La historia del Monasterio de Santa María de Oseira, en Orense
El Monasterio cisterciense
de Santa María la Real de Oseira se ubica en una zona abrupta en la Sierra
Martiñá que se conocía como “Ursaria” por la abundancia de osos (derivación del
latín ursus), en la margen derecha del río Osera, perteneciente al ayuntamiento
de San Cristovo de Cea, en el partido judicial de O Carballiño, al norte de la
provincia de Orense, muy próximo a los límites con Lugo y Pontevedra, a unos 30
kilómetros de la capital y en un ramal de la Ruta Mozárabe a Santiago, de ahí
su tradición de acogida de peregrinos, que se desviaban del camino para
visitarlo.
Imágenes ajenas:
(1) https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Mosteiro_de_Santa_Mar%C3%ADa_de_Oseira
Fuentes:
Monasterio de Santa María la Real de Oseira (1) |
Sus orígenes todavía no han sido aclarados por los
historiadores. Se cree que la primera comunidad estaría formada por cuatro
varones que decidieron retirarse como ermitaños, y aunque el primer documento
en el que se menciona el monasterio es de 2 de septiembre de 1137, un
privilegio de coto sobre unas tierras donadas por Alfonso VII de León en el que
figura como abad un monje llamado García y donde se dice que la comunidad se
regía por la Orden benedictina, hay especialistas que consideran este documento
apócrifo.
Tampoco existe unanimidad en cuanto a la fecha en la que esa
primera comunidad se incorporó a la Orden del Císter bajo dependencia directa
de Clairvaux, que enviaría a varios de sus monjes a la nueva fundación para instruirles
en la Regla cisterciense. Hay autores que defienden que sería en 1141, con lo
que, teniendo en cuenta que Sobrado de los Monjes figura en 1142 como la
primera fundación documentada, la convierten en la primera fundación
cisterciense en la Península Ibérica. Otros lo retrasan a fines de la década de
1140, siendo esta fecha la más aceptada, y los hay que incluso mencionan la
década de 1180. Lo cierto es que documentalmente esta vinculación no consta
hasta una bula de Inocencio III de 25 de noviembre de 1199.
La Orden del Císter
fue creada a fines del siglo XI por un grupo de trece monjes benedictinos
encabezados por Robert de Molesme, que fundaron un monasterio alejado del
benedictino Cluny, en un lugar llamado Cistercium en latín, de donde proviene
el nombre, y Cîteaux en francés, puesto bajo la advocación de la Virgen,
buscando reencontrarse con la soledad y pobreza que preconizaba la Regla de san
Benito y que los benedictinos vivían de forma muy relajada, abandonando casi
por completo el trabajo manual para poder cumplir con las múltiples funciones
litúrgicas destinadas a reyes, abades y benefactores a las que se habían
comprometido a cambio de importantes donativos.
La fundación de la nueva Orden propiamente dicha se debió a
los sucesores de Robert de Molesme, los abades Albéric y Stephen Harding, que
adoptaron, para diferenciarse de los monjes benedictinos, con hábito negro, el
color blanco para sus vestiduras, de ahí que también se les empezara a llamar
“monjes blancos”. Pero la expansión de la misma se produjo gracias a la fuerte
personalidad de Bernard de Fontaine, monje de Cîteaux que en 1115 fundó el
monasterio de Clairvaux, de ahí que se le conozca como Bernard de Clairvaux,
Bernardo de Claraval en español, formando una de las cuatro ramas del tronco
común de Cîteaux junto a La Ferté, Pontigny y Morimond, de las que surgieron el
resto de monasterios cistercienses. En 1153, a la muerte de san Bernardo, ya eran
trecientos cuarenta y tres establecimientos diseminados por toda Europa,
alimentados por abundantes vocaciones a pesar de la austeridad de vida, la
escasa alimentación, los ayunos, la oración y la penitencia que caracterizaban
su vida monástica.
Citeaux y la fundación de las cuatro primeras abadías en una miniatura del Commentaire sur l'Apocalipyse del franciscano Alexandre de Brême (1256-1271) de la University Library de Cambridge (3) |
Los cistercienses llegaron a la Península Ibérica poco antes
de mediados del siglo XII gracias al apoyo de la realeza como forma de asegurar
los territorios que iba conquistando a los musulmanes, a través de las
fundaciones de Sobrado de los Monjes, La Santa Espina, Fitero, Monsalud, Santa
María de Oseira, Sacramentia, Veruela o Santa María de Moreruela.
El Císter llegó a Galicia durante el reinado de Alfonso VII,
protector y propagador de la Orden en sus últimos años de reinado, igual que su
abuelo, Alfonso VI había hecho con los benedictinos. Sus sucesores, Fernando II
y Alfonso IX, reyes de León, también contribuyeron a difundirla mediante
donaciones y tomando bajo su protección los monasterios reformados, pues estos
monarcas valoraron su capacidad para articular la vida rural y, sobre todo,
servir de contrapeso al poder de los obispos y de la nobleza, en pugna con el
de la corona. Las cartas de coto fueron, precisamente, las armas utilizadas por
los monarcas para evitar que los monasterios cayeran bajo la dependencia de los
nobles.
La estricta observancia de la Regla y el que no ejercieran
ningún ministerio externo es la causa de que los monasterios se fundaran en
lugares despoblados y silenciosos con abundantes bosques que les procuraran
madera y les aislaran, cercanos a ríos con los que regar sus huertos y con
canteras de las que obtener la piedra necesaria para construir sus edificios,
que obedecen a disposiciones contenidas en el Exordium Parvum Cisterciensis Coenobii, en el que se ordenaba la
eliminación de signos de ostentación en sus múltiples formas, incluida la
ornamentación mediante pinturas y esculturas, signos suntuarios en objetos
litúrgicos o vidrieras coloreadas por considerar que distraían de la meditación
y el rezo.
La elección de los emplazamientos quedo ya fijada en el
Capítulo General del Císter de 1134, donde se establece deliberadamente que no
se construyan en ciudades, villas o castillos sino en sitios apartados y que no
estén sobre tumbas de santos que puedan atraer peregrinos, teniéndose que
establecer en valles reducidos, solitarios y cerrados para que el alma se
reconcentrara en sí misma.
El monasterio de Oseira en su entorno (5) |
Aunque el Císter tampoco se propuso fijar una estética
concreta, la forma de vida de la comunidad, basada en la Regla benedictina,
definió un prototipo arquitectónico de monasterio, caracterizado por la vida
separada entre monjes de coro, que eran de origen noble, debían tener cierto
nivel de estudios, pudiendo estar o no ordenados sacerdotes, y se ocupaban de
los oficios litúrgicos y las tareas intelectuales, y entre conversos, hermanos
legos, laicos de origen artesano o campesino, muchos de ellos iletrados, que
trabajaban en labores agropecuarias y otras tareas manuales dentro del
monasterio y en sus granjas, y que hacían vidas separadas dentro del cenobio,
con partes destinadas a cada grupo y con escasas actividades en común.
La iglesia más habitual presentaba planta en T, con testero
recto, que también se denomina “planta bernardina”, de tres naves, la central
ocupada por dos coros diferenciados para monjes de coro, justo antes del
presbiterio, y conversos, en la parte de atrás, con accesos separados en la
cabecera y los pies de la nave de la Epístola, respectivamente.
El conjunto medieval
de Santa María de Oseira no estaría muy alejado de estas características
comunes, aunque la iglesia, que comenzó a levantarse entre fines del siglo XII
y comienzos del XIII y es una de las iglesias más grandes de la Orden en España,
presenta ábside semicircular con girola.
Iglesia de Oseira |
Una vez construido el templo, se seguiría con el claustro
procesional medieval, del que apenas quedan restos.
En los años finales del siglo XII y en el XIII Oseria fue incrementando
progresivamente su patrimonio mediante donaciones y privilegios reales,
exenciones pontificias, legados de particulares que buscaron la remisión de sus
pecados y ganar la vida eterna y la compra directa de tierras, lo que unido a
la implantación de métodos agrícolas novedosos, la erección de obras de
infraestructura y la creación de una red de granjas que proporcionaban
abundantes excedentes económicos, le convirtieron en el monasterio cisterciense
más próspero de Galicia.
Pero en el propio siglo XIII el monacato gallego, igual que
en el resto de países, ya empezó a dar señales de crisis por la conformación
del reino portugués y la definitiva unión entre Castilla y León a la que no fue
ajeno Oseira, que también se vio afectado por la peste negra, las frecuentes
luchas nobiliarias y la relajación de las costumbres fruto de la acumulación de
riquezas.
En la centuria siguiente la crisis internacional se vio
agravada por la aparición de las órdenes mendicantes y la consiguiente pérdida
de la influencia intelectual cisterciense, pues aquellas predicaban en las
ciudades y proporcionaban a las universidades sus mejores maestros. También fueron demoledores la Guerra de los Cien Años (1337-1453) y el Cisma de Occidente (1378-1417), que supuso el costoso mantenimiento de dos curias, una en Roma y otra en Avignon, la
consiguiente división de la Iglesia Católica en dos bandos que no acabó hasta
la reunificación bajo el papado de Martín V. Todo ello unido a las epidemias, la degradación que
sufría la vida conventual por la falta de vocaciones y la penuria económica por
la que atravesaban los monasterios causada, sobre todo, por la disminución de
las donaciones, las luchas de poder entre el papado y los obispos por el
control económico de los cenobios, y la irrupción de los abades comendatarios, favoritos
y protegidos, a veces extranjeros, otras hasta laicos, nombrados por los papas
o los reyes, que se desentendían del gobierno y la administración de los
monasterios al tiempo que malversaban y dilapidaban sus rentas en Roma, en la
corte o en cualquier otro lugar lejos del cenobio que tenían que regir, empleándolas
a menudo en las luchas intestinas entre la nobleza y la monarquía por acaparar
parcelas de poder.
En 1425 el monje fray Martín de Vargas del Monasterio de
Piedra, consciente de la decadencia de la Orden y de la incapacidad de su
Capítulo General para atajarla, consiguió que el papa Martín V expidiera la
bula Pia supplicum vota para erigir
dos monasterios en Castilla en los que se observara estrictamente la Regla de
san Benito según los usos cistercienses. Y así nacieron Montesión, como
fundación ex novo a las afueras de
Toledo, y Santa María de Valbuena, refundación en la provincia de Valladolid.
La situación incluso fue más grave en Galicia, imbuida en
una profunda crisis política provocada por los conflictos dinásticos en el
reinado de Enrique IV, con nobles que eran partidarios de la integración en la
corona de Portugal enfrentados a los adeptos a Castilla, como lo demuestra que
en 1487 los Reyes Católicos, buscando la unidad del reino, promovieran que
Inocencio VIII emitiera la bula de Quanta
in Dei Ecclesia por la que se comisionó a cuatro prelados españoles, los
obispos de Córdoba, Segovia, Ávila y León, dirigidos por el obispo de Ávila,
fray Hernando de Talavera, para reformar los monasterios gallegos benedictinos,
cistercienses y de canónigos regulares de san Agustín, y en cuyo preámbulo
puede leerse:
“De algún tiempo a esta parte, a causa de la relajación que
se introdujo entre los abades, priores, comendatarios, monjes (…), se fue
enfriando en los repetidos Monasterios la regular observancia, y no solo fue
abandonada por completo la antigua regla de vida, sino que sus moradores,
dejándose llevar de reprobados instintos, postpuesto el temor de Dios, hacen
una vida libre y disoluta, hasta el punto de que en muchos conventos ha cesado
del todo el culto divino, y sus abades y priores o comendatarios gastan con
hombres de armas sus rentas y frutos o los emplean en otros usos profanos y
poco honestos, los despojan de sus tierras y haciendas y otros bienes
destinados al culto divino, echan fuera a los monjes y religiosos y no cesan de
cometer cada día otros muchos y nefandos atentados para la perdición de sus
almas, ofensas de la divina Majestad, desdoro de la Religión, disminución del
culto divino en dicho reino de Galicia”.
Aun así, hubo que esperar a fines del siglo XV para que
otros monasterios empezaran a incorporarse a la reforma y surgiera, impulsada
por los propios Reyes Católicos, la Congregación
Cisterciense de Castilla o Regular Observancia de san Bernardo, que supuso
la existencia de un gobierno central integrado por un abad general, ocho
definidores, visitadores generales y consiliarios del general que ya fueron
españoles en vez de franceses, como habían sido hasta ese momento, la
sustitución del abadiato vitalicio por el trienal y después cuatrienal bajo
nombramiento de la propia Congregación, la renovación espiritual mediante la
recuperación de la antigua liturgia cisterciense, el auge económico de los
cenobios gracias a la eliminación de las encomiendas y al saneamiento de las
rentas mediante el control de las fuentes de ingresos y la elevación cultural
de las crecientes comunidades mediante la creación de una red de colegios en
distintos monasterios.
Así, la Congregación
generó una tipología arquitectónica común acorde con un nuevo modo de vida,
una vuelta a la observancia que precisó que las fábricas se ajustaran a las nuevas necesidades, entre las que destacó la aparición de celdas individuales
que sustituyeron al dormitorio común, un cambio que surge por la importancia
que se dio a la oración y la meditación individual a partir del espacio
concreto de la celda, el que las sacristías, los refectorios y las habitaciones
destinadas al abad se hicieran más grandes, la ampliación de las hospederías,
que duplicaron su capacidad, e instalaciones necesarias para la función
docente.
Los conjuntos monásticos experimentaron profundas reformas
de sus construcciones medievales en las dependencias necesarias para el
desarrollo de la vida en comunidad, como claustros, refectorios, cocinas, salas
capitulares… y también se añadieron nuevos edificios para adaptarse a los
nuevos usos. Lo habitual es que se separaran las distintas actividades de la
vida monástica mediante tres claustros, el reglar, heredero del medieval
adosado a la nave de la Epístola de la iglesia, en torno al que se siguieron
agrupando la Sala Capitular, la sacristía y el refectorio pero reformados; el
grande, dedicado fundamentalmente a los dormitorios individuales, y al
noviciado o colegio cuando éstos existían; y el de la hospedería, relacionado
con el exterior y en el que se ubicaron las nuevas salas abaciales, que
incluyeron una imponente escalera de representación.
Vídeo del monasterio a vista de pájaro
Otro cambio fundamental fue la incorporación de un coro alto
a los pies de los templos, como ya habían hecho otras órdenes religiosas como
franciscanos, dominicos y jerónimos y que también habían adoptado los
benedictinos de la Congregación de Valladolid. Ese coro no sustituyó al coro
bajo, utilizándose ambos indistintamente para celebrar la liturgia de las
horas, y aunque no existe acuerdo entre los especialistas respecto a por qué se
duplicó este espacio. Además de la pragmática razón en cuanto a su uso en
verano o en invierno dependiendo de las condiciones climáticas, el coro alto
también podría haber respondido a las necesidades de buscar intimidad para la
oración por el creciente número de seglares al servicio de los monasterios
provocado por la ausencia de conversos y de ubicarlo cerca de las nuevas celdas
individuales que ocuparon los claustros altos, con acceso directo desde estos.
Coro alto de la iglesia de Oseira |
Los sotocoros fueron, precisamente, los espacios reservados
para los fieles, de ahí que se les denominara “iglesia de los seglares”,
“iglesia de la feligresía”, “iglesia del barrio” o incluso “parroquia”. Estaban
al cargo de un cura elegido por los monjes de la comunidad, que se ocupaba de
regular el acceso, administrar los sacramentos, organizar las cofradías que se
fueron instaurando… contando con altares y retablos, pilas bautismales y
hasta usados para enterramiento de feligreses.
Sotocoro de la iglesia de Oseira |
Los abades comendatarios gobernaron Oseira desde mediados
del siglo XV hasta 1545, año en el que el monasterio se incorporó a la
Congregación de Castilla, uno de los últimos monasterios cistercienses gallegos
en hacerlo después de un largo y complicado proceso entre encomenderos y
reformadores para conseguir liberarlo de la jurisdicción eclesiástica de los
primeros y de los abusos que cometieron en su patrimonio.
El 29 de agosto de 1561 el monasterio sufrió un terrible
incendio que afectó profundamente a todo el conjunto y del que solo se salvó la
iglesia, perdiéndose también muchas obras de arte y documentos. Esta desgracia
fue aprovechada para la reconstrucción total del Claustro Reglar o de los Medallones de acuerdo a las nuevas disposiciones.
Claustro Reglar o de los Medallones |
Una de las primeras reformas emprendidas fue la de la Sala Capitular, que aprovechó la planta y disposición de la medieval para levantar
una nueva pero con reminiscencias todavía muy góticas, con bóvedas nervadas que
apoyan en columnas torsas.
Sala Capitular |
En 1582 ya estaría terminado el nuevo refectorio, cubierto
con bóvedas estrelladas de nervios curvos y alojado en la planta alta de la
panda sur del Claustro Reglar buscando evitar las humedades.
También se emprendieron las obras para levantar una nueva
fachada para la iglesia y dos nuevos claustros, el de los Pináculos, en el que
se ubicaron las celdas individuales para los monjes, y el de los Caballeros, en
el que alojaron la hospedería y las nuevas estancias del Abad y que dio nuevo
aspecto al conjunto porque formó una L con la fachada de la iglesia, unas obras
que se prolongaron hasta el siglo XVIII.
Fachada de la iglesia |
Claustro de los Caballeros |
Con las exclaustraciones del siglo XIX los monjes
se marcharon de Oseira, la iglesia se convirtió en parroquia, el monasterio
quedó abandonado, sin un destino concreto, sus materiales empezaron a ser
utilizados como cantera y sus riquezas muebles se dispersaron. Así, los fondos
de la biblioteca, los del archivo y otras obras de arte fueron trasladadas a Madrid
o a Orense. La mayoría de los bienes que llegaron a la Biblioteca y al Museo
Provinciales desaparecieron en un incendio y otros documentos se conservan hoy
en el Archivo Histórico Nacional, en el Archivo Provincial de Orense y en el
Archivo Catedralicio de esa ciudad.
La ruina se fue apoderando de todo el monumento, incluso de
la iglesia, que aunque estaba en uso, tenía un grave problema de humedades que
arruinó los retablos, las pinturas o el órgano barroco, y el baldaquino tuvo
que ser desmontado ante el peligro de derrumbe.
La única solución a su desaparición total pasaba por volver
a contar con una comunidad monástica. En 1921 tomó posesión de la diócesis de
Orense don Florencio Cerviño González
y en 1926 ya inició las primeras gestiones con el Císter para lograr que el
monasterio fuera de nuevo habitado, consiguiendo que el abad del Monasterio de
las Nieves en La Bastide-Lozère, Francia, aceptara la fundación, obteniendo la
aprobación del Capítulo General en 1928.
Así, en octubre de
1929 llegaron los primeros monjes a Orense, que se encontraron con un monasterio
completamente desmantelado en el que lo único medio habitable era la casa del
párroco y una pequeña escuela construida adosada a la fachada del monasterio en
el siglo XVIII para la formación de niños pobres, lugar en el que se instalaron
los monjes.
El hermano Pablo escribe una crónica en la que se lee:
“¡Qué espantosa soledad parecía la casa llamada seminario
(se refiere a la escuela)! Todo vacío, sin
un mueble, las habitaciones llenas de polvo, y telarañas, la entrada llena de
basura, la frontera de la casa parecía un estercolero. Se armaron camas, se
improvisó una cena a base de pan moreno y conserva de pescado, queso y postre,
que nos supo a regaladísimo banquete”.
Desde el principio la nueva comunidad se afanó en los
trabajos necesarios para lograr la habitabilidad del monasterio.
"¡Qué desolación produjo la contemplación de tanta grandeza
en ruinas! Tanta era la labor que había que hacer, que no sabíamos por dónde
empezar. La yedra, el saúco, la zarzamora y toda clase de arbustos y plantas
parasitarias y criptógamas habían invadido claustros, bóvedas y patios,
contrafuertes y columnas y echado raíces tan hondas, que en los mismos muros
hacía falta el hacha y el pico para cortar troncos y raíces. El agua, desviada
de sus primitivos cauces, pululaba libremente socavando los cimientos y los
techos, unos hundidos hacía luengos años, otros en tiempo más reciente, otros
sin hundir, pero medio destejados, dejaban que la lluvia penetrase desde el
último piso hasta la mayor parte de las bóvedas subterráneas, cuando éstas no
estaban también hundidas. Todo eran matorrales, montones informes de piedras
talladas y labradas, arcos y bóvedas llenos de líquenes de la más caprichosa
variedad, y en general el gran Monasterio parecía una ciudad de piedra medio
desolada y cubierta de verdín, sin otros habitantes que las aves nocturnas y de
rapiña. Por un lado se veían estatuas decapitadas, por otro pináculos,
obeliscos derruidos, por acá puertas y ventanas desvencijadas, por allá
escaleras de peldaños desaparecidos, y doquier aparecían esculturas y tallas en
madera o piedra, todo estaba mutilado”.
El monasterio antes de su restauración (7) |
Las obras primero fueron dirigidas por el hermano Esteban, uno de los que habían
venido de Francia, instalándose luz eléctrica e inaugurándose la traída de agua
que permitió dotar a la casa de aseos y de otros servicios además de montar un
pequeño colegio gratuito para los niños de las aldeas próximas.
A continuación se recuperó la bodega para la fabricación de
cava y del aperitivo Osera, que desde el principio tuvo mucho éxito, y también
se instaló una secretaría, un comedor de huéspedes, un taller de embalaje, un
salón para las máquinas y la cámara frigorífica…
Después se hizo cargo de las obras de restauración el
arquitecto Alejandro Ferrant, que
restauró la Capilla de San Andrés, los ventanales de la iglesia, las escaleras
del dormitorio, retiró el encalado de la Sala Capitular o de las Palmeras…
Justo antes de la Guerra Civil el gobernador republicano de
Orense, don Miguel Carrascosa, tuvo la idea de establecer en la parte ruinosa
del monasterio un reformatorio de niños, y estallada la guerra, el gobernador
militar de Orense, don Luis Rodríguez Soto, envió al monasterio a presos
políticos que se encargaron de restaurar los locales que después se destinaron
a reformatorio. Después los presos también fueron utilizados para reformar el
propio monasterio.
Durante la guerra la comunidad también montó una fábrica de
quesos en Palas del Rey, trasladada poco después a Celanova.
Otra figura esencial en la restauración del monasterio fue
el padre Juan María Vázquez Rey, que
conocía de obra, de carpintería, de electricidad… y los responsables de Bellas
Artes dejaron en sus manos gran parte de las obras, a las que se dedicó en
cuerpo y alma hasta su muerte en 1993. Bajo su dirección en 1953 se restauró la
torre norte de la iglesia, muy dañada por un rayo en 1927.
Restauración de la torre norte de la iglesia (5) |
En los años siguientes se restauraron el torreón sureste, el
Claustro de los Pináculos, el Claustro de los Caballeros, en el que se instaló
el salón de estudio de los monjes, la biblioteca, el noviciado, la sala
capitular, dormitorios individuales… En 1968 se comenzó a restaurar la iglesia,
finalizando en 1973. También se unificaron las ventanas del Patio de los
Pináculos y sus contrafuertes y se construyó una nueva hospedería con amplias
habitaciones, calefacción y todos los servicios indispensables. En la década de
1970 se retiraron el retablo barroco de la capilla mayor para dejar a la vista
su arquitectura y el coro bajo de la nave central. En 1977 comenzó la
reconstrucción de la bóveda gótica del refectorio y del solarium, año en el que
el cenobio también recuperó su dignidad abacial.
El Claustro de los Pináculos antes de su restauración (7) |
El Claustro de los Pináculos restaurado (5) |
El refectorio antes de su reconstrucción, con las claves de las bóvedas por el suelo. Foto tomada de un panel en el monasterio |
El refectorio reconstruido |
En 1982 se inició la reconstrucción de la Escalera de los
Obispos y un año después la del dormitorio de ancianos, orientado hacia el sur
y próximo al calefactorio y al solarium, donde quedaron instalados los
dormitorios de la comunidad.
Bóveda de la Escalera de Obispos |
Antiguo dormitorio de ancianos, hoy residencia de la comunidad |
En 1990 la labor de restauración del Monasterio de Santa
María de Oseira recibió la Medalla de Oro de la Diputación de Orense y el
Premio Europa Nostra.
Tras la muerte del padre Juan María le sucedió en la
dirección de obras el padre Eladino
Marnotes, también monje de la comunidad, que dirigió la obra de la
Biblioteca, la restauración del Claustro de los Pináculos, donde se colocó una
fuente de piedra realizada por el cantero Nicanor Carballo réplica de la
original que en el siglo XIX se trasladó a una plaza de Orense, la colocación
de los balcones de hierro forjado en la fachada principal, el saneamiento del
Claustro de los Medallones y la instalación del Museo de la Piedra en la
galería baja de su crujía sur…
Claustro de los Pináculos (1) |
Museo de la Piedra |
En la actualidad el monasterio sigue en proceso de
restauración, y además de albergar a una comunidad de monjes también es la sede
oficial del Grupo Francisco de Moure para el estudio del arte orensano.
El monasterio en la actualidad (8) |
Este “paseo” por Santa María de Oseira se completa con los
siguientes artículos en Viajar con el Arte:
Imágenes ajenas:
(1) https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Mosteiro_de_Santa_Mar%C3%ADa_de_Oseira
(7) TORRES BALBAS, L., Monasterios
cistercienses de Galicia, Santiago de Compostela, 1954.
Fuentes:
ALONSO ÁLVAREZ, R., “Los promotores de la Orden del Císter
en los reinos de Castilla y León: familias aristocráticas y damas nobles”, Anuario de Estudios Medievales, nº 37/2,
2007, pp. 653-710.
ÁLVAREZ, L., “El fénix de la piedra: visita guiada al
monasterio de Santa María de Oseira (San Cristovo de Cea, Ourense)”, Porta da aira: revista de historia del arte
orensano, nº 14, 2016, pp. 173-195.
FERNÁNDEZ-GAGO VARELA, C., “Restauración del refectorio del
monasterio cisterciense de Osera (Orense)”, Boletín
Académico. Escola Técnica Superior de Arquitectura da Coruña, nº 3, 1986, pp.
15-18.
GONZÁLEZ GARCÍA, M. A., “La restauración y reconstrucción del
monasterio cisterciense de Oseira (Orense)”. En CAMPOS FDEZ. de SEVILLA, F. J.,
(Dir.), Monjes y monasterios españoles,
San Lorenzo de El Escorial, 1995, pp. 691-716.
GRANDE NIETO, V., Proceso
metodológico y compositivo del Renacimiento en Galicia. 1499-1657, Tesis
doctoral, Universidade da Coruña, Departamento de Composición, 2014.
LIMIA GARDÓN, F. J., “A propósito de Oseira, Reliquia del
Camino (Los espacios de la hospitalidad de ayer y de hoy)”, Diversarum rerum, nº 1, 2006, pp.
185-203.
TORRES BALBAS, L., Monasterios
cistercienses de Galicia, Santiago de Compostela, 1954.
YÁÑEZ NEIRA, D., “Los monasterios cistercienses gallegos en
los capítulos generales”, Boletín de la
Real Academia Gallega, nº 356, 1974, pp. 77-92.
YÁÑEZ NEIRA, D., “Oseira: reforma del claustro de
medallones”, Porta da aira: revista de
historia del arte orensano, nº 7, 1996, pp. 111-124.
YÁÑEZ NEIRA, D., “Últimas restauraciones en Oseira”, Porta da aira: revista de historia del arte
orensano, nº 11, 2006, pp. 209-228.
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Muchas gracias por el artículo.