El
Monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce, uno de
los conjuntos monumentales más importantes de la provincia de Sevilla, se ubica
a unos siete kilómetros de la capital, en una loma en la margen derecha del
Guadalquivir, dominando su valle y las primeras estribaciones de Sierra Morena
y del Aljarafe, a la vera de la calzada romana de la “Vía de la Plata”, que
unía Hispalis (Sevilla) e Italica (Santiponce) con Emerita Augusta (Mérida),
Legio Septima Gemina (León) y Cantabria, convertido en la Edad Media en el
“Camino Mozárabe”, el usado por los peregrinos a Santiago de Compostela desde
Andalucía.
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Vista general del monasterio desde el suroeste (1) |
Se accede al conjunto a través del Patio de los Naranjos,
antiguo cementerio del monasterio, dejando a la derecha la zona de la
procuraduría, hoy ocupada por la Asociación “Paz y Bien” y la botica, hoy sede
de la Fundación Casa Álvarez de Toledo y Mencos, con la iglesia al fondo. En
origen, esta explanada fue el cementerio de los monjes cistercienses y entre el
siglo XVII y el XIX fue el cementerio de Santiponce, de ahí que conserve un
fuste con capitel corintio de Itálica coronada con una cruz de forja que
sacralizaba el lugar. En el pedestal de la columna se lee la siguiente inscripción:
El monasterio
tuvo
desde el origen un marcado carácter fortificado que todavía conserva, plasmado
en las
almenas y
merlones sobre los muros
protegiendo una terraza que permitía que las tropas circularan, a la que se
accedía por una escalera de caracol entre los contrafuertes del ábside, hoy
cegada, vanos pequeños y
matacanes bajo los arcos apuntados
entre los contrafuertes del ábside, elemento genuino de la arquitectura gótica
andaluza que se ha puesto en relación con Languedoc, donde desde el siglo XII
se construyeron varias iglesias fortificadas en las que aparece este
dispositivo precisamente conocido como “mâchicoulis sur arcs” (matacanes bajo
arcos), como las catedrales de Agde, Toulouse y Beziers, el palacio de Albí, el
arzobispal de Narbona y, sobre todo, aunque ya es del siglo XIV, el palacio
papal de Avignon.
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Fachada oriental del monasterio, en la que se observan las almenas y merlones (3) |
Apenas se conservan restos de las portadas originales de la segunda iglesia, que es la primera que nos encontramos al entrar y que tuvo uso
parroquial. Estaban situadas en la fachada occidental, oculta por el
Patio de los Evangelistas, y en el segundo tramo del muro del Evangelio, la antigua
Puerta de los Muertos que abría al cementerio de monjes cistercienses en lo
que hoy es el Patio de los Naranjos, tapiada, aunque en las enjutas conserva
unas estrellas de ocho puntas inscritas en un círculo y un cuadrado que
contienen un caldero y un lobo, símbolos heráldicos de los Guzmán y los Osorio
y que nos sirven para fechar la construcción después de 1334, fecha en la que
don Alonso Pérez de Guzmán se casó de segundas nupcias con doña Urraca Osorio,
hija de don Álvar Núñez Osorio, conde de Trastámara, comitentes de esta segunda
iglesia.
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Puerta de los Muertos cisterciense (4) |
El acceso se realiza por otra portada lateral abierta en el primer tramo de la nave a fines del
siglo XV o comienzos del XVI. Construida en ladrillo agramillado, presenta vano
de arquivoltas apuntadas y alfiz, destacando la decoración de estrellas y lazos
en ladrillos y alicatados verdes y blancos que decoran las enjutas,
conformándose como uno de los ejemplos más sobresalientes del mudéjar
sevillano. Sobre la clave tiene con un pequeño azulejo azul con una inscripción
en la que se leía, transcrito por José Gestoso y Pérez pero hoy prácticamente
ilegible, la firma del autor: “Diego Quixada y su hermano”. Sobre la portada se conserva una vidriera también del siglo
XV representando a San Isidoro.
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Puerta de acceso al conjunto monumental |
Las
dos iglesias tienen una estructura similar, de nave
única de tres tramos, cabecera poligonal de siete lados, cubierta de bóvedas de
crucería, ventanas geminadas en los ábsides, de medio punto en los muros
laterales y rosetones a los pies.
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Cubiertas de crucería de la segunda iglesia |
Cuando el monasterio tenía comunidad, el acceso al mismo no
se hacía a través de las iglesias sino a través del
Patio de los Evangelistas o de la Hospedería, adosado a los pies de la iglesia
primitiva. En él se ubicaba, como señala su nombre, la hospedería, y conectaba
con la botica, la procuraduría, la huerta y el Claustro de los Aljibes o de los
Mármoles, completamente desaparecido, donde estaban los talleres de los monjes,
la biblioteca o el archivo.
Al estar abierto al público por alojar la hospedería,
elemento tradicional de los monasterios medievales, tuvo un marcado carácter de
representación. Consta de tres galerías cubiertas de dos plantas, pues el
cuarto lado es la medianera con la fachada a los pies de la iglesia primitiva.
La galería baja se compone de arcos de medio punto peraltado enmarcados por alfiz
sobre pilares octogonales con mocárabes a modo de capitel, similares a los de
la planta alta del Claustro de los Muertos, y la galería superior presenta
arcos carpaneles. Desde esta última se accedía al coro alto en la iglesia
primitiva, desmontado a comienzos del siglo XVII.
Cuenta con un aljibe desde el que se recogían las aguas
pluviales con brocal de mármol blanco que proviene del desaparecido Claustro de
los Mármoles.
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Patio de la Hospedería |
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Pilares octogonales en el Patio de la Hospedería |
Tuvo una rica solería alicatada de la que sólo se conserva
una cenefa que enmarca el patio y sencillas composiciones geométricas en
blanco, negro, verde y melado entre los pilares. Sabemos cómo sería porque
Velázquez Bosco la imitó en una restauración en el claustro de la Rábida en el
siglo XIX.
Los alfarjes de
las galerías oeste y sur, datados en la primera mitad del siglo XV, tienen
decoración pintada con motivos vegetales, zoomorfos, composiciones de lazos y
los anagramas JHS y XPS.
Desde este patio se pueden ver parte de las fachadas
occidentales de las dos iglesias, con los rosetones, coronadas con merlones y
con potentes contrafuertes rematados por pináculos piramidales. El rosetón de
la iglesia primitiva está enmarcado por un arco apuntado y cuenta con una
vidriera con el escudo de la Casa de Miraflores de comienzos del siglo XX.
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Rosetón de la iglesia fundacional en la fachada a los pies |
La crujía sur, más ancha que las otras dos, y que conecta
con el Claustro de los Muertos mediante una portada de arco apuntado enmarcada
por alfiz con unos calderos de los Guzmán tallados en las enjutas, está
compartimentada en tres espacios mediante dos grandes arcos diafragma apuntados
que sostienen la planta superior y presenta un banco corrido sobre el que se
sitúa un arrimadero con una
rica
decoración mural en la que se alternan composiciones de lazos y paneles
figurativos a la que le dedicaré un post monográfico.
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Galería sur del Patio de la Hospedería |
El
Claustro
procesional, adosado al lado de la Epístola de la iglesia primitiva,
articula las dependencias que componían el primitivo monasterio cisterciense.
Tiene planta rectangular y un fuerte carácter mudéjar que contrasta con el
goticismo de las iglesias. Realizado en ladrillo, presenta arcos de medio punto
peraltado sobre grandes pilares rectangulares con bisel en las esquinas en la
planta baja, cornisa con canes angrelados y planta superior con dos arcos por
cada arco inferior sobre pilares octogonales coronados con mocárabes, ambas con
antepechos horadados con rosetones pentalobulados.
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Claustro de los Muertos |
En el ángulo noreste tiene una escalera por la que se
accedía a la segunda planta y, posteriormente, mediante una pasarela, a las
cubiertas de la sacristía y la
sala capitular, que también están aterrazadas y conectan
con la de la iglesia, y también contarían con
almenas,
merlones y
matacanes para facilitar las
labores defensivas de todo este flanco oriental, el más expuesto al estar ante el
antiguo camino de Sevilla.
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Galería norte del Claustro de los Muertos, con la caja de escalera a la derecha |
Cuando en 1431 la comunidad cisterciense fue sustituida por
la de los ermitaños jerónimos de Lope de Olmedo, una rama escindida de la Orden
jerónima que a partir de esa fecha fue conocida como “los isidros” (en
La etapa jerónima del Monasterio de San Isidoro del Campo se amplía esta información), el claustro empezó a
conocerse como
Claustro de los Muertos
porque adquirió esa función funeraria, pues dada la fama en el cuidado y
solemnidad con la que los jerónimos realizaban las liturgias de difuntos, se
ubicaron en él varias capillas compradas por ilustres familias, fundando
capellanías con la obligación de que los monjes realizaran misas diarias en
cada una de ellas para la salvación de las almas de los allí enterrados.
El
primer
enterramiento documentado es el de
don
Juan Alonso Pérez de Guzmán, I duque de Medina Sidonia, fallecido en 1468,
que se cree que estaría en el ángulo noroeste, que en vez de alfarje, como el
resto, presenta tres tramos de bóvedas de yeso simulando crucerías sexpartitas,
con los nervios imitando falsas molduras en grisalla y los plementos imitando
el llagueado del despiece de sillares. En la intersección de los nervios
aparecen florones y el intradós de los arcos que separa los tramos muestra un
motivo de filigrana calada.
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Bóvedas sexpartitas en el ángulo noroeste |
También se relaciona con este personaje el
arrimadero de todo el claustro,
semejante al del Claustro de la hospedería pero sin banco. Presenta un rodapié con motivo de arquetas superpuestas y en perspectivas, una zona central
enmarcada por una cenefa de filigrana calada y puntas de diamante en las
esquinas en la que se alternan composiciones circulares de lacerías y paneles
con decoración vegetal de tradición gótica a base de hojas, flores y frutos de
acanto espinoso, y una cornisa de remate con canes angrelados entre los que aparecen
ventanas mudéjares alternando dobles y sencillas. Sobre la cornisa hay una
cenefa de filigrana calada y crestería que conforma como recipientes
cilíndricos con tapaderas.
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Arrimadero del Claustro de los Muertos |
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Detalle del arrimadero del Claustro de los Muertos |
En 1490 recibió también
sepultura,
junto a la puerta de la iglesia,
don
Álvar Pérez de Guzmán, hijo natural de don Juan Alonso, el I duque de
Medina Sidonia, y esa panda norte del claustro se decoró con pinturas murales
de una
Anunciación, un
San Miguel, un
San Jerónimo, el escudo ducal de Medina Sidonia, con los calderos
de los Guzmán pero orlado de leones y castillos, y el de los Figueroa, con
cinco hojas de higuera, pues su esposa era doña María Manuel de Figueroa.
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Escena de la Anunciación |
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Escudo ducal de Medina Sidonia |
Pacheco describió la Anunciación
en el siglo XVII con las siguientes palabras:
“En San Isidoro del Campo, cerca de la puerta del claustro
que sale a la iglesia, está pintada una Salutación de mano de Juan Sánchez,
pintor, en que puso el Arcángel San Gabriel una capa de oro, a la cenefa
bordada los Apóstoles, y en el pecho a Cristo resucitado, de medio cuerpo,
dentro del sepulcro y la Virgen tiene pendiente en la pared un rosario
decenario, unos antojos y otras cosas”.
Las dos figuras están en un interior con solería reticular
de alicatado y entre ambas hay un jarro de azucenas y al lado se ve la firma
del autor, Juan Sánchez de San Román, que también firma un Calvario de la Catedral de Sevilla y un Cristo Varón de Dolores conservado en el Prado. El Arcángel está
arrodillado haciendo la señal de salutación y la Virgen también está
arrodillada, en un atril, con las manos juntas y la mirada baja en señal de
humildad.
San Miguel y San Jerónimo ocupan los laterales de los
contrafuertes en este tramo y sólo conservan el dibujo preparatorio, habiendo
desaparecido prácticamente toda la capa pictórica. El Arcángel muestra la
cabeza rodeada de rayos, clava una lanza a Lucifer y sujeta una balanza con la
que pesa el alma de dos difuntos. El santo aparece con hábito de monje junto al
león. La interpretación funeraria es clara, con San Miguel pesando
las almas y venciendo al diablo, San Jerónimo como intercesor, y Cristo
Resucitado en el pecho del Arcángel san Gabriel.
En el siglo XVI las pinturas murales del arrimadero en esta
galería norte fueron tapadas por paños de azulejos de arista, seguramente
porque estarían muy deterioradas por ser la zona más expuesta al sol.
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Azulejos en la galería norte |
En el claustro también empezaron a recibir sepultura los
propios monjes jerónimos, con sus nombres grabados en las cenefas del
arrimadero. Junto a la puerta de la iglesia está la
losa sepulcral del prior del monasterio fray Fernando de Zevallos,
erudito y escritor del siglo XVIII, autor de
La Itálica.
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Losa sepulcral de fray Fernando de Zevallos |
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Recreación de un enterramiento de un jerónimo en el Claustro de los Muertos (6) |
Y también se crearon capillas funerarias patrocinadas por
ricos burgueses. En el ángulo noroccidental está el
altar del Cristo de Torrijos, financiado por Luis Riverol, un rico
comerciante de origen genovés fallecido en 1515, un altar alacena con puertas
batientes en las que están representados San José y San Francisco y enmarque de
azulejos de aristas atribuidos al taller de Niculoso Pisano que aloja un
retablo rococó con una escultura de
Cristo atado a la columna de la segunda
mitad del siglo XVIII. Junto al altar, enmarcada en paños de azulejos de
aristas del siglo XVI se conserva la lauda de Riverol, realizada en mármol
italiano con el anagrama de Jesús flanqueado por dos escudos.
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Altar del Cristo de Torrijos |
Al lado de la entrada al refectorio estaba el
altar de Cristo con la Cruz a cuestas
de la familia Pacheco y del que sólo se conservan algunos restos pictóricos de
arquitectura fingida.
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Restos pictóricos del altar de Cristo con la Cruz a cuestas |
Al lado están los restos del altar del Ecce Homo, también de arquitectura fingida y fechado a
mediados del siglo XVI, que muestra la Presentación de Jesús al pueblo
flanqueada por columnas y pilastras clasicistas.
En el ángulo sureste está el
altar de San Jerónimo penitente, redescubierto en 2002, con
decoraciones superpuestas de los siglos XV al XVII. La representación de San
Jerónimo, en el centro, es de la primera mitad del siglo XVI, quizá obra de un
miniaturista no muy ducho en pintura mural, y San Sebastián y San Roque, en los
laterales, son primera mitad del siglo XVII.
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Altar de San Jerónimo penitente |
En la antigua portada de la
sala capitular, cegada en el
siglo XVII, se ubica el
altar de la
Virgen de la Antigua, con decoración mural con San Isidoro, San Leandro y
la Gloria con el Espíritu Santo.
Otras reformas realizadas en el siglo XVI en este claustro
fueron los alfarjes de la galería baja, que cuentan con casetones pintados con
motivos florales.
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Alfarje del Claustro de los Muertos |
En el muro de la galería oriental se conserva una
montea trazada a principios del siglo
XX para los sepulcros de los marqueses de Miraflores que se encuentran en la
iglesia nueva.
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Montea en el Claustro de los Muertos |
Siguiendo el sentido opuesto a las agujas del reloj, la
primera dependencia que nos encontramos en la crujía oriental es la Sacristía, adosada y comunicada con la
cabecera de la iglesia antigua. En ella, antes de la liturgia, los celebrantes
se vestían con los ornamentos sagrados guardados en las cajoneras y se
purificaban las manos en la fuente.
Tiene planta rectangular y ocupa algo más de dos tramos de
los cinco que tiene la crujía occidental del claustro, con una nave con bóvedas
de crucería compartida con la
sala capitular hoy tapadas por unas cubiertas
barrocas. Es fruto de una remodelación a partir de 1615, cuando los jerónimos
eliminaron el alfarje a la altura de la cornisa que dividía el ámbito en dos para ubicar el dormitorio común de los cistercienses en la planta superior y que ya había sido reconvertido en biblioteca. También se tomó parte de la
sala capitular y se construyó otra pieza lateral que después desapareció en un
incendio.
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Sacristía |
El nuevo ámbito generado respondió a un nuevo tipo
contrarreformista que procuró la dignificación del culto divino. Según San
Carlos Borromeo, debía ser “amplia y de tal modo que se extienda un poco más
largamente”, una nueva manera de concebir este espacio que coincidía con el
empeño de los jerónimos en el cuidado y esplendor de la liturgia.
Los muros están articulados mediante pilastras coronadas por
ménsulas con cabezas de serafines que sustentan una potente cornisa sobre la
que se alzan unas cubiertas de crucería cuyos plementos fueron decorados con
grutescos dorados del siglo XVII. En algunas zonas se ha perdido esta
decoración y puede verse la anterior del siglo XV.
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Cubierta de la sacristía |
En los lunetos aparecen balcones con antepechos de madera
dorada que sustituyeron a unas ventanas abocinadas apuntadas que a su vez
habían sustituido a unos estrechos vanos mudéjares polilobulados enmarcados por
alfices que iluminaban el antiguo dormitorio común cisterciense y que conocemos
porque quedan algunas huellas.
En los muros laterales se ubican cuatro arcosolios de medio
punto. Los del primer tramo enmarcan, respectivamente, las puertas de acceso al
claustro y a la sacristía colateral construida en la década de 1670, destruida
en un incendio y posiblemente reconstruida en el siglo XVIII, aunque en la
actualidad no quede nada de ella.
Los del segundo tramo cobijan las cajoneras de Alonso Rojo.
En origen la decoración se completaba con retablos de 1617 del mismo artista
con las escenas de
Cristo atado a la
columna y el
Entierro de Cristo
posiblemente realizadas por Juan Gui Romano. Pero en la segunda mitad del siglo
XVIII se les superpusieron otros retablos rococó de madera dorada, espejos y
cascarón que enmarcan las escenas.
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Retablos de la sacristía |
En el muro lateral de la izquierda, a la altura del altar,
se ubica el aguamanil, una hornacina decorada con azulejos polícromos del siglo
XVII con decoración vegetal y en el centro de la estancia hay una mesa
octogonal de mármol rojo.
En el muro en contacto con la iglesia hay tres vanos
rectangulares con enmarque clasicista y rematados por áticos. El del centro,
más grande, es una alacena para almacenar los objetos de culto. El de la izquierda
es la puerta de un corredor que comunica con la cabecera del templo primitivo y
el de la derecha es otra alacena.
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Muro de la sacristía en contacto con la iglesia fundacional |
El testero, a modo de presbiterio, aloja una mesa de altar y
el
Retablo de la Virgen de la Antigua
y está flanqueado por dos puertas de igual trazado que las del muro opuesto por
las que se accede a la
sala capitular.
La mesa de altar y una pequeña hornacina sobre ella fueron
realizadas en el siglo XVIII. La hornacina alojaba un Crucificado de marfil hoy
expuesto en el refectorio.
El retablo, de madera y dorado, presenta banco, cuerpo y
ático. El cuerpo está organizado mediante columnas corintias que enmarcan una
tabla de la Virgen de la Antigua
fechada en la primera mitad del siglo XVI y atribuida a Cristóbal de Mayorga, discípulo de Alejo Fernández, y que firma la
tabla de San Miguel y Santa Lucía de
la iglesia sevillana de San Andrés. Es una copia muy fiel del mural venerado en
la catedral hsipalense. Sobre las columnas se ubica un friso y un frontón curvo
y el ático, que presenta columnas, frontón curvo y remate con una cruz y aloja
un lienzo del Padre Eterno con el Espíritu Santo.
Por encima de las cuatro puertas de estos lados menores hubo
unos espejos venecianos expoliados por Mr. Layard, embajador inglés en España
en el siglo XIX, después reemplazados por los que hoy vemos.
A continuación de la sacristía está la
sala capitular, donde se celebraba, después de Prima o después de
Tercia en tiempo de Cuaresma, el
Officium
Capituli, que constaba de una homilía, la lectura del martiriologio para
recordar a los santos del día, el versículo “Pretiosa” sacado del Salmo 115,5,
la oración de Santa María, la oración por el trabajo de la jornada, la lectura
de un capítulo de la regla de la orden y la confesión pública de las culpas.
Allí también se comunicaban a la comunidad los hechos trascendentales para el
gobierno y la administración del monasterio. En las reuniones extraordinarias
se producían nombramientos y elecciones, realizaba la admisión de novicios, se
tomaban los hábitos o se hacían las profesiones.
Al igual que la sacristía, fue profundamente modificada en
la segunda mitad del siglo XV, tras la llegada de los isidros, ampliándose en
longitud y altura al incorporarse una estancia contigua y eliminarse el
dormitorio común cisterciense en la planta superior, conformándose un ámbito de
planta rectangular cubierto con bóvedas de crucería simple de nervios sobre
repisas. También se decoró con pinturas al fresco sobre mortero de cal y en el
siglo XVII recibió otra rica decoración que tapó la del XV, aunque en las
recientes restauraciones se ha recuperado parte de ese primitivo ciclo.
Dada la
espectacularidad de este recinto, le dedico un
artículo monográfico al que podéis acceder a través de este enlace.
Desde la
sala capitular se accede a la
Capilla del Reservado, que recibe ese nombre porque en ella se
reservaba al Santísimo el Jueves Santo. Su decoración es fruto de una
remodelación integral a partir de 1636 a base de candelieri, cartelas con
símbolos de las letanías, otros relacionados con el monasterio, angelotes,
querubines… que enmarcan al Espíritu Santo en el centro y a escenas de la Vida
de la Virgen, con El
Nacimiento de la
Virgen, La
Presentación en el templo,
Los
Desposorios, La
Anunciación, La
Visitación y El
Transito.
También está en esta capilla un Retablo de Santa Ana realizado por Martínez
Montañés para la iglesia trasladado aquí, ampliado y policromado y que cobija
la talla de una Virgen con el Niño flanqueada por San Joaquín y Santa Ana y un
ático con pinturas que representan a San Jerónimo, Santa Paula y San Eustoquio.
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Capilla del Reservado |
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Visitación y Anunciación en la Capilla del Reservado |
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Desposorios de la Virgen y Presentación en el templo en la Capilla del Reservado |
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Decoración de candelieri en la cubierta de la Capilla del Reservado |
En la panda sur del claustro procesional la primera sala es
la llamada
Celda del prior, que
conserva un espectacular alfarje y un friso pintado con decoración de grutescos
y candelieri del siglo XVI.
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Alfarje y friso pintado de la celda del prior |
A continuación de la celda del prior está la
salida al Claustro Grande y después hay una sala en la que se exponen algunas
piezas romanas.
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Salida al Claustro Grande |
La relación del monasterio con Itálica siempre fue estrecha,
pues los monjes fueron dueños del solar de la antigua ciudad romana, donde pudo
haber un cortijo de la comunidad. Los restos se utilizaron como materiales de
construcción desde la fundación y durante todo el resto de obras emprendidas a
lo largo de los siglos hasta la exclaustración definitiva. Se conserva una
inscripción romana en uno de los matacanes de la fachada sur, también se usaron
mármoles romanos en la reforma del presbiterio de la iglesia fundacional en el
siglo XVII, según una inscripción, se usaron sillares romanos en la fachada
neoclásica del Claustro Grande y también se sabe que existieron hornos de cal
que usaron mármoles de Itálica como materia prima.
Entre los elementos arquitectónicos y escultóricos
conservados, destaca la columna del Patio de los Naranjos, un capitel corintio
y una cabeza de Apolo que hasta mediados del siglo XX estuvo en la espadaña
junto a otra de un personaje desconocido.
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Restos romanos expuestos en el monasterio |
Fray Fernando de Zevallos, prior del monasterio y autor de La Itálica, escrita entre fines del
siglo XVIII y comienzos del XIX aunque no fue publicada hasta 1886, fue una
figura fundamental para el conocimiento del conjunto y el inicio de su estudio
sistemático.
Ya en la panda oeste, nos encontramos con el Refectorio. Antes de acceder a él los
monjes cistercienses se lavaban las manos en un lavabo que estaría junto a la
entrada. Es una estructura del siglo XIV muy similar a la de la iglesia
primitiva, con planta rectangular de cuatro tramos cubiertos con bóvedas de
crucería cuyos nervios apoyan en ménsulas, con ventanas apuntadas hacia el este
y rosetones hacia el oeste, el lado que abre al claustro. Las mesas se
disponían formando una U y los monjes se sentaban sobre un banco corrido
adosado al muro. No comían hasta que el prior descubría el pan. Se hacía en
silencio mientras un monje realizaba la lectura desde el púlpito, dando a la
comida el sentido espiritual y didáctico. En época cisterciense la comida era
frugal, compuesta por pan, legumbres y, excepcionalmente, pescado, pues la
carne estaba especialmente proscrita.
Tras la toma de posesión del monasterio por los isidros,
durante el patronato de don Enrique de Guzmán, II duque de Medina Sidonia y de
su esposa, doña Leonor Mendoza, de ahí la presencia de sus escudos en el muro
sur, el refectorio fue decorado con
pinturas
murales que en la década de 1960 fueron repintadas, una intervención
desafortunada que no ha podido ser eliminada del todo. Consiste en el despiece
de los sillares, en molduras que siguen los perfiles de la arquitectura real y
multiplican los nervios de las bóvedas, en baquetones que enmarcan los vanos,
en un friso en la línea de impostas con decoración de pámpanos de vid… todos
ellos subrayados con cenefas con roleos de cardinas y otros motivos vegetales.
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Refectorio |
En el testero norte, presidiendo el espacio, hay una gran representación de la
Sagrada Cena que presenta una gran mesa rectangular con Cristo en el centro flanqueado por cinco apóstoles a cada lado, San Juan recostado sobre la mesa ante Cristo y Judas solo, delante de la mesa, separado del resto de personajes, una posición con precedentes en la pintura florentina, una obra con cierto arcaísmo e ingenuidad en la representación de los objetos sobre la mesa, que no arrojan sombras, pero con intencionalidad de claroscuro, luces y sombras y gran expresividad en los rostros. En la escena aparecen simultáneamente tres momentos distintos: Cristo instaurando el sacramento de la Eucaristía, de ahí que bendiga con su mano derecha y sujete la Sagrada Forma con la izquierda en vez de la copa con el vino y el pan; San Juan recostado sobre él, en relación con el momento en el que Judas va a meter la mano en el plato; y Cristo anunciando que hay un traidor entre el grupo.
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Sagrada Cena en el Refectorio |
La composición estaba enmarcada por una cenefa de filigrana calada y puntas de diamante que en el siglo XVII se ocultó con un grueso marco de fábrica.
Hay autores que vinculan esta pintura a los miniaturistas italianizantes que trabajaron en la Catedral de Sevilla, por la cronología quizá Nicolás Gómez, registrado entre 1454 y 1496, autor de una escena del mismo asunto en el libro de coro 55, folio 55v. en la que se repiten los personajes, San Juan adopta la misma postura, Judas sostiene la bolsa con el dinero en la mano escondida y sobre la mesa se ve el mismo plato con el cordero, las mismas roscas de pan y los mismos panecillos redondos, uno de ellos cortado en rodajas. Las diferencias están solamente en que en el refectorio la mesa es alargada y en el libro las figuras están ordenadas en torno a una mesa circular, imposición del espacio disponible, pues ocupa el interior de una letra, y en que en el refectorio San Juan está a la derecha de Cristo y en el libro aparece a la izquierda.
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Judas |
En los arrimaderos sobre los sitiales se sabe que ha habido tres
decoraciones superpuestas, sin que se haya conservado ningún resto del original
del siglo XV. La del XVI simulaba sitiales de mármoles alternando tonalidades
rojizas y azuladas organizados mediante columnas de orden compuesto que
sustentan una venera. Las posteriores también simulan sitiales de mármol pero
su diseño es más austero y de menor calidad.
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Distintas decoraciones del arrimadero del Refectorio (7) |
El sitial del prior, bajo la Santa Cena, corresponde a la
decoración del siglo XVI. Está enmarcado por un banco con una composición de
alicatados y decorado con dosel, cortinajes y dos ángeles que sostienen una
corona de laurel.
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Sitial del prior |
En la actualidad el refectorio está musealizado y en él se
exponen bienes muebles destacados conservados del monasterio. La Virgen con el Niño, atribuida a
Mercadante de Bretaña, es de barro cocido y conserva parte de su policromía
original. Estuvo en una pequeña hornacina sobre la portada mudéjar de la
iglesia, eliminada en la restauración de la década de 1970. El Niño Jesús es una escultura de madera
policromada fechada en 1607 y atribuida a Francisco de Ocampo. El Crucificado de marfil es de la segunda
mitad del siglo XVII y procede de Flandes, con peana de ébano con
incrustaciones de marfil y carey. El resto de piezas son un ara portátil del
siglo XV, relicarios, un portapaz, cálices…
En cuanto a las pinturas de caballete, las procedentes de la
sala capitular han perdido gran parte de su capa pictórica y están consolidadas
después de una restauración. Son la mencionada
Flagelación de Cristo del retablo y las parejas de Apóstoles
San Pedro y San Pablo,
San Juan y San Mateo,
San Felipe y Santiago el Menor y
San Matías y San Bernabé.
También cuelgan en los muros del refectorio, después de su
restauración, los lienzos conservados del ciclo de la vida de San Isidoro que
decorarían alguna galería de alguno de los claustros y que en el siglo XIX se
colocaron sobre la sillería del coro en la iglesia primitiva hasta que en la
década de 1960 fueron descolgados y almacenados en condiciones lamentables. San Isidoro en el pozo, que relata un
hecho ocurrido según la tradición cerca de Itálica, es un documento importante
porque al fondo se ve el monasterio como se encontraba en el siglo XVII.
El
Claustro Grande,
que no es visitable, nunca llegó a terminarse. Las galerías este y norte son
góticas con decoración de pinturas renacentistas del siglo XVI. En el ángulo
sureste se levanta una impresionante torre barroca del siglo XVII que se cree
que alojó las estancias del prior y que debió ser renovada tras el terremoto de
Lisboa de 1755. Tiene planta cuadrada, está realizado en ladrillo, presenta
azulejos cerámicos vidriados en azul y blanco para decorar elementos como
pilastras, pedestales, antepecho… y se articula mediante tres cuerpos.
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Claustro Grande (8) |
El primero presenta algunos vanos a modo de balcones en sus
frentes que repiten los vanos exteriores del edificio en el que se encuentra
integrada. El segundo cuerpo, elevado sobre un entablamento, cuenta con un vano
de medio punto por cada lado flanqueado por pares de pilastras toscanas sobre
las que se asienta otro entablamento. Se corona con un chapitel octogonal con
buhardillas rematado por veleta y cruz de forja.
Aquí os dejo con otros artículos de San Isidoro del Campo en
Viajar con el Arte:
Imágenes ajenas:
(2) RÍOS MOGUER, A., La
Maltería, Centro de recepción de visitantes para el Monasterio de San Isidoro
del Campo, Santiponce, Sevilla, Proyecto Fin de Carrera, Universidad de
Sevilla, Grado de Arquitectura, 2018.
(6) RESPALDIZA LAMA, P. J., RAVÉ PRIETO, J. L. y FERNÁNDEZ
CARO, J. J., San Isidoro del Campo.
Cuaderno del Alumnado. ESO. Gabinete Pedagógico de Bellas Artes. Sevilla,
Junta de Andalucía, Camas-Sevilla, 1984. Dibujos de Francisco Salado Fernández
(7) RESPALDIZA LAMA, P. J. y RAVÉ PRIETO, J. L., Monasterio San Isidoro del Campo. Guía,
Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, Santiponce, 2002.
Fuentes:
CAMPOS FDEZ. de SEVILLA, F. J. (Dir.), La Orden de San Jerónimo y sus Monasterios. Actas del Simposium,
vols. I y II, San Lorenzo de El Escorial, 1999.
GESTOSO PÉREZ, J., Sevilla
monumental y artística, vol. III, Sevilla, 1892.
FERNÁNDEZ, P. Historia
de la Liturgia de las Horas, Biblioteca Litúrgica 16, Barcelona, 2002.
MARCHENA HIDALGO, R., “La obra de Nicolás Gómez, pintor y
miniaturista del siglo XV”, Laboratorio
de Arte, nº 10, 1997, pp. 373-389.
MARTÍNEZ de AGUIRRE, J., “La primera escultura funeraria
gótica en Sevilla: la Capilla Real y el sepulcro de Guzmán el Bueno
(1248-1320)”, Archivo Español de Arte,
nº 270, 1995, pp. 111-129.
PÉREZ GÓMEZ, Mª P., Representación
artística poder de los duques de Medina
Sidonia en el Palacio de Sanlúcar de Barrameda, Tesis doctoral, Universidad
de Sevilla, 2017.
RALLO GRUSS, C., Aportaciones
a la técnica y estilística de la pintura mural en Castilla al final de la Edad
Media, Tesis doctoral, UCM, 1999.
RESPALDIZA LAMA, P. J., “Pinturas murales del siglo XV en el
Monasterio de San Isidoro del Campo”, Laboratorio
de Arte, nº 11, 1998, pp. 69-99.
RESPALDIZA LAMA, P. J. y RAVÉ PRIETO, J. L., Monasterio San Isidoro del Campo. Guía,
Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, Santiponce, 2002.
SEGURA CONZÁLEZ, W., “Iconografía de Guzmán el Bueno en
Trujillo (Cáceres)”, Aljaranda, nº
88, 2015, pp. 7-20.
VICENTE DELGADO, A. de, Los
cargos musicales y las Capillas de Música en los monasterios de la Orden de San
Jerónimo (siglos XVI-XIX), Tesis doctoral, UCM, 2010.
Comentarios
Me parecen fantásticos los artículos sobre el Monasterio de San Isidoro.
Lo que no me queda claro es de donde sale la hipótesis del plano completo que incluye las zonas desaparecidas (claustro de los Mármoles)
Un saludo