La historia del monasterio de Santa María de Poblet en Vimbodí, Tarragona
El Real Monasterio de Santa María de Poblet, una de las
abadías cistercienses más grandes de Europa, se encuentra rodeado de viñedos y
de un frondoso bosque de pinos, cedros, abetos, encinas, robles, castaños,
olmos, chopos… en una zona rica en agua, tanto por las numerosas fuentes que
brotan como por estar en la confluencia del río Sec, el barranco de
Castellfollit y el río Pruners, que pasa muy cerca de los muros de la abadía, en
la localidad tarraconense de Vimbodí, al pie de la Sierra de Prades, en la
comarca de la Conca de Barberà.
Viñedos en torno al monasterio |
Su fundación formó parte, junto con los también monasterios
cistercienses de Santes
Creus y Vallbona de les Monjes, del conjunto de cenobios establecidos a
partir de 1155 por Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, después de
conquistar Tolosa en 1148, Lérida en 1149 y el castillo de Siurana en 1153, con
el dominio completo de la denominada Catalunya Nova, para que actuaran de pantalla
ante el empuje del Reino musulmán de Valencia, una estrategia de reorganización
de territorios ganados a Al-andalus por la Corona de Aragón que también
utilizaron los monarcas de Castilla y León.
La Orden del Císter
fue creada a fines del siglo XI por un grupo de trece monjes benedictinos
encabezados por Robert de Molesme, que fundaron un monasterio alejado del de
Cluny, en un lugar llamado Cistercium
en latín, de donde proviene el nombre, y Cîteaux
en francés, puesto bajo la advocación de la Virgen, buscando reencontrarse con
la soledad y pobreza que preconizaba la Regla de san Benito y que los
benedictinos vivían de forma muy relajada, abandonando casi por completo el
trabajo manual para poder cumplir con las múltiples funciones litúrgicas
destinadas a reyes, abades y benefactores a las que se habían comprometido a
cambio de importantes donativos.
La fundación de la nueva Orden propiamente dicha se debió a
los sucesores de Robert de Molesme, los abades Albéric y Stephen Harding, que
adoptaron, para diferenciarse de los monjes benedictinos, con hábito negro, el
color blanco para sus vestiduras, de ahí que también se les empezara a llamar
“monjes blancos”. Pero la expansión de la misma se produjo gracias a la fuerte
personalidad de Bernard de Fontaine, monje de Cîteaux que en 1115 fundó el monasterio de Clairvaux, de ahí que se
le conozca como Bernard de Clairvaux, Bernardo de Claraval en español, formando
una de las cuatro ramas del tronco común de Cîteaux junto a La Ferté, Pontigny y Morimond, de
las que surgieron el resto de monasterios cistercienses. En 1153, a la muerte
de san Bernardo, ya eran trecientos cuarenta y tres establecimientos
diseminados por toda Europa, alimentados por abundantes vocaciones a pesar de
la austeridad de vida, la escasa alimentación, los ayunos, la oración y la
penitencia que caracterizaban su vida monástica.
Cîteaux y la fundación de las cuatro primeras abadías en una miniatura del Commentaire sur l'Apocalypse del franciscano Alexandre de Brême (1256-1271) de la University Library de Cambridge |
Los cistercienses llegaron a la Península Ibérica poco antes
de mediados del siglo XII gracias al apoyo de la realeza como forma de asegurar
los territorios que iba conquistando a los musulmanes, a través de las
fundaciones de Fitero, Sobrado de los Monjes, Oseira o Santa
María de Moreruela.
La estricta observancia de la Regla y el que no ejercieran ningún ministerio externo es la causa de que los monasterios se fundaran en lugares despoblados y silenciosos con abundantes bosques que les procuraran madera y les aislaran, cercanos a ríos con los que regar sus huertos y con canteras de las que obtener la piedra necesaria para construir sus edificios, que obedecen a disposiciones en las que se prohibía lo figurativo y ornamental, signos suntuarios en objetos litúrgicos o vidrieras coloreadas por considerar que distraían de la meditación y el rezo.
La elección de los emplazamientos quedó ya fijada en el Capítulo
General del Císter de 1134 donde se establece deliberadamente que no se
construyan en ciudades, villas o castillos sino en sitios apartados y que no
estén sobre tumbas de santos que puedan atraer peregrinos, teniéndose que
establecer en valles reducidos, solitarios y cerrados para que el alma se
reconcentrara en sí misma.
Aunque el Císter tampoco se propuso fijar una estética concreta, la forma de vida de la comunidad, basada en la Regla benedictina y separada en monjes de coro, que eran de origen noble, debían tener cierto nivel de estudios, pudiendo estar o no ordenados sacerdotes, y se ocupaban de los oficios litúrgicos y las tareas intelectuales, y en conversos, hermanos legos, laicos de origen burgués o campesino, muchos de ellos iletrados, que trabajaban en labores agropecuarias y otras tareas manuales dentro del monasterio y en sus granjas, y que hacían vidas separadas dentro del monasterio, con partes destinadas a cada grupo y con escasas actividades en común, definió un prototipo arquitectónico de monasterio.
La iglesia más
habitual presentaba planta en T, con testero recto, que también se denomina
“planta Bernardina”, de tres naves, la central ocupada por dos coros diferenciados para monjes de coro, justo antes del
presbiterio, y conversos, en la parte de atrás, con accesos separados en la
cabecera y los pies de la nave de la Epístola, respectivamente.
El origen de Poblet se remonta a 1151, cuando Ramón Berenguer IV hizo donación del hortus Populeti a la abadía cisterciense
de Fontfroide, una filial de Grandselve, a su vez filial de Clairvaux, cerca de
Narbona, para que fundara un nuevo monasterio, sabiéndose que los primeros doce
monjes, bajo el mandato del abad Guerau, ya estaban establecidos en 1153 ocupando
una ermita muy próxima al lugar en el que hoy se ubica el cenobio.
La construcción del monasterio comenzó en 1163, ya en
tiempos de Alfonso II el Casto (1162-1196),
primer monarca en cuya persona se unieron los condados catalanes y el reino de
Aragón al heredar los primeros de su padre, Ramón Berenguer IV y la corona de
su madre, la reina Petronila, que decidió convertir el monasterio en su lugar
de enterramiento, iniciando así el panteón real.
Las obras comenzaron por la iglesia y continuaron por las dependencias del claustro reglar, que a diferencia de lo que era habitual, en vez de estar adosado hacia el sur de la iglesia, se ubica hacia el norte, seguramente por imponderables en relación con el desnivel del terreno. Se levantan, sucesivamente, el ala sur, adosada al templo, el ala este, la del capítulo y el refectorio en el ala norte. También se inicia la enfermería.
Durante el reinado de Jaime
I el Conquistador (1213-1276), también enterrado en Poblet, las
construcciones ya empiezan a mostrar elementos de transición al gótico en un
estilo que contrasta con la austeridad decorativa cisterciense y se levantan la
biblioteca, el dormitorio de los monjes en la planta superior del ala este, se
completa el ala norte con la cocina y el refectorio de conversos, se levanta, el
ala oeste, también destinada a los conversos, se sustituyen las arquerías
románicas este, norte del claustro por otras góticas y también las cubiertas,
adoptando las de crucería, además de completarse el atrio o galilea a los
pies del templo.
Crujía oeste del claustro, realizada en tiempos de Jaime I el Conquistador |
Los siguientes monarcas de la corona aragonesa, aunque
siguieron favoreciendo a Poblet, cuyos abades gozaron de gran influencia política
como confesores, capellanes, consejeros, limosneros, albaceas testamentarios…
de reyes, y la comunidad llegó a contar con entre ochenta y cien monjes de coro
que estaban exentos de juramento en los juicios y pleitos, se decantaron por el Monasterio de Santes
Creus como su lugar de enterramiento. Pero Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387), tras un desencuentro con el
abad de Santes Creus y coincidiendo con el importante abadiato de Ponç de Copons en Poblet, decidió
devolverle a éste la condición de panteón real, comenzando un periodo de gran
esplendor del cenobio que abarcó todo el siglo XIV. La presencia ya en Poblet
de los sepulcros de Alfonso II, hijo de Ramón Berenguer IV y la reina
Petronila, el primer monarca de toda la Corona de Aragón por nacimiento, y de Jaime I, figura esencial de su linaje como artífice del imperio mediterráneo al
haber conquistado Mallorca y Valencia, debió ser determinante para esta
decisión, con la que el monarca buscó enlazar su propia persona y a sus
descendientes con esos dos insignes predecesores, convirtiendo al monasterio en
uno de los epicentros simbólicos de la monarquía aragonesa como capital de la
memoria dinástica, de ahí que en 1377 ordenara que los monarcas que le
sucedieran no pudieran ser jurados por sus vasallos y súbditos si antes no
expresaban su compromiso de ser enterrados allí.
Poblet también se convirtió en lugar de enterramiento
predilecto, acompañado de importantes donaciones, de la nobleza, pudiéndose
encontrar, tanto en la iglesia como en el claustro, las sepulturas de los
duques de Segorbe, de los Cardona, de los Gerona, de las familias
Anglesola, Montcada, Boixadors, Guimerá, Montpalau, Copons…
Su señorío llegó a ser, tras el del Ducado de Cardona, el
más grande de Cataluña, con una jurisdicción que se extendía sobre los
monasterios filiales de Piedra en Zaragoza, Benifassà en Castellón, Santa María
la Real en Mallorca, San Vicente Mártir en Valencia y Nazaret en Barcelona,
cinco prioratos, las siete baronías de la propia abadía, Prenafeta, Segarra,
Urgell, Alguerri, Garrigues y Quart de Poblet, esta última ya en Valencia,
treinta y cuatro pueblos, treinta y siete aldeas y varias granjas además de
contar con los beneficios de varias iglesias, los derechos de pasto para sus
rebaños en la Cerdanya y en Berguedà y de la pesca en Empúries y el lago de la
Pineda, cerca de Salou.
Este esplendor se tradujo en nuevas obras y en la
fortificación de todo el conjunto con murallas y doce torres poligonales en
prevención de eventuales ataques de Pedro I de Castilla en los conflictos
fronterizos durante la guerra castellano-aragonesa entre 1356 y 1369, conocida
como Guerra de los Dos Pedros, que como era habitual en la época, no fue una
lucha continua sino enfrentamientos separados por treguas y negociaciones de
paz fracasadas dentro, además, del clima general de conflicto de la Primera
Guerra Civil Castellana y la Guerra de los Cien Años.
Durante el reinado de Martín
el Humano (1396-1410) se inició la construcción del palacio que lleva su
nombre, ubicado junto al vestíbulo de entrada en las plantas superiores del
atrio del claustro, los lagares, el paso al priorato y la galilea de la
iglesia, aunque nunca fue ni concluido ni habitado. El proyecto fue obra del
maestro Arnau Bargués, arquitecto
del rey, de la catedral de Barcelona y del Ayuntamiento de dicha ciudad, cuya
estructura se asemejaba a la de éste.
Palacio de Martín el Humano desde las cubiertas del claustro reglar |
A mediados del siglo XV, en tiempos del abad Bartolomé
Conill (1437-1458), se levantó, fuera del recinto amurallado, la Capilla de
Sant Jordi, y poco después, a su lado se levantó la Puerta Dorada. Además, por
mediación de Fernando el Católico en 1480 el monasterio consiguió
independizarse de Fontfroide, dejando de pagarle impuestos a su casa matriz y
eligiendo a sus propios abades.
El palacio abacial, situado al sur del conjunto monástico,
fue levantado a fines del siglo XVI, en tiempos del abad Oliver de Boteller
(1583-1598). En este siglo también se levantó un nuevo recinto amurallado del
que apenas queda la conocida como Puerta de Prades.
En el siglo XVII se produjo un gran cambio en la comunidad,
pues aunque el abad Simón Trilla se
opuso a la integración de Poblet en la Congregación cisterciense de Aragón,
creada en 1616, lo que suponía pasar a depender de un vicario general nombrado
por la propia Congregación, al tiempo que la dignidad del abad dejaba de ser
perpetua para convertirse en cuatrienal, terminándose con la figura del abad
comendatario, la muerte de Trilla en 1623 facilitó la integración del monasterio
en la Congregación, que a imagen de la que se había formado en Castilla,
agrupaba las abadías cistercienses de Cataluña, Aragón, Valencia, Baleares y
Navarra.
En el siglo XVIII se levantaron la sacristía nueva y unas
estancias para los monjes jubilados, dos construcciones que afectaron a la
muralla del siglo XIV, y también se construyó una galería para comunicar el
palacio abacial con el monasterio.
Entrados en el convulso siglo XIX, durante el Trienio
Liberal se produjo la primera exclaustración forzosa y el abandono del
monasterio durante dos años, y la iglesia y los palacios abacial y real fueron
saqueados e incendiados y se perdieron los altares, la sillería del coro del
siglo XVI, el órgano, las cajonerías de la sacristía… Aunque con la vuelta de
Fernando VII en 1825 los monjes volvieron y trataron de restablecer el orden,
las luchas entre liberales y absolutistas continuaron y las consecuencias
fueron fatales para Poblet, pues la comunidad, temiendo por su integridad
física, decidió exclaustrarse y refugiarse en casas particulares sacando del
monasterio los objetos transportables más valiosos que todavía quedaban para
entregarlos en custodia a algunos vecinos, terminando por perdérseles la pista
para siempre. En el monasterio quedaron la biblioteca, los archivos y las
tumbas reales, y aunque la comunidad volvió a ocupar el monasterio, la
desamortización de Mendizábal de 1835 supuso la exclaustración forzosa de
los cincuenta monjes, once conversos y once novicios que lo habitaban, la venta
de todas sus propiedades y el abandono, quedando a merced de los saqueadores,
cuando las tumbas fueron profanadas en busca de joyas y los restos de Jaime I,
Pedro el Ceremonioso y Juan I quedaron esparcidos en el pavimento de la iglesia
hasta que en 1837 el párroco de Espluga de Francolí, Antonio Serret, obtuvo
permiso para recoger los restos reales para guardarlos en su iglesia hasta que
en 1843 fueron trasladados a la catedral de Tarragona, donde estuvieron depositados
hasta su vuelta definitiva a Poblet a mediados del siglo XX, tras la
refundación del monasterio y las restauración de los sepulcros realizada por Frederic Marès. En 1908 Lluís Domènech i Montaner construyó un monumento funerario para Jaime I que nunca acogió los restos y que en la actualidad está en el patio del ayuntamiento de Tarragona.
Tras la exclaustración el monasterio se convirtió en cantera
de los pueblos cercanos, en un expolio que la Comisión de Monumentos de la
Provincia de Tarragona, organismo responsable del monumento desde 1857, no fue
capaz de evitar, pues la rapiña parece ser que estuvo amparada por el
funcionario local de la misma y por el propio gobernador civil, concediéndose
incluso licencias para la búsqueda de posibles tesoros escondidos por los
monjes.
El monasterio terminó por convertirse en una ruina y aunque
en 1921, tras una visita de Alfonso XIII en la que declaró que el estado de
conservación del monasterio era una vergüenza nacional y se comprometió a
promover su restauración, Poblet fue declarado Monumento Histórico Artístico,
todavía hubo que esperar hasta 1930 para que se creara el Patronato de Poblet, presidido por el diplomático y financiero Eduard Toda i Güell, y comenzaran las
obras de restauración, destacando la labor de los arquitectos Jeroni Martorell y Alejandro Ferrant, y en 1935 la iglesia ya recuperara el culto. A
continuación se produjo un parón provocado por la Guerra Civil. Pero en 1940,
tras largas negociaciones, el monasterio fue refundado y recuperó su vida
monástica con cuatro monjes cistercienses italianos bajo el mando del prior Rosavini.
En 1945, gracias a la iniciativa del padre Bernat Morgades se creó la Hermandad de Amigos del Monasterio de
Poblet, que bajo la presidencia de Felipe
Bertrán i Güell, se empezó a encargar de su rehabilitación y restauración, con
obras dirigidas por el arquitecto Lluís
Bonet i Gari que afectaron al locutorio, el refectorio, la sala capitular y
la biblioteca.
En 1952, tras la restauración de los sepulcros realizada por
el escultor Frederic Marès con el patrocinio del gobierno español, los restos
reales depositados en la catedral de Tarragona volvieron al monasterio.
Los trabajos de recuperación del monumento continuaron durante
gran parte de la segunda mitad del siglo XX, con una importante intervención
del arquitecto Joan Bassegoda i Nonell,
y terminaron por configurar el aspecto actual del conjunto.
En 1984 el entorno paisajístico de Poblet, más de dos mil
hectáreas con cincuenta fuentes naturales, fue nombrado Paraje Natural de
Interés Nacional y en 1991 el monasterio fue declarado Patrimonio de la
Humanidad por la Unesco.
En la actualidad el conjunto monasterial, con tres recintos
diferenciados, se ubica en un solar de más de una hectárea parcialmente rodeado
de un muro almenado.
El monasterio con la zona de huertas abarcada por el primer recinto (2) |
Pero para conocer este espectacular monasterio, que conserva ámbitos tan impresionantes como la iglesia con su
panteón real, la sala capitular o el famoso dormitorio de monjes, podéis consultar los siguientes enlaces:
Y si queréis ver otros MONASTERIOS CISTERCIENSES en Viajar con el Arte, podéis acceder a ellos abriendo este enlace.
Referencias:
Referencias:
(2) http://www.bcncatfilmcommission.com/es/location/paraje-natural-de-inter%C3%A9s-nacional-de-poblet
Fuentes:
MASOLIVER, A., “La biblioteca de Poblet”. En CAMPOS Y
FERNÁNDEZ DE SEVILLA, F. J. (coord.), Monjes
y monasterios españoles, Actas del simposium (1/5-IX-1995), Vol. 3, 1995,
págs. 373-394.
NAVASCUÉS PALACIO, P., Monasterios en España.
Arquitectura y vida monástica. Barcelona, Lunwerg, 2000.
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