Las sargas de San Salvador de Oña en el Museo de Burgos
Son muchas las obras de arte emblemáticas que expone el
Museo de Burgos, un gran desconocido plagado de múltiples y emocionantes
sorpresas. Una de las más destacadas es la colección de ocho sargas dedicadas a
la Pasión de Jesucristo procedentes
del monasterio de San Salvador de Oña y atribuidas a fray Alonso de Zamora, el
Maestro de Oña, a comienzos del siglo XVI. Además de su belleza, excepcionalidad
y estado de conservación, también se conforman como un inigualable documento
histórico para el estudio de las vestimentas y el armamento de la época.
Sargas con la Presentación ante Pilatos, la Crucifixión y la
Resurrección
El monasterio fue fundado a comienzos del siglo XI por Sancho García, el último conde de Castilla, para su hija Tigridia, concebido como un enclave castellano en zona fronteriza cuyo dominio también se disputaba el reino de Navarra. En origen fue un monasterio mixto, siguiendo el modelo visigodo, común por entonces en la península.
Pero a la muerte Sancho García en 1017 el monasterio pasó a
depender de Sancho el Mayor de Navarra, casado con Munia, otra hija del conde,
un hecho trascendental para el cenobio, que fue entregado a la Orden
benedictina, con gran prestigio en el reino de Francia y que gozaba del apoyo
del papado de Roma, elegida como orden para unificar del culto religioso frente
a los ritos locales que se habían ido generando en los distintos territorios
cristianos, una sustitución que fue definitiva en 1080 gracias a la
implantación de la liturgia romana, que vino acompañada de la necesidad de
libros que introdujeran las formas unificadas de culto, rezos y cantos,
suponiendo un cambio cultural en el que se buscaba la elevación espiritual a
través del trabajo intelectual, con un importante desarrollo de los scriptoria y las bibliotecas monacales.
Además, los monasterios benedictinos también se conformaron como verdaderos
centros de gobierno y organización del territorio.
Sancho el Mayor fue enterrado en el atrio de la iglesia y a
lo largo de los años siguientes la iglesia recibió otras tumbas regias.
A fines del siglo XV el monasterio experimentó una
importante renovación artística, finalizándose las obras de ampliación de la
capilla mayor del templo para conformar un espacio centralizado de carácter
funerario, uno de los panteones más importantes de Castilla al que se trasladó
un importante conjunto de sepulturas altomedievales procedentes de otra capilla
del templo y que se monumentalizó mediante elegantes cenotafios de madera
decorados con sargas pintadas.
Y es precisamente en este periodo cuando también se menciona
a un “Fray Alonso el pintor”, un dato del que hay autores que deducen la
existencia de un taller estable de pintura en el monasterio bajo la dirección
del maestro fray Alonso de Zamora, al que Pilar Silva adjudica unos ángeles
pintados en la bóveda de entrada, los que llevan los símbolos de la pasión
adaptados al retablo de la Inmaculada y que procederían del antiguo retablo
mayor, las mencionadas sargas, fechadas hacia 1490-1495, con escenas de la
Pasión y que decoraban los fondos de los panteones reales, y la serie de igual
tema que se conserva en el Museo de Burgos, de hacia 1510.
También se adjudican a este maestro el Retablo de San Pedro de Tejada conservado en el museo, la predela
de Ameyugo y el Retablo de San Nicolás de Espinosa de los Monteros, todos
centros dependientes del monasterio de Oña.
Tablas del Retablo de San Pedro de Tejada
Las conocidas hoy como Sargas
de Oña son un conjunto de ocho piezas sobre tela de sarga, tela tosca, de
trama abierta, con una preparación liviana sobre la que se aplicaron los
colores al temple para representar las siguientes escenas de la Pasión de
Jesucristo: Oración en el huerto, Prendimiento, Presentación ante Pilatos, Flagelación,
Camino del Calvario, Crucifixión, Santo entierro y Resurrección.
Prendimiento
Cristo ante Pilatos
Crucifixión
Santo Entierro
Resurrección
Aunque no se sabe exactamente su finalidad y se creía que
habían decorado el claustro, la fragilidad del soporte y el extraordinario
estado de conservación en el que se encuentran hoy hacen pensar que estarían en
dependencias internas del monasterio. El otro conjunto mencionado con igual
asunto y soporte adornó los fondos de los panteones y gozó de gran estima, de
ahí que se deduzca que los monjes decidieran realizar una segunda serie para
sus dependencias o para otro de sus monasterios. Ambas se conforman como unas
de las escasas obras conservadas sobre tela de fines del siglo XV.
Se encuadran dentro de la producción hispanoflamenca
característica de los talleres burgaleses, con escenas concebidas de forma
narrativa siguiendo fielmente los acontecimientos descritos en los Evangelios y
con repetición de tipos en las sucesivas escenas.
Las figuras, personajes fácilmente reconocibles, están desproporcionadas
respecto al emplazamiento físico en el que se desarrolla la acción, en
posiciones estáticas y con rostros poco expresivos. Los fondos denotan el gusto
por los paisajes y arquitecturas flamencos y las estancias interiores muestran
elementos arquitectónicos propios del gótico final, algunas con las típicas
soluciones de suelos embaldosados o ventanas abiertas al paisaje para marcar la
perspectiva.
Las composiciones son equilibradas, con predominio de las
líneas verticales que centran la escena principal a partir de un eje de
simetría, como en la Flagelación o la
Crucifixión, por el juego de líneas
paralelas y perpendiculares, como el Camino
del Calvario, o por el estudiado esquema triangular con la disposición
contrapuesta de los personajes, como en el Santo
Entierro o en la Resurrección.
Este conjunto es especialmente interesante como fuente
histórica, pues ofrece una rica información sobre la forma de vestir y el
armamento militar de la época. Aunque los personajes sagrados muestran una
iconografía heredada de periodos anteriores, con nimbos, largas túnicas y
mantos en los que predominan los colores azules y malvas para enfatizar el
sufrimiento de la pasión. Jesucristo muestra el nimbo crucífero de tradición románica,
diferenciándose de los Apóstoles.
Jesucristo con nimbo crucífero
El grupo más numeroso de personajes son hombres, con gran
variedad de atuendos de acuerdo a la moda masculina de la época, un estilo
impuesto por la corte de Borgoña que se caracteriza por potenciar una imagen
estilizada. También se aprecian las diferencias entre los atuendos de la
nobleza, más sujetos a cambios, y los del pueblo llano, con mayor pervivencia.
La calza fue utilizada a lo largo de todo el siglo, una
prenda ajustada que cubría el bajo tronco y las piernas. A fines del siglo XV
se usaba como prenda interior, cubierta por otras prendas de vestir. Otra pieza
destacada era el jubón, chaquetilla corta y ajustada que cubría el tronco
superior y los brazos. Ambas piezas se unían mediante cintas y proporcionaban
una estilizada imagen, tal y como puede observarse en la Flagelación. En esta época las calzas sólo las llevaba el pueblo llano y
la soldadesca, de ahí que en las sargas se vean en personajes de baja condición
social, como los sayones.
Otras prendas populares fueron el sayuelo, similar al jubón
pero algo más largo y sujeto con cinturón, o el palentoque, prenda de dos
piezas que caía por delante y por detrás, también sujeta con cinturón, y que
puede verse en una figura del Prendimiento.
Personaje con calzas y sayuelo
Figura en el Prendimiento llevando un palentoque, con una espada; el de al lado porta otra arma corta de la época y por detrás se ve una alabarda
Las piezas para ponerse encima las llevan los personajes más
señalados, como Pilatos, que viste a la moda cortesana, con calzas y jubón en
el interior cubiertos por un zamarro, un sayo forrado de piel; o Simón el Cireneo,
que viste un balandrán con bordes ribeteados y mangas acuchilladas,
diferenciándose claramente de los sayones.
Pilatos, con calzas, jubón y zamarro
En cuanto al calzado masculino, de puntera roma, es el
característico del cambio de siglo.
Detalle del calzado masculino típico del cambio de siglo,
con la punta roma
Otro elemento importante en la vestimenta masculina es el tocado.
Uno de los más habituales es la cardeñola, muy característico de comienzos del
siglo XVI, un bonete ajustado con cortes laterales y rebordes que podían
llevarse levantados y que puede verse en el Prendimiento o en el Camino del
Calvario.
Los dos soldados de frente llevan cardeñola
También estaban las galotas, con prolongaciones laterales,
como los que llevan dos de los soldados en el Prendimiento y en la Presentación
ante Pilatos.
Soldado con galota
La soldadesca también es numerosa, presente en todas las
sargas menos en la del Santo Entierro. El más habitual es el infante. La mayoría
van pertrechados con armadura completa, compuesta por peto y espaldar, brazales
con hombreras, quijotes, rodilleras y grebas, complementando la protección con
faldillas de malla o de cuero sobre el bajo vientre. Casi todos cubren su cabeza con un capacete o celada, sola o
complementada con visera y babera, en algunos casos tapando completamente la
cara.
Soldado con armadura completa, faldillas de malla y celada
con visera; al fondo también se observa un escudo tipo adarga
Las armas corresponden al equipamiento habitual de los
soldados de infantería, como las espadas cortas y las espadas-estoques, en uso
hasta comienzos del siglo XVI.
También encontramos armas largas, alabardas y lanzas, usadas
por la infantería y la caballería hasta el siglo XVII.
En cuanto a los escudos, aparecen tres tipos distintos: el
primero es el denominado escudo de guerra, cuyo uso se remonta al siglo XIII, de
forma triangular con los bordes superiores redondeados y espina central marcada, realizado madera forrada con
pergamino, como los que aparecen en la Oración en el Huerto y la Presentación
ante Pilatos.
Soldado con armadura completa, escudo de guerra y alabarda
Otro escudo
muy utilizado es una pieza de gran tamaño, que cubre prácticamente todo el
cuerpo, con forma rectangular y decorado con un sol, como el que aparece en la Crucifixión.
Escudo de
gran tamaño decorado con un sol, presente en la Crucifixión
El tercero
es el tipo denominado adarga, escudo ligero realizado con dos óvalos de cuero formando
un corazón, pieza característica de la caballería de Al-Ándalus incorporada a
los ejércitos castellanos a partir del siglo XIV y utilizada hasta la
generalización de las armas de fuego; pueden verse en Camino del Calvario,
colgando del arnés de un caballo, y en la Resurrección, llevada por un soldado.
Aunque le presencia femenina es menor y sólo está en la
Crucifixión, el Santo Entierro y la Resurrección, también aporta interesante
información sobre su moda de fines del siglo XV y comienzos del XVI.
La Magdalena de la Crucifixión viste traje o saya de tipo
cortesano, ajustado en el tronco y sujeto en la cintura con un ceñidor de
orfebrería ligeramente caído sobre la falda de amplios pliegues. Destacan las
mangas con bullones decorativos, adaptación española de la moda italiana de
enseñar las mangas de la camisa. En cuanto a la Virgen, muestra la típica
imagen de las matronas de edad, con sayo y traje largo con mangas ajustado con
cinturón, toca blanca y manto largo que también le cubre la cabeza.
Detalle de los vestidos de María Magdalena y la Virgen
En el Santo Entierro aparece una mujer con tres da las
prendas típicas: gonete, una chaquetilla corta, basquiña, una falda larga con
frunces, y una matilla de una aleta por encima, manto largo con una abertura
para los brazos que surge a fines del siglo XV.
Mujer con gonete, chaquetilla corta, falda larga de frunces
y matilla
Los peinados también son los de la época, con raya al medio
y el cabello rodeando el rostro, recogido por detrás y cubierto con un fino
velo.
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Museo Diocesano de Arte Sacro de Vitoria
Fuentes:
CASTILLO, B., Guía
breve. Museo de Burgos. Burgos, Junta de Castilla y León, 1997.
RUIZ SOUZA, J. C., “Castilla y la libertad de las artes en
el siglo XV. La aceptación de la herencia de Al-Andalus: de la realidad
material a los fundamentos teóricos”. Anales de Historia del Arte,
123, vol. 22, nº especial, 2012, 123-161.
http://www.onienses.com/PDFS/Sargas_Onia.pdf
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