El Colegio Mayor Anaya de Salamanca
Lo que hoy se conoce como “Palacio Anaya”, un impresionante
edificio neoclásico ubicado justo enfrente de la fachada norte de la Catedral
Nueva de Salamanca y que aloja la Facultad de Filología de la Universidad, hasta
fines del siglo XVIII fue la sede del Colegio Mayor San Bartolomé, Colegio
Mayor de Anaya o Colegio Viejo, que con todas esas acepciones se le conoce, el
primer colegio dedicado a la enseñanza en la universidad salmantina, a la que
quedó adscrito, y el primer colegio mayor de la Península Ibérica, fundado por
el obispo don Diego de Anaya y Maldonado tomando como modelo el Colegio Mayor
san Clemente de los Españoles de Bolonia, que había sido inaugurado en 1346
siguiendo las disposiciones testamentarias del cardenal Gil de Albornoz.
Fachada principal del Colegio Anaya |
La idea empezó a gestarse en 1401 cuando, después de volver del Concilio de Constancia en Italia, don Diego, en ese momento obispo de Salamanca, que ya lo había sido de Tuy y Orense, y que después lo sería de Cuenca y arzobispo de Sevilla, uno de los hombres más influyentes de su época, preceptor del futuro Enrique III, presidente del Consejo Real, y activo diplomático, decidió dar estudios universitarios a unos cuantos estudiantes sin recursos alojándolos, provisionalmente, en unas casas propias adosadas al palacio episcopal salmantino.
Detalle de la sepultura de don Diego de Anaya y Maldonado en la capilla de san Bartolomé del claustro de la Catedral Vieja de Salamanca |
En 1405 ya tenía redactadas las primeras Constituciones y la
fundación del colegio fue definitiva en 1414 mediante bula del papa Benedicto
XIII. En ellas se fijó que la institución debía proporcionar estudios
superiores a un número concreto de colegiales sin recursos económicos “ad hoc
habiles, integrae famae et opiniones, ex puro sanguine procedentes, idoneae”,
unas estrictas condiciones de ingreso, similares a las de acceso al estamento
clerical, en las que además de la pobreza, inteligencia y limpieza de sangre,
también tenían en cuenta el aspecto físico o la procedencia geográfica,
conformándose, no como un simple alojamiento, sino como una institución
educativa en régimen semi-conventual en la que las enseñanzas impartidas en la
universidad se perfeccionaban dentro del propio colegio.
El siguiente paso fue levantar un edificio sobre dos solares
próximos a la catedral, donde había estado la antigua iglesia dominica de san
Bartolomé, de la que toma la advocación, y en 1418 ya estaba terminado,
recibiendo ese mismo año la confirmación de las Constituciones del papa Martín
V.
Desde su fundación, el Colegio Mayor San Bartolomé gozó del
apoyo del papado y de la realeza, recibiendo abundantes privilegios y rentas,
muy valorado porque en él empezaron a formarse los profesionales mejor
preparados, universitarios no nobles, sanos, por el ancestral miedo de la época
a las enfermedades contagiosas, trabajadores, inteligentes y honrados, los profesionales
que la Corona creía necesarios para la constitución de un nuevo Estado basado
en una monarquía fuerte y autónoma de los clientelismos nobiliarios.
Y ese merecido prestigio, con sus colegiales ocupando los
mejores puestos del Estado, tanto en el ámbito civil como en el eclesiástico, hizo
que se convirtiera en modelo para los colegios mayores de Cuenca, Oviedo y Fonseca, también en Salamanca, el
de Santa Cruz en Valladolid, el de San Ildefonso en Alcalá y para
otros más en Hispanoamérica.
Pero fue un prestigio que pronto llamó la atención de la nobleza,
que empezó a utilizar infinitos argumentos para soslayar la condición de
pobreza, y aunque los estudiantes verdaderamente pobres siguieron ingresando en
los colegios mayores hasta comienzos del siglo XVII, desde finales del XVI
también lo empezaron a lograr nobles segundones y hasta algún adinerado que,
una vez dentro, y aprovechándose de la autonomía económica, política,
jurisdiccional y de gestión que las Constituciones colegiales les
proporcionaban, modificaron las condiciones de ingreso a través de los
Estatutos, que eran los que recogían normas de derecho en las que se realizaban
adaptaciones de las Constituciones a las necesidades de cada época, para
favorecer a la nobleza en detrimento de los estudiantes pobres, a los que
demostrar su condición “ex puro sanguine”, que al principio sólo se relacionaba
con ser hijo de matrimonio legítimo, pero que había derivado hacia una limpieza
de sangre en relación con no ser descendiente de converso, terminó siendo casi
imposible, dado que en sus familias no era habitual guardar documentos que así
lo certificaran.
Y fue así como los colegiales terminaron conformando lo que
se conocía como “espíritu de casta”, que obligaba a los ex colegiales a ayudar
a sus antiguos colegios y compañeros en todo momento, generando un favoritismo
académico y laboral, monopolizando las cátedras universitarias y las plazas en
la Administración más importantes.
Ese gran poder entraba en conflicto con el despotismo
ilustrado de Carlos III y en 1777 se aprobó una reforma de los colegios mayores
buscando acabar con su monopolio, que como no tuvo el efecto deseado, terminó
provocando que en 1798 Carlos IV decretara la extinción de todos los colegios salmantinos, con sus rentas y bienes transferidos
a la Hacienda Pública. De todos modos, en la práctica, el Colegio Anaya ya
estaba extinguido desde 1786.
Fachada del Colegio Anaya |
Ya sin colegiales, el edificio empezó a utilizarse como
palacio episcopal y durante la Invasión Francesa añadió la función de
residencia de los generales y gobernadores franceses, cuando el general
Thiébault decidió derribar las casas que había entre el palacio y la catedral,
abriendo la plaza Anaya.
Terminada la guerra, el convulso siglo XIX y los intentos de
constitucionalismo seguidos de periodos de reinstauración del Antiguo Régimen
dieron como resultado sucesivas supresiones y restablecimientos de los colegios mayores que provocaron que el Anaya experimentara alguna intervención
arquitectónica al hilo de los usos dados al edificio hasta su definitiva
supresión en 1846, cuando dadas sus dimensiones, empezó a acoger oficinas del
Gobierno Civil o de la Delegación de Hacienda y Telégrafos y las galerías del
patio se cerraron con cristaleras.
Hasta una Real Orden de 1927 el edifico no recuperó su
función docente como Facultad de Letras y Ciencias, y desde los años sesenta
del siglo XX se dedica exclusivamente a albergar la Facultad de Filología,
recuperando también la antigua Hospedería.
En 1942 hubo una refundación como residencia universitaria y
en 2011 San Bartolomé recuperó el status de colegio mayor, pero ya no ocupa su
edificio histórico, que ya se ha mencionado que hoy aloja la Facultad de Filología de la Universidad de
Salamanca.
No queda resto alguno del edificio medieval, levantado en
mampostería y tapial de ladrillo. Se cree que, siguiendo su prototipo boloñés, estaría
organizado en torno a un patio central y tendría dos alturas en las que se
distribuirían los dormitorios, las cocinas, el refectorio, el archivo o la
librería, y con capilla incorporada bajo la advocación de san Bartolomé. Sí se sabe que en 1670, ante su estado de ruina, se optó por reforzar sus muros mediante contrafuertes de piedra, obra que realizó Juan de
Setién, pero la reforma no debió servir de mucho.
A comienzos del siglo XVIII el núcleo principal fue ampliado
hacia el este mediante la erección de una hospedería
para los estudiantes pobres que se pagaban sus estudios haciendo de criados de
los más pudientes, obra patrocinada por el antiguo colegial don Juan de Isla,
arzobispo de Burgos, y realizada en arenisca de Villamayor buscando la
perdurabilidad, restaurada en 1979 bajo la dirección del arquitecto Alejando Hualde.
Fachada de la Hospedería (1) |
En una cota más baja que el colegio por la pendiente hacia el
arroyo de santo Domingo, tiene planta cuadrangular con fachadas de vanos
regulares y se organiza en torno a un patio, con sótano y dos plantas, obra de Pantaleón del Pontón Setién y Joaquín
de Churriguera, artífice del patio interior, que algunos autores ponen en
relación con el Colegio Fonseca, con piso bajo con
arcos de medio punto entre semicolumnas estriadas y arcada superior de carpaneles con semicolumnas lisas y
antepecho imitando una balaustrada.
Patio de la Hospedería (1) |
La decoración escultórica de dos de las crujías está
terminada y en las otras dos se aprecian los volúmenes puros sin tallar.
Detalle de una esquina del patio donde se ve la labor escultórica terminada a la derecha e inacabada a la izquierda (2) |
A fines de la década de 1720 San Bartolomé recibió del
cabildo catedralicio la donación de la vecina iglesia de San Sebastián para convertirla en capilla del colegio. Adosada al colegio por su lado oeste,
vinculada al mismo desde una bula pontificia de Eugenio IV en 1437, ya sólo contaba con una capilla privada bajo la advocación de San Juan de Sahagún,
uno de los colegiales fundadores. Las
obras corrieron a cargo de Alberto de Churriguera y a comienzos de la década de
1740 ya estaba terminada.
Fachada del colegio, con la iglesia de san Sebastián en primer plano a la izquierda |
La portada principal fue dedicada a san Sebastián y la
lateral, en el lado de la Epístola, a san Juan de Sahagún, en recuerdo a la
primitiva capilla que desapareció con la construcción de la nueva iglesia. Las
esculturas en hornacinas de ambos santos fueron realizadas por José de Larra.
Fachada principal de la iglesia de san Sebastián |
Portada lateral de la iglesia desde el atrio del colegio |
En el interior presenta planta de cruz latina de nave única
con coro a los pies, cubierta con bóveda de cañón con lunetos y amplio crucero
con cúpula encamonada sobre alto tambor octogonal.
El ábside desde la nave |
Las cubiertas datan de fines del XIX, fruto de una
restauración en la que se rehizo la cúpula y se reconstruyeron las bóvedas de
ladrillo y su decoración de estuco, aunque se cree que se respetaron los diseños
originales, contrastando la riqueza ornamental de las bóvedas y de los paños de
la cúpula con la sobriedad decorativa de los muros. En las pechinas figuran
cuatro grandes escudos Anaya sostenidos por querubines tallados en piedra.
Detalle de la cubierta de la nave central |
Cúpula y transeptos |
En los cruceros hay sendas portadas de marcos moldurados y
frontón partido con cabezas de querubines, pero sólo es practicable la del lado
de la Epístola, que da acceso a la sacristía, mientras que la del Evangelio
simplemente es ornamental, buscando la simetría.
Portada de la sacristía, en el crucero de la Epístola |
El retablo mayor, obra contemporánea de 1903, muestra un
lienzo de 1740 con el Martirio de san
Sebastián de Sebastián Conca que estaba depositado en el Museo Provincial
de Bellas Artes. Otros cuadros de interés son una Adoración de los pastores y
una Epifanía atribuidos a Pedro Orrente.
Retablo mayor |
Martirio de san Sebastián de Sebastián Conca |
En cuanto al edificio del colegio, el terremoto de Lisboa de 1755 debió dejarlo
mucho más dañado, y dado que desde fines del siglo XVI sus funciones
primigenias de dar estudios a jóvenes sin recursos habían quedado
diluidas porque el prestigio que había alcanzado la institución había ido
atrayendo a los hijos de familias nobles y acomodadas, en 1760 se optó por
derribarlo para levantar uno nuevo más acorde con el status económico y social
de sus nuevos habitantes, el que hoy conocemos como Palacio de Anaya, uno de
los pocos edificios neoclásicos de Salamanca.
El Colegio Anaya desde las cubiertas de la Catedral Nueva de Salamanca |
El nuevo colegio, con escasa documentación conservada al
respecto y muy modificado en su interior para adaptarse a los nuevos usos
después de la supresión, se cree que siguió trazas de José de Hermosilla y
Sandoval por recomendación de su hermano Ignacio, secretario de la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando y antiguo colegial de San Bartolomé,
con la ejecución de las obras a cargo de Juan de Sagarvinaga, maestro de obras
de la catedral.
Las obras fueron avanzando no con problemas hasta que en
1778 el edificio quedó concluido. Pero esta nueva etapa fue muy efímera, pues estas
instituciones universitarias, grandes centros de poder durante toda la Edad
Moderna, chocaban de lleno con las reformas que Carlos III estaba emprendiendo
en su deseo de consolidar el despotismo ilustrado, y que ya he mencionado que en
1798 culminaron con el decreto de extinción de todos los colegios salmantinos.
El edificio que trazó Hermosilla supuso una auténtica
revolución respecto al barroco de los Churriguera o los García Quiñones tan
arraigado en Salamanca. Conocedor de la arquitectura que en esos momentos se
estaba desarrollando en Roma gracias a una estancia en la ciudad entre 1747 y
1751 con una beca de la Academia de San Fernando, proyectó el colegio como si
de un palacio romano se tratara, pero volviendo la vista hacia Vitrubio a
través de la arquitectura del siglo XVI.
La fachada principal, abierta a la amplia plaza Anaya desde la invasión francesa y
enfrentada a la fachada norte de la Catedral Nueva, está organizada mediante cuatro
ejes verticales a cada lado, marcados por las ventanas, entresuelos y balcones,
y un pórtico adelantado central, tetrástilo, de columnas de fuste liso y capitel
pseudo-jónico, quizá con referencias michelangelescas en el Palazzo dei Conservatori del Campidoglio en Roma,
con entablamento y frontón triangular con un óculo, y elevado sobre una escalinata a modo de templo clásico.
Fachada principal del Colegio Anaya |
El ático debió añadirse para poder levantar un último piso
en el que instalar la nueva biblioteca. También está organizado mediante cuatro
ventanas por lado y rematado por un antepecho que se hace balaustrada en la
parte central, donde se ubica un gran escudo de Anaya.
El edificio se organiza en torno a un patio cuadrangular concebido
como atrio de una casa romana, con dos pisos adintelados sobre columnas de
fuste liso con capiteles toscanos que sustentan un entablamento de triglifos y
metopas en la planta baja y del mismo jónico del pórtico en la superior, una
composición que algunos autores ponen en relación con el palacio de Carlos V en
Granada, que Hermosilla también había conocido y dibujado, o con el más cercano
patio del hoy desaparecido Colegio del Rey de Salamanca, obra atribuida a Juan
Gómez de Mora en la que también se emplearon dos pisos adintelados.
Patio del Colegio Anaya |
Detalle de las columnas toscanas y del entablamento de la panda baja del patio |
Capiteles jónicos de la panda superior del patio |
Los muros están plagados de los famosos “vítores” en honor a
los alumnos doctorados de la universidad salmantina, en los que se ve el nombre
y la fecha.
En la panda oeste se ubica una descomunal escalera, descompensada en tamaño respecto al resto del edificio. Se abre desde la panda mediante tres arcos de medio punto con intradós caasetonado, con una única rampa que arranca desde el central, llega a la meseta y se bifurca en dos laterales hasta enlazar con el piso superior.
Caja de la escalera alojada en la panda oeste del patio |
Arranque de la escalera |
Primer tramo de la escalera |
Los tres muros de la caja están organizados mediante tres arcos de medio punto ciegos que abarcan vanos adintelados, separados por pilastras de orden corintio que sustentan un entablamento sobre el que se ubica una fila de lucernarios de los que parte la cubierta, compuesta por bóveda esquifada realizada en ladrillo tabicado y enrasado y decorada con un gran escudo pintado del fundador.
Testero oeste de la caja de la escalera |
Quizá, y dado que fue lo último en levantarse del edificio,
la idea fuera de Sagarvinaga, pues el estilo no se corresponde con otras obras
de Hermosilla.
Escalera del Colegio Anaya |
Bóveda de la caja de la escalera, con el escudo Anaya en el centro |
En las pandas del piso superior están ubicadas el aula
magna, antigua sala rectoral, el decanato y la sala de juntas, estancias
decoradas con alegorías pictóricas universitarias a las que durante la invasión
francesa el mariscal Thiébault añadió otras de simbolismo militar. Normalmente no son visitables.
El Palacio Anaya fue declarado Bien de Interés Cultural en
1931 y en 2011 la declaración se amplió al conjunto formado por éste, la
Hospedería y la iglesia de san Sebastián, con categoría de Monumento.
Por último, me gustaría recomendaros una visita a la capilla de san Bartolomé en el claustro de la Catedral Vieja de Salamanca, la capilla funeraria del fundador, don Diego
de Anaya y Maldonado, con un espectacular sepulcro de alabastro con yacente
sobre un féretro con relieves y rodeado de una preciosa reja gótica con una
inscripción en la que se lee: “Aquí yace el ... señor don Diego de Anaya,
arzobispo de Sevilla, fundador del insigne Colegio de San Bartolomé...”.
Detalle del yacente tras la reja |
Labor escultórica del sepulcro |
Fuentes:
CARABIAS TORRES, A. Mª, “Colegios mayores y letrados:
1406-1516”. En CIRILO FLÓREZ, M., HERNÁNDEZ MARCOS, M. y ALBARES ALBARES, R.
(Eds.), La primera escuela de Salamanca (1406-1516),
Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 2012, pp. 15-34.
RODRÍGUEZ G. de CEBALLOS, A., “Noticias documentales sobre
el Colegio de San Bartolomé de Salamanca”, Archivo
Español de Arte, LXXVI, nº 302, 2003, pp. 187-205.
RUIZ DE VERGARA Y ÁLAVA, F., Historia del colegio viejo de S. Bartholomé, Mayor de la celebre
Universidad de Salamanca: Vida del ... Sr. Don Diego de Anaya Maldonado
Arzobispo de Sevilla, su fundador, y noticia de sus ilustres hijos, Madrid,
1766.
RUPÉREZ ALMAJANO, Mª N., El
Colegio Mayor de San Bartolomé o de Anaya, Salamanca, 2003.
RUPÉREZ ALMAJANO, Mª N., “La Universidad y los colegios
seculares”. En VV.AA., Loci et imagines =
Imágenes y lugares. 800 años de patrimonio de la Universidad de Salamanca,
Salamanca, 2013, pp. 195-229.
VILLASEÑOR SEBASTIÁN, F., “Los códices iluminados de Diego
de Anaya, fundador del Colegio de San Bartolomé en Salamanca”. Goya, 339, 2012, pp. 114-129.
Comentarios
Otra visita estupenda a un edificio y su historia de tu siempre experta mano, Sira. Aunque está ve no incluyas plantas y alzados...
Nos tienes que contar ese recorrido por las cubiertas de la catedral!
Siempre me pareció un edificio (el neoclásico) con un patio y escalera impresionantes, pero también tuve siempre la sensación de que el resto de dependencias no acompañaban esa monumentalidad, como si se hubiese quedado a medio hacer, pero no parece que sea el caso.
Lástima ese vértigo tuyo, esperemos que una cañita antes del ascenso lo mitigue. ;-)
Un abrazo.
Pdt: seguiré tu consejo de la cañita antes de la subida, a ver si el vaivén y el temblor de piernas cede.