alemany, señor de
Querol y de Montagut, que antes había donado parte de las tierras en las que se
emplazó el monasterio, a cambio del privilegio de ser enterrado a la entrada
del mismo, en un pórtico donde también recibieron sepultura Elisenda de Queralt,
hermana del fundador, Guillem de Claramunt y, ya en el siglo XIV, Ramón Alemany
de Cervelló.
Compás del monasterio, con el ámbito en el que estaba el Hospital de San Pere a la derecha, después ocupado por el palacio abacial y hoy ayuntamiento de la localidad |
Además, a mediados del siglo XIII Santes Creus se convirtió
en patronato real porque el rey de Aragón Pere
III el Gran decidió convertirlo en panteón real y así lo dejó
escrito en su testamento en 1282, pues era práctica habitual de la realeza que
ya venía desde la Alta Edad Media el convertir los cenobios en panteones para
garantizar la salvación de las almas de los reyes gracias a las oraciones de
las comunidades monásticas que los habitaban. La transformación arquitectónica
más destacada de este reinado es que las habitaciones abaciales se
convirtieron en palacio real.
Pere el Gran en una miniatura del manuscrito Usatici et Constitutiones Cataloniae (ss. XIV-XV) conservado en la Bibliothèque nationale de France (6) |
Jaume II y su
esposa doña Blanca de Anjou
continuaron con el patrocinio real y durante su reinado y el abadiato de
Bonanat de Vilaseca, una persona de su total confianza, el monasterio experimentó
una gran expansión y se convirtió en casa madre de los nuevos monasterios de
Valldigna, Valencia, fundado en 1298, y de Altofonte, Palermo, fundado en 1308.
Además, durante su reinado el monasterio también experimentó profundos cambios
arquitectónicos que acabaron configurándolo como el principal exponente de una
renovación estética protagonizada por el monarca en todos los géneros
artísticos y símbolo de su magnificencia real.
Jaime II en una miniatura del manuscrito Usatici et Constitutiones Cataloniae (ss. XIV-XV) conservado en la Bibliothèque nationale de France (6) |
En este periodo también se produjo la vinculación de Santes
Creus con la Orden de Montesa. Tras
la extinción de la Orden del Temple en 1312 y la orden de entregar sus
propiedades a los Hospitalarios de San Juan, Jaume II se planteó contar con una
Orden Militar propiamente aragonesa, a semejanza de las de Santiago, Calatrava
y Alcántara en la Corona de Castilla, que frenara el poder que la orden jerosimilitana estaba alcanzando en
su reino y que se vería acrecentado si se les entregaban la propiedades de los
templarios. Para evitarlo propuso al papa la creación de una nueva Orden a la
que se dotaría con bienes que el Temple y los hospitalarios tenían en el Reino
de Valencia ofreciendo como sede el castillo y la villa de Montesa en Valencia,
de propiedad real, para que construyeran su Sacro Convento. En 1317 consiguió
que Juan XXII accediera a sus deseos mediante la firma de la bula Pia matris eclesia de creación de la Orden Militar de Santa María de Montesa,
que se adscribió, siguiendo la costumbre de las órdenes militares, a la Regla del Císter, quedando sujeta
al monasterio de Santes Creus, que gozó de la prebenda de nombrar como prior
del futuro Sacro Convento de Montesa a un miembro de su comunidad hasta 1671.
Vista aérea de las ruinas del castillo-convento de Montesa (7) |
Aunque Pedro III ya había decidido en vida que quería ser
enterrado en Santes Creus, fue su hijo Jaume II el encargado de cumplir sus
deseos después del fallecimiento de su hermano, Alfonso II el Franco, que ya
había entregado al monasterio la cantidad que el fallecido había dejado
establecida en sus disposiciones testamentarias, quedando depositado en una
tumba provisional hasta la culminación de la definitiva. Así, tras lograr que
la comunidad renunciara al espíritu anicónico cisterciense en favor del gótico,
promovió la construcción del mausoleo de su padre y el de él mismo y su segunda
esposa, colocados a ambos lados frente al ábside central en el crucero de la
iglesia, embellecido, además, con la incorporación del cimborrio exterior que
corona simbólicamente las tumbas y que dignifica ese espacio funerario áulico
creado ante el presbiterio, aunque en el interior de la iglesia no se aprecia.
Crucero, sobre el que se asienta el cimborrio |
Cimborrio de Santes Creus |
El Sepulcro de Pere el Gran († 1285), que fue rey de Aragón, de Valencia, de Sicilia y conde
de Barcelona, está en el lado del Evangelio. Para su construcción, realizada
entre 1291 y 1307 bajo la dirección de Bartomeu de Girona, fue necesario traer
de Sicilia una bañera romana de pórfido rojo, decorada con cabezas de león y
dos argollas sujetas por sus garras, a la que se le añadió una tapa lisa
elíptica de jaspe para convertirla en sarcófago. Se apoya en dos esculturas de
leones en piedra blanca, que en el mundo cristiano asumen el papel de
guardianes para proteger los restos de los difuntos pero también pueden
referirse a la vigilancia de Cristo sobre su pueblo y en la resurrección, pues
según la leyenda, el león tiene la capacidad de resucitar con su rugido a sus
crías muertas hasta pasados tres días de su nacimiento.
Sepulcro de Pere III el Gran |
Sobre la losa se añadió un cuerpo también elíptico esculpido
y policromado en rojo, azul y dorado, con arquerías góticas que cobijan a
Cristo con los Apóstoles y a la Virgen María con san Bernardo de Claraval y san
Benito de Nursia. El conjunto está cobijado bajo un gran baldaquino rectangular
con arcos ojivales de rica tracería gótica y columnas con capiteles con
decoración vegetal y animal, rematado en los ángulos, donde se ubican los
símbolos de los cuatro Evangelistas formando un Tetramorfos, con cuatro
pináculos con cabezas, dragones y arpías. La bóveda interior del baldaquino es
de crucería y está decorada en azul con estrellas doradas.
Cuerpo sobre la bañera |
Cubierta de crucería del baldaquino de Pere III |
A sus pies, en el pavimento, se conserva el enterramiento de Roger de Lloria o Llúria (†
1305), almirante de la flota de la Corona de Aragón y de Sicilia, cumpliéndose
su deseo de ser enterrado a los pies de su rey.
Los sepulcral de Roger de Lloria (8) |
El
Sepulcro de Jaume II de Aragón (†
1327), con los mismos títulos que su padre, y su segunda esposa, Blanca de Anjou-Sicilia o de Nápoles († 1310),
está en el lado de la Epístola, dando cumplimiento a sus disposiciones
testamentarias, en las que estableció ser enterrado al lado del mausoleo de su
padre junto su segunda esposa, que no la última, pues falleció antes y él
contrajo otros dos matrimonios más, aunque sólo tuvo descendencia con doña
Blanca.
Mausoleo de Jaume II y Blanca de Anjou |
El mausoleo fue realizado por Bertran de Riquer y Pere de
Prenafeta entre 1312 y 1315 y la labor escultórica se atribuye a Pere de
Bonull. Consta de una caja de pizarra rodeada de otra urna cuadrangular con
arquillos ojivales trebolados con decoración de tracería que evocan las
galerías del claustro, destacadas sobre fondo oscuro, cubierta por una tapa a
dos aguas en la que están colocadas las figuras yacentes idealizadas de los
monarcas, esculpidas por Francesc de Montflorit.
Tracerías góticas que parecen imitar a las desarrolladas en el claustro |
Ambos aparecen dormidos, vestidos con el hábito cisterciense, con las cabezas con corona real apoyadas en sendos
almohadones y velados por dos ángeles. A los pies del rey hay
un león, en este caso símbolo del poder, el valor y la fortaleza, en relación
con la leyenda medieval que advertía de que el león atacaba a todos los hombres
con la única excepción del verdadero rey. A los pies de la reina hay un perro,
en alusión a la fidelidad y la lealtad pero también a la memoria o el recuerdo
del pasado, para mantener vivo el recuerdo de la difunta.
Detalle del yacente que representa a Jaume II (8) |
Detalle de la yacente que representa a Blanca de Anjou (9) |
Haciendo juego con el mausoleo de Pere III, éste también
está cubierto por un baldaquino. Es de planta rectangular sostenido por cuatro
columnas angulares con basas en forma de leones que soportan cuatro grandes
arcos apuntados tríforos con decoración de tracería sobre los que se eleva la
cubierta, una bóveda de crucería. En las esquinas nacen cuatro pináculos que
tienen en la base las representaciones del Tetramorfos y el conjunto está
coronado con otro pináculo central. El trabajo escultórico de este baldaquino
se atribuye al maestro Pere de Bonull.
Ambas tumbas conforman
el panteón real como obras de arte al servicio de la propaganda política de la
Corona de Aragón reflejando las transformaciones que experimenta la imagen
pública del Estado y su monarca en el tránsito entre los siglos XIII y XIV.
Panteón real en el crucero de la iglesia de Santes Creus (1) |
La del padre está
inserta en la tradición de las tumbas imperiales del ámbito mediterráneo,
continuando con la reutilización de las bañeras romanas de pórfido como rasgo
característico de la cultura funeraria del Bajo Imperio y de Bizancio retomada
por los emperadores carolingios y, más tarde por los papas, siendo sólo algunos
soberanos sicilianos los que volvieron a recurrir a ellas, como Enrique
VI y Federico II Hohenstaufen, (bisabuelo y abuelo, respectivamente, de su
madre, Constanza II de Sicilia), enterrados en la catedral de Palermo en
bañeras romanas de pórfido reutilizadas como sarcófagos, y busca enlazar familiar y simbólicamente con
los últimos emperadores de la Casa de Suabia, posicionando a la Corona de
Aragón en el mismo centro del conflicto europeo que está enfrentando al Imperio
con el Papado y con Francia, honrando su grandeza y convirtiendo su
memoria en instrumento de propaganda política al servicio de su dinastía.
Sin embargo, la del hijo y su esposa, con los yacentes, es un tipo iconográfico completamente nuevo en el repertorio real de la Corona de Aragón pero con el que Jaume II adopta, conscientemente, una tipología cada vez más habitual entre el resto de monarcas y otros miembros de las familias reales peninsulares, con tempranos ejemplos en los sepulcros de Berenguela de Barcelona, hermana del conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, de su hijo, Fernando II de León y del hijo de éste, Alfonso IX, en la Capilla de las Reliquias de la catedral de Santiago de Compostela, panteón real de la misma. La incorporación de los yacentes tiene unas connotaciones evidentemente personalistas, buscando la identificación clara de los fallecidos. Además, el que vistan hábitos cistercienses conforma el primer testimonio iconográfico catalán de la traditio corporis et animae, el camino a seguir por los laicos justo en el momento de su muerte para entrar a formar parte de las comunidades religiosas y así conseguir los beneficios espirituales derivados de esta adhesión.
Sin embargo, la del hijo y su esposa, con los yacentes, es un tipo iconográfico completamente nuevo en el repertorio real de la Corona de Aragón pero con el que Jaume II adopta, conscientemente, una tipología cada vez más habitual entre el resto de monarcas y otros miembros de las familias reales peninsulares, con tempranos ejemplos en los sepulcros de Berenguela de Barcelona, hermana del conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, de su hijo, Fernando II de León y del hijo de éste, Alfonso IX, en la Capilla de las Reliquias de la catedral de Santiago de Compostela, panteón real de la misma. La incorporación de los yacentes tiene unas connotaciones evidentemente personalistas, buscando la identificación clara de los fallecidos. Además, el que vistan hábitos cistercienses conforma el primer testimonio iconográfico catalán de la traditio corporis et animae, el camino a seguir por los laicos justo en el momento de su muerte para entrar a formar parte de las comunidades religiosas y así conseguir los beneficios espirituales derivados de esta adhesión.
En 1835, en medio de
la Primera Guerra Carlista, la Legión francesa de Alguer y varias compañías de
miqueletes se alojaron en el monasterio y profanaron la tumba de Jaume II y
Blanca de Anjou, quemaron los restos del rey y arrojaron a un pozo los de la
reina, rescatados en 1854, pero la solidez de la urna de pórfido del sepulcro
de Pedro III evitó que sus restos fueran también profanados.
Dentro de la campaña de embellecimiento del templo se cree que también se decidiría añadir las vidrieras del ventanal apuntado de la fachada occidental.
Nave central del crucero con las vidrieras añadidas al gran ventanal apuntado sobre la portada en el siglo XIV |
Vidriera del ventanal occidental |
La otra gran intervención del reinado de Jaume II fue el derribo
del claustro primitivo, que quizá no estuviera totalmente terminado, para
construir el nuevo, el que hoy se conserva, más ornamentado, considerado más digno
de un panteón real.
Claustro gótico patrocinado por Jaume II y Blanca de Anjou, con el cimborrio sobre el crucero al fondo |
Detalle de dos tracerías de la crujía norte del claustro |
Jaime II también patrocinó la construcción de un nuevo
Palacio Real al margen de la clausura, con comunicación exterior independiente,
a la derecha de la fachada de la iglesia, pero que no se conserva porque además
de que no se terminó, Pedro IV decidió derribarlo y reformar el que Pedro III
el Grande había mandado hacer dentro de la las dependencias monásticas.
Las donaciones reales incluyeron abundantes reliquias y
objetos litúrgicos y se continuó con la costumbre de los enterramientos
nobiliarios, Así, a partir del siglo XIV, con el claustro gótico ya concluido,
además de los arcosolios también se empezó a sustituir el pavimento por losas
funerarias. Después se incorporaron osarios suspendidos a la altura de las
ménsulas y también consta que hubo cenotafios que buscaban recordar a los
difuntos aunque no estuvieran enterrados en ese ámbito. Se distinguen los
apellidos Montcada, Cervelló, Queralt, Puigvert, Bearn, Claramunt, Salbà,
Berenguer de Llorac, Montbrió, Selmella, Castellet, Aguiló, Pinós, Montblanc,
Miralles…
A Jaume II le sucedió su hijo Alfonso IV el Benigno, que aunque siguió protegiendo al monasterio confirmando
todos los privilegios que sus padres le habían concedido y otorgándole otros
nuevos, recibió enterramiento en la Seu Vella de Lleida.
Alfonso IV el Benigno en una miniatura del manuscrito Usatici et Constitutiones Cataloniae (ss. XIV-XV) conservado en la Bibliothèque nationale de France (6) |
Pero Santes Creus perdió definitivamente su condición de
panteón real con el desencuentro entre Pedro
IV el Ceremonioso y el abad Guillem de Ferrara cuando aquel quiso obligar a
la comunidad a amurallar el recinto, con el consiguiente atentado artístico al
monumento y el fuerte endeudamiento que implicaba, y el monarca terminó decantándose
por el cercano y también Císter Monasterio de Santa María de Poblet, que también gozaba del favor real y donde ya estaban
enterrados Alfonso II el Casto y Jaume I el Conquistador, iniciándose un estancamiento
de la vida material y espiritual de Santes Creus y un periodo todavía no muy
bien conocido en cuanto al valor de sus rentas y el número de sus monjes.
Pere IV en una miniatura de un manuscrito de las Ordenanzas de Pedro IV de Aragón (s. XV) onservado en la Bibliothèque nationale de France (10) |
Dicho amurallamiento,
que terminó realizándose durante al abadiato de Bartomeu de la Dernosa, y por
el que el monasterio recibió un importante donativo real de códices para su
biblioteca, pretendía frenar eventuales ataques de Pedro I de Castilla en sus
conflictos fronterizos durante la Guerra castellano-aragonesa entre 1356 y
1369, también conocida como Guerra de los Dos Pedros, que como era habitual en
la época, no fue una lucha continua sino enfrentamientos separados por treguas
y negociaciones de paz fracasadas dentro, además, del clima general de
conflicto de la Primera Guerra Civil Castellana y la Guerra de los Cien Años.
Los enfrentamientos continuos con el abad y los problemas de presupuesto
determinaron que las construcciones más antiguas, en la zona más oriental, con
la Capilla de la Trinidad y el palacio real, que pasó a ser abacial, no fueran
reforzadas.
Merlones y almenas de la fachada occidental añadidos en el amurallamiento del monasterio (11) |
Ya en el siglo XV, la designación directa del abad Pedro de Mendoza por Fernando el
Católico, al que el monarca profesaba un gran afecto desde su infancia porque
era familiar lejano de su madre, la reina Juana Enríquez y Fernández de Córdoba,
y había estado al servicio de ésta, supuso el
gobierno más largo de la historia del cenobio, entre 1479 y 1519, y la
implantación de reformas que supusieron un florecimiento del monasterio. Como
hombre ya influido de un incipiente Renacimiento, fue el primer abad enterrado
en la sala capitular como forma de perpetuar su recuerdo.
Laudas sepulcrales de abades en la sala capitular (9) |
Lauda sepulcral del abad Pedro Mendoza en la sala capitular (9) |
Mendoza fue sucedido por el abad Bernardí Tolrà, que reformó y enriqueció el Palacio abacial con un
oratorio y un segundo piso con galerías de yeso con decoración plateresca, y el
abad Jaume Valls construyó el puente
sobre el río Gaià.
Pero el abad más destacado del siglo XVI, protagonista de
casi toda la segunda mitad del mismo, fue Jeroni
Contijoc, que incorporó a Santes Creus el monasterio císter de Eula en
Perpiñán con la categoría prioral. Durante su abadiato, se erigió la Torre de
las Horas, se estableció la prisión tras la sala de monjes, con cuerpo de
guardia y dos pisos, y se construyó el Palacio Abacial sobre el antiguo Hospital
de San Pere dels Pobres en el recinto exterior del conjunto, hoy ayuntamiento
de la localidad.
Patio del palacio abacial, hoy ayuntamiento |
Además, como albacea de doña Magdalena Salbá Valls, hermana
de su predecesor, el abad Valls, ordenó que el armariorium del claustro se
convirtiera en Capilla de la Asunción para enterramiento de la dama, que había
hecho una donación para tal fin.
Contijoc también adquirió un gran número de objetos y
ornamentos litúrgicos, piezas de orfebrería, tablas, tapices… y también
acordaría la construcción del órgano, destruido en un incendio junto a la
sillería del coro en 1835.
Laudas sepulcrales de los abades Bernardí Tolrà, Jaume Vals y Jeroni Contijoc, fallecidos, respectivamente, en 1534, 1560 y 1593 (9) |
Jaume Carnisser fue
el último abad vitalicio, pues la
formación de la Congregación
Cisterciense de la Corona de Aragón, aprobada mediante bula papal de Paulo
V en 1616 (vigente hasta la exclaustración forzosa de 1835 dictada por la
Desamortización de Mendizábal) y que agrupó a todos los monasterios de la Orden
en Aragón, Valencia, Cataluña y Mallorca, a los que después se unirían los de
Navarra, supuso el establecimiento de una elección trienal de hijos profesos de
cada monasterio. Aunque la medida restó independencia al cenobio porque empezó
a tener que regirse por decisiones comunes para todos, no impidió su prosperidad
económica en un periodo de enriquecimiento general de Cataluña, que se
manifiesta con reformas interiores y cambios en su decoración, con el encargo
en 1647 de un nuevo retablo mayor barroco a Josep Tramulles como su hecho más
destacado, y en la urbanización del segundo recinto añadiendo dependencias
exteriores.
Durante la Guerra de
Sucesión, entre 1706 y 1714, el convento se posicionó en favor de Carlos de
Austria, por lo que del abad Jaume Oliver y otros eruditos del convento,
partidarios de Felipe V, se vieron obligados a abandonarlo.
Terminada la guerra, los siguientes abades impulsaron
sucesivas mejoras en las estructuras arquitectónicas del convento, como la
transformación de una parte del Palacio Abacial en el claustro posterior en
refectorio o la edificación de una nueva enfermería, y también se prosiguió con
la urbanización del recinto exterior, en el que se instalaron los monjes jubilados
y algunos cargos relevantes del convento, construyéndose el Portal de la
portería y la Puerta de la Asunción con la capilla de Santa Lucía, además de
unificarse el aspecto de todas las fachadas mediante la decoración de
esgrafiados que todavía conservan.
Puerta de la Asunción y Capilla de santa Lucía (12) |
Recinto exterior del convento, con las fachadas decoradas con esgrafiados en el siglo XVIII |
En la segunda mitad del siglo XVIII apenas hubo
intervenciones arquitectónicas pero se produjo una ingente labor de
restauración de libros y acondicionamiento de la biblioteca.
Durante la Guerra de Independencia la comunidad huyó
temporalmente y las tropas entraron en el monasterio, aunque parece que ni los
edificios ni los bienes muebles sufrieron esta ocupación. La primera supresión
del convento se produjo en 1820, cuando sus bienes fueron divididos en lotes y
comenzaron a subastarse, y aunque en 1823 las propiedades fueron reintegradas a
la comunidad, durante los motines anticlericales del 25 de julio de 1835, en
medio de la Primera Guerra Carlista,
cuando las capas más populares se rebelaron contra el estamento eclesiástico,
el miedo de la comunidad, en ese momento integrada por unos treinta y cinco
monjes, provocó un nuevo abandono de Santes Creus, y aunque éste fue
voluntario, la Ley de Desamortización de
Mendizábal, firmada el 11 de octubre de ese mismo año, cuando todas sus
propiedades pasaron al Estado, implicó que la vuelta ya fuera imposible,
suponiendo el fin de Santes Creus como cenobio y la destrucción y el expolio de
sus bienes muebles.
Afortunadamente, la ocupación del recinto exterior como
viviendas particulares del pueblo en 1843, la conversión de la iglesia en su
parroquia y del palacio abacial en su ayuntamiento, facilitaron que el monasterio
no se degradara hasta su ruina. Además, la creación de las Comisiones Provinciales de Monumentos en 1844 para salvaguarda del
patrimonio desamortizado, hizo posible que la Comisión de Tarragona dedicara su
empeño a su protección y en 1856 encargaron a Bonaventura Hernández Sanahuja trabajos de consolidación y
restauración que permitieron detener la degradación del conjunto, sobre todo de
la iglesia.
Aun así, nadie pudo evitar que en 1870 el monasterio se
convirtiera en presidio y que en 1874 se demoliera la parte más antigua, en la
zona más oriental del conjunto, entre la Capilla de la Trinidad y el Palacio
Abacial, justificando su ruina para utilizar el material en el fortalecimiento
de Vila-Rodona contra los posibles ataques carlista.
En 1884 se contrató un conserje para la custodia permanente
del conjunto, que en 1921 fue ya
declarado Monumento Nacional,
continuándose con las obras de restauración y acondicionamiento para evitar su
desaparición.
En 1931, durante la II
República, se constituyó el Patronato
de Santes Creus, dependiente del Ministerio de Instrucción Pública a través
de la Dirección General de Bellas Artes y bajo la presidencia de don Pere Lloret i Ordeix, alcalde de
Tarragona, y en 1933 el monasterio pasó a jurisdicción de la Generalitat, con
el Patronato integrado en la Conselleria de Cultura, desarrollando una labor
que permitió que la Guerra Civil no
afectara al monumento, aunque hasta la reorganización de la Comisión de
Monumentos de Tarragona en 1943, Santes Creus permaneció en un limbo legal, sin
depender de ningún organismo de gestión. En 1947 se creó el Archivo Bibliográfico de Santes Creus,
entidad fundada para estudiar y defender la historia y la realidad monumental
del conjunto, un apoyo que desembocó en la creación en 1951 de un nuevo
Patronato presidido por el obispado de Tarragona y el desarrollo de nuevas
campañas de restauración.
En 1981 la propiedad del patrimonio histórico catalán fue
transferida a la Generalitat, que depositó la gestión de varios de sus
monumentos más emblemáticos, entre los que estaba Santes Creus, en manos del Museu d'Història de Catalunya, creándose
un tercer Patronato que en la actualidad sigue con las labores de conservación
y restauración de un monumento convertido en uno de los más emblemáticos de la
comunidad autónoma y de España.
Para un pausado “paseo” por el monumento tendréis que abrir el este enlace de Una visita al monasterio de Santes Creus. Espero que os guste.
Y si queréis ver otros MONASTERIOS CISTERCIENSES en Viajar con el Arte, podéis acceder a
ellos abriendo este otro enlace.
Imágenes ajenas:
(4) CARRASCO, HORTAL, J., La estructura gótica catalana. Sobre los conceptos de medida y espacio.
El problema de la forma en la cubierta, Tesis doctoral presentada en la
Universidad Politécnica de Catalunya, 2002.
Fuentes:
CERDÀ I BALLESTER, J., “La Orden de Santa María de Montesa y
San Jorge de Alfama: una aproximación histórica”. En Fueros y milicia
en la Corona de Aragón, Valencia, Ministerio de Defensa-Centro de Historia y
Cultura Militar de Valencia-Universitat de Valencia, 2004, pp. 1-27.
CHUECA GOITIA, F., Casas
reales en monasterios y conventos españoles, Madrid, Xarait Libros, 1983.
JIMÉNEZ CUENCA, C. (coord.), Plan Nacional de abadías, monasterios y conventos, IPCE, Ministerio
de Educación, Cultura y Deporte, 2004.
MUTGÉ, J., “L’infant Alfons, fill de Jaume II y el monestir
de Santes Creus (1319-1327)”, Santes
Creus. Butlletí de l’Arxiu Bibliogràfic, nº 57-58, vol. VI, 1983, pp.
373-397.
Obertura de la tomba
de Pere el Gran. Primers resultats, Dossier de prensa, Museu d’Història de
Catalunya.
SERRANO COLL, M., “Imatges de la monarquia dins d’un espai
monàstic: Santes Creus”. En Actes del
Primer Curs Simposi sobre el monaquisme cistercenc. El Cister: poder i
espiritualitat (1150-1250), Reial Monestir de Santes Creus-Arxiu
Bibliogràfic de Santes Creus-Museu d’Història de Catalunya-La Ruta del Císter i
Diputació de Tarragona, Lleida, 2006, pp. 181-192.
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