Los sepulcros reales en la cartuja de Miraflores, en Burgos
La Cartuja de Miraflores, fundada por
Juan II de Castilla en 1442 y elegida por él mismo como su panteón real,
alberga dos de las sepulturas más espectaculares del gótico, los sepulcros
reales del fundador y de su segunda esposa, Isabel de Portugal, y del hijo de
ambos, el infante don Alfonso, contratados por Isabel la Católica hacia 1485, treinta años después de la muerte de su padre, y culminados en 1493.
Son obra
de Gil de Siloe, uno de los artistas más importantes de la península en ese
momento, autor del propio retablo mayor de Miraflores, del retablo de Santa Ana de la capilla funeraria de Luis de Acuña en la catedral de Burgos, o del retablo mayor de San Gregorio de
Valladolid. Aunque se supone que su origen sería flamenco, su obra ya demuestra
unas influencias de tradición hispana que apuntan a una formación, quizá, en
Burgos, posiblemente en taller de Juan de Colonia.
Sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal en primer plano, con el arcosolio del infante don Alfonso al fondo |
El monumento funerario de los reyes es una impresionante y
rotunda pieza exenta de alabastro que ocupa gran parte del presbiterio, con
forma de estrella de ocho puntas, resultado de la intersección de un rombo y un
rectángulo, completamente insólita en Europa occidental y profusamente decorada
con motivos vegetales variados, animales reales y fantásticos, alguna
escena, putti…
Monumento funerario de Juan II e Isabel de Portugal |
Según el profesor Joaquín Yarza, la curiosa e insólita forma de estrella de ocho
puntas podría responder a una proyección en plano de una bóveda estrellada,
“con el sentido cósmico que ello implica, además de ser una estrella”. Además,
en la antigüedad existía la creencia de que las almas, como cuerpos etéreos y
brillantes, se transformaban en estrellas, un concepto que resurge a finales
del siglo XV en algunas obras, presentes entre las pertenencias de Isabel la
Católica, como Vita Christi de
Ludolfo de Sajonia “el Cartujano”, extraída a partir de los Evangelios e
inspiradora de la Devotio moderna.
Juan II aparece revestido de sus atributos, con corona y rico
manto, y portaba cetro o espada, hoy desaparecido. Además, su cabeza apoya sobre
una almohada en la que se dibuja en relieve una especie de círculo que recuerda
un nimbo, que Yarza considera consciente, buscando enaltecer aún más la figura
del rey, cuyo rostro no es el original, sino fruto de una restauración en un
momento indefinido después de que hubiera sido desfigurado durante alguna de las algaradas de descontento contra la corona durante el
reinado de Fernando VII.
Rostro de Juan II, con el evangelista San Mateo en primer plano |
La imagen de la reina se cree obra directa de Gil de Siloe.
Sostiene un Libro de Horas en las manos, mostrándola en un papel secundario,
dedicada al ocio y la oración, sin intervenir en los órganos de gobierno. En
cuanto al tratamiento del alabastro, destaca por la calidad a la hora de
reflejar las distintas texturas de encarnaciones y tejidos.
Detalle del yacente de Isabel de Portugal |
En los vértices del rombo que conforma la estrecha figuran
los cuatro Evangelistas, piezas de gran calidad en el conjunto. Se muestran
como escribas y están acompañados de sus representaciones.
El evangelista San Lucas |
El evangelista San Juan, con restos de policromía |
Además, había también otras doce figuras rodeando a los
reyes, aunque hoy sólo aparezcan nueve y sólo siete sean originales, las de los
apóstoles Santiago, Bartolomé, Pedro y otros cuatro más no identificables. Las
dos restantes son una santa coronada, quizá santa Catalina, y un san Esteban,
está última casi con seguridad procedente del sepulcro del infante don Alfonso.
El evangelista San Marcos con dos de las figuras que también ocupan los vértices |
Aunque existen restos de policromía que plantearon la duda sobre si el conjunto estaba policromado, en la última y exhaustiva restauración llevada a cabo en la
década de 2000 hasta 2012, se ha considerado que son fruto de un añadido posterior. También se ha constatado que el conjunto presenta notables
diferencias de calidad. Podría
pensarse que eran las lógicas dentro de un taller de la época, en el que todas
las piezas no salían de las manos del maestro, pero también se ha concluido que
durante una intervención a comienzos del siglo XX de José María del Palacio y
Abárzuza, conde de las Almenas, disfrazado de mecenas y engañando a los monjes,
se sustituyeron unas piezas por otras y algunas hasta desaparecieron
definitivamente del conjunto, como la talla de Santiago el Mayor de Gil de
Siloe que hoy se conserva en The Cloisters del Metropolitan Museum de Nueva
York, y que originariamente habría estado junto a la cabeza de la reina.
Réplica de la figura de Santiago el Mayor que se conserva en The Cloisters, expuesta en una de las capillas laterales de la iglesia de la cartuja |
El basamento estrellado está rodeado de leones sujetando
escudos, o devorándose entre ellos, o luchando contra perros, y los de las zonas
en eje con la cabecera, son rampantes sosteniendo los escudos de los reyes. De
todos modos, no parecen verdaderamente adaptados al conjunto, demasiado
grandes, como si procedieran de otro monumento y se hubieran reubicado ahí.
León rampante coronado que sujeta el escudo de armas de Castilla y León y Portugal y otro de los que rodean todo el conjunto, en este caso también con un escudo (1) |
En los vértices del poliedro se sitúan pequeñas figuritas de
cartujos leyendo breviarios, quizá en perpetua oración por los monarcas
difuntos.
En cuanto a los dieciséis lados, sirven para desplegar un rico
programa iconográfico, con nichos o capillitas con dosel que contienen figuras
y escenas alusivas a la Muerte y la Resurrección. En el lateral correspondiente al costado de la reina están
las siete Virtudes, que se corresponden con siete figuras del Antiguo
Testamento en la parte del rey.
Aunque aparecen las Siete Virtudes, no son iguales ni en
tamaño ni en estilo y parece que han sufrido cambios de lugar, algo que afecta
a todo el conjunto en general, incluso con posibles equivocaciones en cuanto a
lo que reza en las peanas y las figuras que las acompañan. Muestran unas
iconografías que parecen ser muy habituales en libros miniados de la época, muy
similares a las que pueden encontrarse en tratados de la segunda mitad del
siglo XV.
El resto de figuras son incluso más difíciles de explicar,
creyéndose que algunas no serían del sepulcro original, con inscripciones que
también son más tardías, de diferente grafía y tamaño. La Reina Ester, por
ejemplo, es más pequeña y aparece apoyada sobre un pedestal que la eleva por
encima de las demás, pareciendo que su lugar original no sería ése sino sobre
la cama o que incluso fuera de otra obra; si perteneciera al ciclo del Antiguo
Testamento, podría estar en relación con su concepción como monarca justa.
Se cree que es autógrafa de Siloe la figura de Joseph, hijo
de Jacob, una de las prefiguraciones de Cristo en el Antiguo Testamento, símbolo
de la Resurrección porque fue tirado a un pozo por sus hermanos y logró
sobrevivir, aunque no se sabe si aquí aparece en ese sentido o como paradigma
de alguna de las virtudes.
También aparecen representados Sansón, prefiguración del
Antiguo Testamento porque su descenso a Gaza se entiende en paralelo al
descenso de Cristo a los Infiernos; David, que aquí podría ponerse en relación,
lo mismo que Esther, con su configuración como monarca justo; Esdrás, figura
notable del mundo judío que recibió de Artajerjes la misión de transportar
dinero para los sacrificios del templo de Jerusalén; Daniel, figura que se
encomienda a Dios y logra salvarse de los leones; y Abraham sacrificando a
Isaac, prefiguración de la Redención de Cristo del Nuevo Testamento.
Joseph y Sansón |
Sacrificio de Isaac (1) |
En los dos nichos restantes se representa a la Virgen de la Leche, símbolo de la
salvación por la sangre de Cristo derramada, y la Piedad, también conocida en la península como Quinta Angustia, con un fuerte carácter devocional que busca implicar
al fiel en el dolor de una madre, un asunto muy popular durante el reinado de
los Reyes Católicos y que se puede encontrar, tanto en el ámbito funerario como en los
penitenciales o en las portadas de las iglesias, como vemos en la propia
portada de la iglesia de Miraflores.
Virgen de la Leche (1) |
En cuanto al enterramiento del infante don Alfonso, hermano
de Isabel la Católica, se ubica en la pared del lado del Evangelio del
presbiterio, el segundo lugar en importancia, y también es de alabastro y de Gil
de Siloe, terminado por las mismas fechas que el de sus padres.
El diseño elegido no es tan original, además de que su
emplazamiento condiciona su forma, un arcosolio de arco escarzano sobre el que
se sobrepone otro conopial que culmina en un ramo de flores de la Anunciación,
a su vez superado por una especie de alfiz sobre el que aparece un arco de
medio punto.
Monumento fúnebre del infante don Alfonso |
La superficie entre el arco escarzano y el conopial está
ocupada por una rica decoración y en la clave cuenta con un espléndido San
Miguel luchando contra el dragón, sobre el que aparece una figura tricéfala que
algunos identifican con la representación de la Trinidad, una forma condenada por el papa
Urbano VIII en el siglo XVII por considerarla herética.
San Jorge luchando contra el dragón, y detrás, justo en la clave, una posible representación de la Trinidad |
El sepulcro está enmarcado por una especie de pilastras en
las que aparecen once de los apóstoles y San Juan Bautista, con la serie de
apóstoles incompleta pero que se ha puesto en relación con la conocida devoción
de Isabel la Católica por los Santos Juanes, que aparecen emparejados como
intercesores en el Juicio Final. De entre los apóstoles, Santo Tomás, el
primero de la izquierda, con gafas, ya difundidas en esta época y que solían
asociarse con figuras que desarrollaban un trabajo intelectual, y que además
parece portar una escuadra, se ha interpretado como un autorretrato de Siloe.
Santo Tomás (1) |
Las pilastras se prolongan por encima del arco conopial
terminando en una peana con una Anunciación,
a la misma altura que el jarrón de flores que remata el arco conopial, que
aunque iconográficamente al principio significaba que ese hecho había tenido
lugar en la primavera, terminó convirtiéndose en símbolo de la pureza de la
Virgen.
En los pilares aparecen, a modo de gárgolas, dos dragones
alados que traducen lo que sería una composición arquitectónica, un
detalle habitual en los retablos de Gil de Siloe.
Uno de los dragones a modo de gárgola |
El sarcófago está adosado al muro del arcosolio y aunque lo
habitual es que sobre éste apareciera la escultura del yacente con la cabeza
orientada hacia el altar mayor, por donde sale el sol, en este caso el difunto
aparece orante, arrodillado ante un reclinatorio, algo todavía muy excepcional
en la época, una figura en la que destacan la cabeza y las manos enguantadas,
con el resto cubierto de ricas telas que muestran la capacidad del escultor
para obtener diversas texturas.
El fondo del nicho también está ricamente decorado, con
quince cuadrados enmarcados por una orla de hojas, ramas, putti y
animalillos variados.
Orante ante el reclinatorio |
Detalle del orante |
Todo el arco aparece ricamente adornado con un
extraordinario angrelado compuesto por un entramado de ramas y hojas entre las
que parecen putti y animales reales e imaginarios, inigualable en todo el arte
hispano a pesar de las pérdidas, pues falta todo el de la derecha y gran parte
del de la izquierda, y que presentaría un aspecto muy similar al de una celosía
que dejara en semipenumbra el fondo, desde donde emerge la figura del infante.
Arcosolio con los restos del angrelado |
El frente del sarcófago muestra la heráldica sostenida por
dos ángeles y flanqueada por dos guerreros con armadura, alabarda y escudo junto
a unos putti, quizá con la función de guardianes del difunto, con un
matiz funerario de vigilancia.
Heráldica en el sarcófago |
Uno de los guerreros del sarcófago (1) |
La lectura iconográfica del conjunto en relación con la
salvación es evidente, protagonizada por la Anunciación
y San Miguel venciendo al mal, aunque
aquí no aparezca como psicopompo, el encargado de pesar las almas en el Juicio
Final y transportar a los salvados al Cielo.
En cuanto al conjunto de monumentos, la decisión de que Juan II fuera enterrado junto a Isabel de
Portugal y el hijo fallecido de este matrimonio, no debió tener nada que ver
con el rey, que lo lógico es que hubiera pensado en un enterramiento junto a su
primera esposa, María de Aragón, de la que nació su heredero natural, Enrique IV, y que yace en Guadalupe.
Pero durante el reinado de este último existió una fuerte
rivalidad, heredada de la época de su padre, entre la nobleza, buscando dominar
la voluntad de los monarcas y dividida en bandos para controlar los
territorios estratégicos, las nuevas tierras en expansión hacia el Al-Ándalus,
los impuestos y jurisdicciones sobre las comarcas más ricas, los oficios
cortesanos… un conflicto en el que el problema sucesorio fue utilizado como
moneda de cambio entre dos facciones: los partidarios de la infanta doña
Juana, la línea sucesoria legítima, hija de Enrique IV y de Juana de Portugal;
y sus detractores que, apoyados en la supuesta ilegitimidad de la infanta,
alegando que no era hija del rey sino fruto de las relaciones adúlteras de la
reina con don Beltrán de la Cueva, casi con seguridad una difamación, primero
se posicionaron a favor del príncipe don Alfonso, hijo de Juan II y su segunda
esposa, Isabel de Portugal, y que a la muerte de éste, defendieron la sucesión
de su hermana Isabel.
Cabecera de la iglesia de la Cartuja con los sepulcros y el retablo, también de Gil de Siloe |
El conflicto terminó resolviéndose con la Guerra de Sucesión
Castellana, en la que la victoria de los partidarios de Isabel hizo posible que
ésta accediera al trono de Castilla, una línea sucesoria que no era la
legítima.
Así, con una iglesia conformada como panteón real, la
presencia de los enterramientos de los padres y del hermano de Isabel I de
Castilla conlleva una fuerte carga política, elementos sancionadores en defensa
de su propia legitimidad en la sucesión, encargados por la propia reina justo
después de vencer en la guerra.
Y este paseo no estaría completo si no nos detuviéramos en visitar la propia Cartuja de Miraflores, los detalles del magnífico retablo mayor y las extraordinarias vidrieras, conservadas in situ desde que se colocaron a fines del siglo XV
Imágenes ajenas:
(1) VV.AA., La Cartuja de Miraflores I. Los sepulcros, Madrid, Fundación Iberdrola-El Viso, 2007.
Fuentes:
MARTÍNEZ RUIZ, Mª J., “Las aventuradas labores de
restauración del conde de las Almenas en la Cartuja de Miraflores”. Goya, 313-314, 2006, pp. 289-304.
PEREDA ESPESO, F., “El cuerpo muerto del rey Juan II, Gil de
Siloé, y la imaginación escatológica (observaciones sobre el lenguaje de la
escultura en la alta Edad Moderna)”. Anuario
del Departamento de Historia y Teoría del Arte, n º 13, Universidad
Autónoma de Madrid, 2001, pp. 53-85.
VV.AA., La Cartuja de
Miraflores I. Los sepulcros, Madrid, Fundación Iberdrola-El Viso, 2007.
Comentarios
Vicente