Hace unos días ya nos detuvimos pausadamente en la
Historia del Museo de Bellas Artes de Sevilla, ubicado en el antiguo convento de la Merced Calzada de la ciudad,
y nos paseamos por casi todas las salas de su planta baja, pero nos quedaban
todavía la espectacular
antigua iglesia,
con la pintura religiosa barroca sevillana, destacando, sobre todo, la serie
realizada por
Murillo para el
convento de los Capuchinos, y las
salas de la planta superior. Pues vamos
a ello.
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Iglesia del antiguo convento de la Merced de Sevilla |
La
antigua iglesia, hoy convertida en
sala V, es un impresionante templo
de planta de cruz latina con nave única, entablamento desarrollado, bóveda de
cañón con arcos fajones y lunetos, transepto de brazos cortos también cubiertos
con bóveda de cañón, cúpula sobre pechinas en el crucero, todo ello decorado
con
pintura mural del siglo XVIII, realizada por
Domingo Martínez y Miguel
Moreno y terminada en 1727 según una inscripción en el entablamento de la
Epístola, y presbiterio plano. También contó con un amplio coro alto a los pies
que fue derribado
.
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Inscripción con la fecha de la decoración mural de la iglesia (1) |
El programa
iconográfico de la decoración mural fue confeccionado por la orden
mercedaria de acuerdo a los intereses de la Iglesia contrarreformista de
reforzar la fe y que los fieles imitaran la vida de los santos, ideas impulsadas por Francisco Pacheco en Sevilla y que todavía seguían vigentes un
siglo después, con una pintura religiosa eminentemente didáctica. En este
sentido, los mercedarios se presentan a sí mismos como redentores, siguiendo
los pasos de Cristo, que ante el hombre cautivo del pecado original y condenado
a la destrucción y la muerte, sacrifica su vida para liberarlo, con la Teología
de la Redención como raíz y centro del Nuevo Testamento.
En la nave de la iglesia la decoración se concentra en la
bóveda, con motivos geométricos en los intradoses de las ventanas, los arcos
fajones con
candelieri y bóveda de cañón con macollas de madera enmarcadas por
pinturas imitando elementos arquitectónicos y el anagrama de la orden en el
centro de cada tramo.
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Bóveda de la nave de la iglesia |
En la cabecera, las pilastras, metáfora de los pilares sobre los que se asienta la Orden, muestran grandes registros rectangulares con escenas de
santos que hacen, casi todos, referencia al Nacimiento, alusión simbólica al
nacimiento de Cristo y al de la Orden.
En los intradoses de los arcos del crucero se ubican
angelotes con filacterias con inscripciones alusivas a la Esperanza y la
Fortaleza, necesarias para el católico si quiere lograr sus metas.
En las bóvedas de los transeptos se representan santos y
venerables frailes de la orden mercedaria como paradigmas a imitar, con Sancho
de Aragón y Guillermo Saciano en el lado de la Epístola y Teoblado I y san
Pedro Armengol en el del Evangelio.
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Cubierta del crucero |
En cuanto al crucero, las pechinas que soportan la cúpula
están protagonizadas por mujeres de la Biblia que destacan por su fuerza y que
son prefiguraciones de la Virgen María, a la que los mercedarios consideraban
su fundadora. Son Jahel con el clavo y el martillo antes de matar a Sísara,
Esther convenciendo al rey Asuero para que libere al pueblo judío, Judith antes
de decapitar a Holofernes y Débora ordenando a Barac que vaya al Monte Tabar a
reclutar a diez mil hombres.
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Pechina de Judith |
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Pechina de Esther |
En los anillos de la cúpula del crucero se recogen
recomendaciones para ser buen católico y mercedario. Sobre las claves de los
arcos están un escudo de la Orden, un león dormido rodeado de abejas para
representar al cristiano que encuentra en la muerte de su redentor su propia
salvación, una paloma como símbolo de la Misericordia y una serpiente como
símbolo de la Prudencia.
Y para terminar con la decoración mural, en el centro de la cúpula
del crucero aparece, de nuevo, el escudo de la Orden, y en los gallones se
intercalan personajes especialmente significativos de la misma, con san Pedro
Nolasco, san Pedro Pascual, Bernardo de Corbaria, Pedro Astionso, san Serapio,
Jacobo Asoto, Raimundo de Blanes y san Ramón Nonato, con escenas con la
liberación de cautivos extraídas del Antiguo Testamento y protagonizadas por jueces
de Israel, con Abraham liberando a Lot, Gedeón recibiendo una muestra del poder
de Dios a través de un ángel que le muestra cómo sale fuego de una roca, Barac
en la batalla, Sangar derrotando a los filisteos, Aod apuñalando al rey Eglón
para liberar al pueblo judío, Odhoniel cuando el espíritu de Dios desciende
sobre él para ordenarle que se ponga en campaña, Josué deteniendo el sol para
que su pueblo pueda vencer a sus enemigos y Moisés atravesando las aguas de mar
Rojo.
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Detalle de la decoración de la cúpula |
Como
sala del museo, la iglesia expone
obras de gran formato de la pintura sevillana
del siglo XVII, que comienza con
Francisco
Pacheco como ejemplo de pervivencia de la tradición y con
Juan de Roelas como representante de la
renovación naturalista, el introductor en Sevilla del color veneciano y de un
tipo de grandes cuadros de altar típicamente contrarreformistas, el ambiente en
el que Velázquez realiza sus primeras obras antes de marchar a Madrid para
trabajar en la corte.
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Sala V, que ocupa la antigua iglesia del convento, vista desde los pies |
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La iglesia desde la cabecera |
El
Martirio
de san Andrés de
Juan de Roelas,
fechado en 1610 y procedente de la capilla de los Flamencos del colegio de
santo Tomás de Aquino, denota cómo el artista debió viajar a Italia, conociendo
la pintura veneciana de técnica suelta que presta menos atención al dibujo en
favor de un rico colorido y que pone al servicio de grandes cuadros de altar
típicamente contrarreformistas en los que suele haber siempre dos planos bien
diferenciados: el celestial, donde aparece la trascendental experiencia del
santo mientras sufre el martirio, y terrenal, lleno de espectadores en las más
variadas actitudes.
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Martirio de san Andrés de Juan de Roelas |
Otro
de los conjuntos destacados es el formado por las
tablas del retablo mayor de la iglesia del convento de Monte Sión
realizadas por
Juan del Castillo en
la década de 1630 y que narran episodios de la Vida de la Virgen, con una
Asunción central.
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Tablas del retablo mayor de Monte Sión de Juan del Castillo |
Francisco
Herrera el Viejo y Zurbarán son los continuadores del naturalismo en el segundo
tercio del siglo XVII y Bartolomé Esteban Murillo y Valdés Leal serán los
protagonistas de la segunda mitad del siglo.
La
Apoteosis
de san Hermenegildo de
Herrera
el Viejo, procedente de la iglesia del colegio de san Hermenegildo y fechada en 1620, también se divide en dos registros: el celestial, con un
rompimiento de gloria en el que aparece san Hermenegildo triunfante rodeado
de ángeles, y el terrenal, con san Isidro sometiendo a Leovigildo y san Leandro
protegiendo a Recaredo, el monarca que proclamó el cristianismo de su reino en
el Tercer Concilio de Toledo. La obra es una demostración del estilo maduro del
artista, con pinceladas sueltas y enérgicas que modelan rostros
individualizados y una gama de color con predominancia de los castaños, dorados
y negros.
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Apoteosis de san Hermenegildo de Herrera el Viejo |
La
Apoteosis
de Santo Tomás fue realizada por
Zurbarán
en 1631 para el retablo mayor de la capilla del colegio de santo Tomás de
Aquino y es una de las obras más complejas del artista, con figuras de gran
monumentalidad e intensa expresión naturalista en una composición dividida en
tres registros: el más bajo con el fundador del colegio, fray Diego de Deza y
un grupo de frailes dominicos a la izquierda y el emperador Carlos V con otro
grupo de figuras orantes a la izquierda; en el medio se sitúa santo Tomás
flanqueado por los cuatro Padres de la Iglesia; y en el superior está el
Espíritu Santo flanqueado por Cristo y la Virgen y san Pablo y santo Domingo.
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Apoteosis de Santo Tomás de Zurbarán |
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Detalle de Carlos V |
Estas
grandes obras para retablos contrarreformistas culminan en la cabecera con el
conjunto de pinturas más importante de
Bartolomé
Esteban Murillo expuesto en el museo, la
serie que el pintor realiza entre 1665 y 1669
para el convento de los Capuchinos de Sevilla, conservándose aquí
siete de las nueve tablas del retablo mayor, dos de las cuatro que ocupaban los
laterales del presbiterio y las seis de los altares de las capillas laterales
de la iglesia del desaparecido convento, pinturas realizadas entre 1665 y 1668
que buscaron exaltar los elementos distintivos de la espiritualidad
franciscana, dado que los Capuchinos pertenecen a la Primera Orden de san
Francisco, y que se salvaron del expolio durante la invasión francesa porque, gracias a la intervención del cabildo catedralicio, los monjes pudieron trasladarlas
a Gibraltar antes de la entrada de las tropas napoleónicas en la ciudad.
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Cabecera con las obras de Murillo para los Capuchinos |
Este
conjunto es una magistral muestra del arte de Murillo, que se distinguió por
una excelente técnica y un arte delicado y amable que se hizo muy popular en
una ciudad asolada por la crisis y las epidemias, con un estilo que termina dominando la primera mitad del siglo XVIII y su huella se deja sentir
hasta el XIX. Valdés Leal representa el contrapunto, la expresividad, con un
estilo vigoroso y apasionado que también tuvo mucha aceptación.
A la
reconstrucción del retablo mayor le falta la escena principal con
El
Jubileo de la Porciúncula, que relata cómo Jesucristo y la Virgen se
aparecieron a san Francisco mientras oraba en la capilla de la Porciúncula para
concederle el famoso jubileo y que los capuchinos regalaron al pintor Joaquín
Bejarano por su labor de restauración de las obras, hoy en el Wallraf-Richartz-Museum
de Colonia, sustituida en la reconstrucción museológica por una
Inmaculada
realizada por Murillo hacia 1650 para el convento sevillano de san Francisco,
con los franciscanos como grandes defensores de la devoción a la Inmaculada
Concepción de María desde la Edad Media, y que se conoce con el apelativo de
“la
Colosal” por su tamaño.
(Con motivo de la celebración del IV centenario del nacimiento de Murillo en 2017 el museo está preparando una gran exposición para la que ha conseguido que el Wallraf-Richartz-Museum de Colonia les preste
El Jubileo, que
ha llegado a Sevilla en estos días para ser sometido a una restauración antes de exponerlo. Nota añadida el 4 de julio de 2016)
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Jubielo de la Porciúncula de Murillo (2) |
También
se perdió la
Santa Faz, desaparecida durante la invasión francesa y que
podría haber pasado a una colección privada británica según informa Francisco
M. Tubino en
Murillo, su época, su vida,
sus cuadros, libro publicado en 1864.
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Reconstrucción del retalbo mayor de los Capuchinos |
Con
la
Inmaculada
“la Colosal”, fechada hacia 1650, Murillo buscó renovar la iconografía
de la Purísima introduciendo un resplandeciente fondo dorado y el dinamismo y
el movimiento propios del barroco, presentes en los cabellos, en el ropaje,
blanco y azul, denominado “azul purísima” desde entonces, y en los ángeles
revoloteando alrededor. Al estar realizado para un gran retablo a elevada
altura y alejado del feligrés, hay que contemplarlo a cierta distancia y de
abajo a arriba, de ahí que la Virgen mire hacia abajo, para valorarlo en toda
su medida.
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Inmaculada "la Colosal" |
Debajo
se ubica una Virgen con Niño que se situaba en la puerta del tabernáculo del
retablo popularmente conocida como la Virgen de la Servilleta porque la
tradición dice que Murillo la pintó en una de las servilletas que se usaban en
el refectorio del convento. Son medias figuras destacadas sobre fondo oscuro,
la Virgen vestida con velo blanco y el Niño medio desnudo, ambos dirigiendo la
mirada al espectador como dando la sensación de sentir su presencia, una
sensación acrecentada por la postura del Niño adelantando los brazos como
dejándose coger por una persona que estuviera delante, en una actitud de
ternura y el intimismo que fueron claves en el éxito de la pintura religiosa
del pintor.
Siguiendo
el esquema original del retablo, en la calle del Evangelio están San Antonio con el Niño, San José con el Niño y las Santas Justa y Rufina, y en la de la
Epístola se disponen San Félix Cantalicio
con el Niño, San Juan Bautista en el
desierto y los Santos Leandro y
Buenaventura. Como es característico en la obra de Murillo, todos estos
santos son retratos vivos con expresiones serenas y melancólicas de profunda
humanidad.
San Antonio con
el Niño
es de tamaño natural de medio cuerpo. Su formato original remataba en
semicircunferencia pero se cortó en rectangular. El Niño está de pie sobre un
libro abierto y el santo apoya una mano en su espalda mientras que con la otra
sujeta un ramo de azucenas.
San José con el
Niño
aparecen de cuerpo entero y a tamaño natural. El Niño, de rizada y dorada
cabellera, apoya su cabeza sobre el hombro del santo, que aparece pensativo,
como presagiando el futuro del Niño, que con una mano acaricia su brazo y con
otra coge una vara florida. El claroscuro resalta líneas y volúmenes.
Las
Santas
Justa y Rufina están representadas de cuerpo entero con la doble palma
de la virginidad y el martirio y los objetos cerámicos aluden a su profesión de
alfareras, sosteniendo entre ambas una reproducción de la Giralda porque, según
la tradición, fueron ellas las que impidieron su caída abrazándola en un
terremoto de 1504. Aparecen en el retablo porque, también según la tradición,
la iglesia de los Capuchinos, de la que eran titulares, se levantó sobre el
anfiteatro en el que recibieron martirio.
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Santas Justa y Rufina |
San Félix
Cantalicio con el Niño,
lo mismo que San Antonio, al otro lado, en pendant, también es de tamaño natural de medio
cuerpo y su formato original remataba en semicircunferencia, cortado en
rectangular. El santo muestra una actitud paternal, sosteniendo al Niño entre
sus brazos mientras éste le toca las barbas. La luz es esencial, destacando el
cuerpo blanco del Niño sobre el fondo oscuro del hábito del fraile e iluminando
el rostro de éste, en el que se aprecian las profundas arrugas de un hombre
anciano y cansado, lo mismo que ocurre con sus manos sarmentosas, que
contrastan con la delicada carne del Niño.
San Juan
Bautista en el desierto, igual que San José con el Niño, que ocupaba el otro lado
del retablo, está representado de cuerpo entero y a tamaño natural. La
iluminación, procedente del ángulo superior izquierdo, destaca el rostro del
personaje y las partes más sobresalientes de su anatomía para terminar en el
cordero que aparece a sus pies contemplándole.
En
cuanto a los
Santos Leandro de Sevilla y Buenaventura, están representados
de cuerpo entero y a tamaño natural, san Leandro, vestido de papa junto a un
niño que le sujeta la mitra escondido tras su capa, y san Buenaventura con
traje monástico. La presencia del primero también alude a la historia del templo,
como fundador legendario del convento en ese emplazamiento antes de la
conquista musulmana, de ahí que le traspase a san Buenaventura, superior
general de los Franciscanos, la maqueta de una iglesia gótica como símbolo de
la cesión de la cofradía que ocupaba la capilla, que en 1627 se trasladó a otro
enclave en el centro de la ciudad, para dejarles éste a los capuchinos después
de que fueran autorizados a tener casa en Sevilla.
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Santos Leandro de Sevilla y Buenaventura |
En
los laterales del presbiterio de la iglesia de los Capuchinos figuraban otras
cuatro pinturas.
El ángel de la Guarda pasó al Cabildo catedralicio y hoy está
en una de las capillas de la catedral sevillana y
San Miguel Arcángel está
en paradero desconocido, pero en el museo se conservan la
Anunciación y la
Piedad,
y aunque ambas debieron estar rematadas en medio punto y ser de igual tamaño,
la Piedad fue recortada, quizá por su mal estado, y ahora tiene formato
rectangular.
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Esquema de la cabecera con la reconstrucción del retablo mayor
y las tablas de los retablos laterales colocadas en el crucero |
La
Anunciación
representa al ángel con la mano derecha levantada señalando a la paloma del Espíritu
Santo, en un rompimiento de gloria que ilumina la estancia, y con un ramo de
azucenas en la izquierda mientras la Virgen, arrodillada, se muestra
sorprendida e interrumpe la lectura del libro que tiene sobre el reclinatorio.
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Anunciación |
La
Piedad
muestra el cuerpo de Cristo muerto depositado sobre un sudario en el suelo y
apoyado sobre la Virgen, que muestra los brazos abiertos y mira hacia arriba,
como implorando al cielo. Aunque el fondo es oscuro, a la derecha se aprecia el
sepulcro con la lápida abierta. Es una obra de gran fuerza y dureza en la que
lo que más destaca es el sentimiento patético y doloroso, presente incluso en
los rostros de los angelitos, con gestos que no son habituales en la obra de
Murillo.
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Piedad |
Los
cuadros de los altares de las capillas laterales del Evangelio son
San Antonio con el Niño, que repite,
porque ya está en el retablo, la
Inmaculada
del Padre Eterno y
San Francisco
abrazado al Crucificado, mientras que los de la Epístola son la
Adoración de los pastores,
San Félix Cantalicio con la Virgen y el Niño,
que también repite, y
Santo Tomás de
Villanueva.
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De derecha a izquierda, la Anunciación y los cuadros que estaban en las capillas laterales
del Evangelio, con San Antonio con el Niño, la Inmaculada del Padre Eterno
y San Francisco abrazando al Crucificado |
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De izquierda a derecha, la Piedad y los cuadros que estaban en las capillas laterales de la
Epístola, con la Adoración de los pastores, San Félix Cantalicio con la Virgen y el
Niño y Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosna |
San Antonio con
el Niño
muestra una sencilla composición, con el santo arrodillado ante un libro
abierto en el que está sentado el Niño tendiéndole una mano y señalándole el
cielo con la otra, y al que acoge con el brazo izquierdo mientas que en la mano
derecha sujeta una vara de azucenas, símbolo de la pureza. Por encima se sitúa
un rompimiento de gloria con ángeles niños jugando.
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San Antonio con el Niño |
La
Inmaculada
del Padre Eterno recibe ese nombre porque muestra a la Virgen rodeada
de nubes y ángeles contemplada por Dios, que está protegiéndola con sus brazos,
una novedad dentro de las numerosas Inmaculadas de Murillo, lo mismo que el
globo terráqueo con el dragón a los pies, que representan el triunfo de María
sobre el pecado original aprisionando a la humanidad. Está rodeada de nubes en
las que aparecen grupos da angelitos contemplándola y que destacan por la
diversidad de posturas y actitudes.
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Inmaculada del Padre Eterno |
San Francisco
abrazando al Crucificado es uno de los cuadros más populares de Murillo, con una
intensidad lumínica centrada en los personajes que intensifica el carácter
trascendental de la visión mística del santo por la que decide renunciar a
todos sus bienes materiales y tomar la vida religiosa, de ahí que apoye el pie
sobre el globo, como empujándolo, para simbolizar su rechazo al mundo terreno.
A la izquierda hay dos ángeles sosteniendo un libro en el que se lee:
"QUI NON RENUNTIAT OMNIBUS QUI POSSIDET NON
POTEST MEUSÌ ESSE DISCIPULUS"
El
que no renuncia a todo lo que posee no puede ser mi discípulo
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San Francisco abrazando al Crucificado |
En
la
Adoración
de los pastores se aprecia el uso de los contraluces para crear el
espacio, ya lejos del claroscuro y el modelado más duro de las primeras obras
del artista. Además, el asunto le sirve al pintor para retratar a personajes
populares de distintas edades y en distintas actitudes, todos tratados de forma
muy realista.
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Adoración de los pastores |
San Félix
Cantalicio con la Virgen y el Niño muestra a un santo anciano arrodillado sosteniendo al Niño
en brazos y mirando a la Virgen, situada en un rompimiento de gloria en el
extremo superior izquierdo flotando sobre nubes, como acabando de entregar al
santo a su hijo, envuelto en un pañal blanco y jugueteando.
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San Félix Cantalicio con la Virgen y el Niño |
Santo Tomás de
Villanueva dando limosna, un cuadro que, según Palomino en
El Parnaso español, pintoresco y laureado, era considerado por el
propio Murillo como su mejor obra, muestra al santo agustino, arzobispo de
Valencia canonizado en 1658, en medio de una atmósfera naturalista que invita
al espectador a entrar en el cuadro gracias a la sensación de profundidad
conseguida con la alternancia de planos de luces y sombras, justo después de
haber abandonado la lectura de un libro, destacando que la ciencia teológica
sin caridad no es nada, para atender a unos pobres que demandan su ayuda, por
otro lado, un hecho cotidiano en la Sevilla del siglo XVII, con una sociedad de
enormes diferencias. La figura de rodillas con la espalda desnuda muestra un
excelente tratamiento naturalista del cuerpo humano y su postura en escorzo nos
marca la profundidad del cuadro. También destacan la madre y el hijo en el
ángulo inferior izquierdo, en una enternecedora actitud materno filial e iluminados
por el mismo foco que ilumina el libro.
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Santo Tomás de Villanueva dando limosna |
El
conjunto pictórico de Murillo para la iglesia de los Capuchinos se completaba
con la Inmaculada del coro o “la Niña”, que estaba en el coro, que muestra a una jovencita con las manos cruzadas sobre el corazón
mirando al cielo mientras a sus pies hay multitud de ángeles, algunos portando
los símbolos de las letanías.
En
el ámbito del crucero también se expone un
Cristo crucificado que
Zurbarán realizó para los Capuchinos en
la década de 1630. Es un Cristo de cuatro clavos, con las piernas en paralelo,
el vientre contraído, el tórax hacia fuera y la cabeza alzada justo en el
momento de la agonía, con su cuerpo iluminado destacando sobre un fondo muy
oscuro.
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Cristo Crucificado de Zurbarán |
El
recorrido continúa en la planta alta, a la que se accede, después de volver a
atravesar el
claustro Grande, subiendo
por la
escalera monumental de
J
uan de Oviedo y de la Bandera, convertida en modelo exportado a Iberoamérica,
una impresionante caja de dos cuerpos, con doble arranque, uno desde el
claustro Grande y otro desde el claustro de los Bojes, y cubierta con bóveda
octogonal sobre trompas con óculos dobles en las esquinas y decoración de
yeserías con un programa iconográfico mariano.
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Bóveda de la escalera |
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El claustro Grande desde el primer descansillo de la escalera munumental |
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Planta baja del museo (3). Las indicaciones son mías |
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Planta superior del museo (3). Las indicaciones son mías |
La sala VI es la
galería alta y cerrada del claustro de los Bojes, y sigue exponiendo obras del
barroco de Alonso Cano, Francisco de Herrera el Mozo, Zurbarán, Cornelio Schut,
Juan Simón Gutiérrez o Francisco de Barrera.
La
Serie de las cuatro estaciones de
Francisco Barrera
fechada en 1638 fue realizada para el convento de franciscanos descalzos de
Villamanrique de la Condesa y son cuatro grandes lienzos en los que destaca la abundancia
de productos naturales y cocinados propios de cada estación del año junto a las
figuras alegóricas.
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Primavera de Francisco Barrera (4) |
También destaca el
Ciclo de Santas para el Hospital de las
Cinco Llagas realizado por el taller de Zurbarán o por alguno de sus seguidores
en 1650.
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Ciclo de Santas del taller de Zurbarán |
El
principal protagonista de la
sala VII
vuelve a ser
Murillo y sus seguidores, pues su estilo se impuso en la ciudad desde
mediados del siglo XVII, con obras como
La
estigmatización de San Francisco, la
Dolorosa
o una exquisita
Inmaculada Concepción
de pequeño formato pintada sobre cobre fechada hacia 1675 y adquirida por el
estado en 2013, todas del maestro, o la recientemente restaurada
Santo Domingo confortado por la Virgen
de
Juan Simón Gutiérrez.
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Aspecto de la sala VII, con Santo Dominco confortado por la Virgen de Juan Simón
Gutiérrez, obra de hacia 1710 procedente del convento de san Pablo |
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Inmaculada Concepción de Murillo |
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Estigmatización de san Francisco de Murillo |
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Dolorosa de Murillo |
La
sala VIII está dedicada a
Juan Valdés
Leal y expone, entre otras de sus obras, la
Serie de la Vida de san Ignacio
para la Casa Profesa de la Compañía de Jesús y la
Serie de la Vida de san
Jerónimo realizada para la sacristía del monasterio hispalense de
san Jerónimo de Buenavista, nueve de los dieciocho lienzos en los que se relata
la vida del santo y se ensalza a la orden a través de sus principales miembros,
pues el resto están en manos privadas. Su pintura muestra un estilo directo y
enérgico, con una técnica suelta y rico cromatismo, conformándose como uno de
los principales artistas del barroco español.
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Cuadros de la Serie de la Vida de san Ignacio de Valdés Leal |
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Cuadros de la Serie de la Vida de san Jerónimo de Valdés Leal |
Estas
obras evidencian la personalidad artística de Valdés, su estilo directo y
enérgico, la técnica abreviada y suelta y el rico cromatismo de sus
composiciones, que lo convierten en uno de los principales autores del barroco
español.
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Asunción de la Virgen de Valdés Leal, realizada para el convento de san Agustín en 1672
haciendo pareja con una Inmaculada |
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Aspecto de la sala VIII, con San Juan Bautista Niño y la Dolorosa de Pedro de Mena en las vitrinas y
la Inmaculada para el convento de san Agustín de Valdés Leal al fondo |
Pero
quizá los cuadros que más fama le han dado son los
Jeroglíficos
de las Postrimerías
que realizó para el
Hospital
de la Caridad
de Sevilla por encargo de su amigo don Miguel de Mañara y que, afortunadamente,
todavía pueden contemplarse
in situ, en la iglesia del hospital.
La
sala IX muestra pintura barroca
flamenca e italiana, con obras en las que se observa la influencia de Rubens, como
la
Adoración de los pastores de
Pieter Van Lint o la
Epifanía de
Cornelis
de Vos, o una
Vanitas de
Cornelis
Norbertus Gysbrechts que refleja la característica tendencia moralizante del
barroco contrarreformista europeo, y otras obras caravaggistas, como un
Santiago Apóstol de
José de Ribera.
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Sala IX |
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Santiago Apóstol de José de Ribera |
La
sala X está dedicada a
Zurbarán, pintor
de origen extremeño formado en Sevilla que se convirtió en el más reclamado por
las instituciones civiles y religiosas de la ciudad en el segundo tercio del
siglo XVII gracias a su estilo naturalista y sobrio impregnado de intensa
espiritualidad, con obras como las pinturas para la sacristía de la cartuja de
Santa María de las
Cuevas, con la
Virgen de los cartujos,
San Hugo en el refectorio o la
Visita de san Bruno a Urbano II, con las
que interpreta los principios espirituales de la orden, que son la devoción a
María, la mortificación basada en el ayuno y el silencio.
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Pinturas de Zurbarán para la sacristía de la Cartuja. La techumbre mudéjar perteneció
a la casa-palacio Tavera de Sevilla (5) |
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Detalle de la Virgen de los cartujos |
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Otro aspecto de la sala X |
Destaca
un
Crucificado realizado por
Zurbarán
para el convento de Capuchinos de Sevilla hacia 1630-35, una pintura de fondo
oscuro en la que destaca el cuerpo de Cristo con gran fuerza plástica, con
cuatro clavos, como preconizaba Francisco Pacheco que debía ser representado.
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Cristo crucificado de Zurbarán |
En
la sala también hay ejemplos de escultura, como
Santo Domingo de Guzmán
penitente de
Martínez Montañés procedente del convento de santo Domingo de
Portacoeli o
San Ramón Nonato de
Juan de Mesa, discípulo de Montañés,
procedente del convento de san José, ambos famosos por sus abundantes
Crucificados de la Semana Santa sevillana.
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Santo Domingo de Guzmán penitente de Martínez Montañés y el Beato Enrique Susón de
Zurbarán, ambos procedentes del convento de santo Domingo de Portacoeli |
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San Ramón Nonato de Juan de Mesa |
La
sala XI se organiza en la galería alta
cerrada del claustro Grande y muestra pintura española y sevillana del siglo
XVIII, con
Lucas Valdés, hijo y discípulo de Valdés Leal,
Andrés Pérez,
Juan de
Espinal o tres obras de
Goya. También se exponen ocho grandes lienzos de
Domingo Martínez fechados hacia 1748 y que representan la gran fiesta celebrada
en Sevilla con motivo de la subida al trono de Fernando VI.
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Serie de Domingo Martínez sobre la fiesta de coronación de Fernando VI |
La sala XII se dedica al siglo XIX, con
neoclasicismo, realismo y romanticismo y autores como José María Arango, Valeriano Domínguez Bécquer, hermano del poeta Gustavo Adolfo Bécquer, Eduardo Cano, José
Villegas Cordero, Gonzalo Bilbao o Antonio María Esquivel, el pintor más destacado
del romanticismo sevillano y de quien el museo posee gran cantidad de obras
gracias al Legado de Siravegne en 1944.
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Sala XIII |
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Retrato de Gustavo Adolfo Béquer de Domínguez Bécquer |
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Retrato del niño Carlos Pomar con caballo de cartón de Antonio María Esquivel |
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Las cigarreras de Gonzalo Bilbao |
Y el
museo termina en las
salas XIII y
XIV con el arte del siglo XX, con
pintura de
Ignacio Zuloaga,
Gustavo Bacarisas, J
osé María Rodríguez Acosta o
Daniel Vázquez Díaz.
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Sala XIII |
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Sevilla en fiestas de Gustavo Bacarisas |
Aunque no forma parte del recorrido museológico, adosada al
testero del presbiterio se encuentra la Capilla
de la Expiración y Madre de Dios de las Mercedes, sede de la Real, Ilustre
y Fervorosa Hermandad del Santísimo Sacramento y Archicofradía de Nazarenos de
la Sagrada Expiración de Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima de las
Aguas de Sevilla, construida en 1613 en una pequeña parte del antiguo compás
del convento cedida por la comunidad y que en la actualidad abre a la Plaza del
Museo, hoy conocida como Hermandad de El
Museo.
(1) AGUILAR GUTIÉRREZ, J. y MARTÍNEZ MONTIEL, L. F., “Las
pinturas murales del Museo de Bellas Artes de Sevilla y su restauración”, Laboratorio de Arte, 5, 1993, pp. 11-34.
(3) VV.AA., Informe
sobre la ampliación del Museo de Bellas Artes de Sevilla: estudio de viabilidad,
Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico.
AGUILAR GUTIÉRREZ, J. y MARTÍNEZ MONTIEL, L. F., “Las
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FERNÁNDEZ LÓPEZ, J., Programas
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RUIZ BARRERA, Mª T., “Bienes inmuebles expoliados a la orden
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VV.AA., Informe sobre
la ampliación del Museo de Bellas Artes de Sevilla: estudio de viabilidad,
Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico.
Comentarios
Le aseguro a Ud. que he disfrutado tanto de Sevilla con estos dos artículos suyos, como lo hice durante una visita de cuatro dias a esa ciudad, hace ya varios años. Comentario aparte merece la calidad de las fotografías, ¿es Ud. la fotógrafa?
Mi pregunta, o demanda, sería saber si tienes más fotografías relativas a las pinturas de la cúpula y pechinas de la iglesia del antiguo convento de la Merced Calzada de Sevilla, pues estoy interesado en los ciclos iconográficos de los Jueces, sobre los que estoy haciendo un estudio.
Muchas gracias.